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La fragancia de la Pascua de Resurrección

Del número de marzo de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La fragancia de la Pascua de Resurrección es la fragancia del perdón. ¡Con qué ternura y valor Cristo Jesús perdonó aun aquellos que lo persiguieron y a quienes trató de elevar del vacío de la mortalidad! El ejemplificó abundantemente lo que la Sra. Eddy dice en Escritos Misceláneos: “Ser un gran hombre o una gran mujer, tener un nombre cuyo aroma llene al mundo con su fragancia, significa soportar con paciencia los embates de la envidia o la malicia — aun cuando se procura elevar naturalezas estériles hasta capacitarlas para que puedan llevar una vida más noble”.Esc. Mis., pág. 228. La vida trascendental de Jesús fue el ejemplo sublime del verdadero amor del Cristo.

Paciencia y perdón. ¡Qué importantes son estas dos cualidades otorgadas por Dios para salvar a la humanidad del pecado! Estas cualidades del amor infinito no solamente elevan nuestras propias vidas hacia nuestra resurrección y ascensión individuales, sino que también hacen que los demás puedan sentir que hay esperanza, que nadie puede ser privado del amor redentor del Cristo.

Cuando Jesús se enfrentó a la amargura de la crucifixión y, no obstante, oró por sus captores, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, Lucas 23:34. estaba ilustrando el poder que tiene el Cristo para salvar a la humanidad de la creencia del pecado. La capacidad para perdonar es algo más que un rasgo personal deseable. Más bien, es una característica del Cristo, la Verdad salvadora, que revela al hombre como la imagen de Dios, el Espíritu, y, por lo tanto, como inocente de todo pecado y mortalidad. Jesús no podría haber demostrado su propia libertad de las pretensiones de la carne si hubiese considerado al hombre como un mortal carnal y pecador. El pudo expresar ese perdón que formaba parte integral de su ascensión, sólo sobre la base sagrada de la naturaleza y pureza del hombre que provienen de Dios, y que él sabía que constituían su propio ser y la verdadera identidad de los demás .

La Pascua de Resurrección nos recuerda el sublime ejemplo de Jesús. Pero, esta lección de perdón no sólo es útil para nuestro propio progreso espiritual, sino que también nos enseña a aligerar las cargas de los demás. El relato bíblico sobre la ocasión en que Jesús perdonó a una mujer que se sabía que era pecadora, y que desde entonces ha sido conocida como María Magdalena, aumenta nuestra comprensión sobre el tema. El Evangelio según San Lucas escribe acerca de ella: “Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume”.

Hasta el presente desconocemos la historia de esta mujer y por qué causa se volvió inmoral, pero su profundo desasosiego la impulsó a ir a ver a Jesús con lágrimas y humildad. Luego de haber regado con lágrimas los pies de Jesús, éste le dijo: “Tus pecados te son perdonados”. Lucas 7:37, 38, 48.

Vemos aquí la naturaleza semejante al Cristo del verdadero perdón. Era claro que Jesús esperaba ver una prueba de la reforma de la mujer. La Sra. Eddy escribe sobre ella: “¿Habíase ella arrepentido y reformado, y había el discernimiento de Jesús percibido aquella silenciosa elevación moral? Con sus lágrimas le había regado ella sus pies antes de ungirlos con el aceite. A falta de otras pruebas, ¿ofrecía su pesar suficiente evidencia para que se justificara la esperanza de su arrepentimiento, reforma y crecimiento en sabiduría?” Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 363.

La respuesta es clara, y esto se vio aun con mayor profundidad en el amor abnegado con que ella se presentó al Maestro. Jesús no sólo declaró que sus pecados le eran perdonados, sino que dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vé en paz”. Lucas 7:50.

El verdadero perdón no lleva en su perfume sanador ningun prolongado olor de reproche, ni guarda ningún recuerdo de acciones malas. El perdón permite, y, en realidad, espera, que se manifieste desarrollo espiritual, pues el perdón inspirado por Dios no le atribuye ni pecados mayores ni vicios menores al individuo, quien, en realidad, es el hombre creado por Dios. En la Ciencia Cristiana, se ve al hombre como la idea divina y perfecta de Dios, una idea sin pecado, pura e irreprochable. El error, el mal y las equivocaciones jamás han formado parte del hombre de Dios, porque jamás han formado parte de Dios, el creador impecable del hombre. Por lo tanto, no forman parte de nuestra verdadera naturaleza y no tienen existencia real. Cuanto más establezcamos la separación entre el individuo y la pretensión del pecado, al comprender que el pecado no está apoyado por nada y que la identidad pura del hombre está divinamente apoyada por la realidad, tanto más contribuiremos a que haya una atmósfera de amor en donde se pueda llevar a cabo un continuo desarrollo espiritual.

Jesús debe de haber efectuado esta separación del pecado en muchas personas. Durante la crucifixión, Pedro negó haber estado asociado con Jesús, y, más tarde, lloró arrepentido (ver Marcos 14:66–72). Pero después de la resurrección de Jesús, Pedro tuvo el privilegio de recibir instrucciones de Jesús con respecto a la demostración del discipulado cristiano (ver Juan 21:15–17). Asimismo, en la muy conocida parábola del hijo pródigo, Jesús nos muestra el amor de un padre quien perdona instantáneamente a su hijo arrepentido (ver Lucas 15:11–32). ¡Con cuánta ternura nos enseñó Jesús que el perdón acompaña siempre el carácter del Cristo que el hombre posee!

A menudo, sin embargo, surge la pregunta: ¿Cómo podemos perdonar cuando parece que las cosas más imperdonables están tan profundamente arraigadas en la consciencia?

¿Acaso no encontramos la respuesta cuando recurrimos por completo al Cristo, la Verdad, a fin de comprender la verdadera consciencia del hombre como reflejo de la Mente divina? Dios no conoce ni mantiene un historial de nuestras faltas ni de las ajenas. El conocimiento del pecado no está enclavado en el reino de la realidad divina ni jamás lo ha penetrado. Dios, la Mente divina, conoce, ve y está consciente del hombre tal como él es en la realidad divina, como Su propio hijo, perfecto e inmaculado. En realidad, el hombre, como idea de la Mente divina, jamás se ha separado de Dios; como la perfecta expresión del Espíritu, el hombre jamás ha cometido un pecado; y como la manifestación pura del Amor divino, nadie lo puede acusar de mal o error alguno. La única consciencia que en realidad poseemos como reflejo de Dios, es lo que la Biblia llama “la mente de Cristo” (ver 1 Cor. 2:16).

No obstante, es importante darnos cuenta de que esta verdad acerca de la naturaleza pura e impecable de la realidad espiritual, no nos releva a nosotros ni a los demás de la necesidad de abandonar los pensamientos y acciones que son contrarios a la voluntad de Dios. Cuanto más oremos para expresar y demostrar el amor puro de la Mente divina, tanto más libre de resentimiento, dolor e indignación estará nuestro pensamiento. Estaremos, en cierto grado, vistiéndonos de “la mente de Cristo”, la cual percibe al hombre como Dios lo conoce. Cuanto más nos acercamos a Dios, tanto más vemos la pureza innata del hombre. En la consciencia divina no hay nada que perdonar.

En Escritos Misceláneos leemos: “Cada año nuevo, goces más elevados, aspiraciones más sagradas, una paz más pura y una energía más divina debieran renovar la fragancia del ser”.Esc. Mis., pág. 330. De manera que cada Pascua de Resurrección puede ser una ocasión espiritual para que nos preguntemos: “¿Estoy contribuyendo a la atmósfera sanadora del pensamiento con la fragancia del verdadero perdón cristiano?”

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