Suponga que dejó su antiguo empleo para trabajar por una causa buena y había comenzado a ver los buenos resultados de lo que hacía. Cuando, de pronto, todo el esfuerzo se desmoronó desastrosamente. No sería de sorprenderse si, a pesar de todo lo invertido, dejara atrás todas las pérdidas y volviera a sus negocios de costumbre.
Pero, ¿no es algo sorprendente que los discípulos de Cristo Jesús, en los días siguientes a la crucifixión, volvieran a su antiguo trabajo, es decir, a pescar? Bueno, nos decimos a nosotros mismos, él les dijo que sería resucitado. Y ellos sabían que él ya había resucitado a otros de la muerte, por ejemplo, a la joven hija de Jairo y a Lázaro que había estado en la tumba durante cuatro días. Los discípulos tenían que saberlo mejor que otros.
Sin embargo, si los vemos desde esta perspectiva, perdemos una lección importante, la cual podemos poner en práctica ahora mismo. Aunque nos sintamos cada vez más desesperados al no encontrar solución a la sequía o al hambre en Africa, o estemos asustados por el agravamiento de la guerra o del terrorismo, o luchando con una enfermedad que reaparece, o peleas familiares reiteradas, lo que esos discípulos aprendieron en los días oscuros que siguieron a la crucifixión, nos ofrece las soluciones. Sus primeras reacciones no son diferentes a las que escuchamos hoy en día cuando los noticieros informan sobre tragedias casi todas las noches.
Los discípulos estaban prácticamente paralizados por el pesar. Y sintieron que estaban en peligro. El mismo Pedro había sido interrogado cuando estaba en la casa del sumo sacerdote, la noche en que Jesús fue arrestado. Y para protegerse, negó conocer a Jesús. Puede ser que otros discípulos se hayan escondido por temor a las autoridades. La imagen lúgubre de la crucifixión, puede que por un tiempo haya apagado toda esperanza de resurrección. Es posible que algunos de ellos hasta hayan pensado en sí mismos lo que sus enemigos dijeron en la cruz: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar”. Marcos 15:31. Y si él no pudo salvarse a sí mismo, ¿qué podemos hacer nosotros?
Algunos de ellos, ante una sugerencia de Pedro, decidieron ir a pescar. Pero no fue una noche fructífera. No pescaron absolutamente nada. A la mañana siguiente, Jesús, que había resucitado, estaba en la playa observándolos. Pero al principio, no lo reconocieron. Lo que les dijo cuando oyó que no habían pescado nada, obviamente fue más que un consejo para pescar mejor. “Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis”. Ver Juan 21:1–6.
La orden de Jesús muestra la diferencia radical entre la tendencia humana a seguir con la rutina diaria ante una pérdida, y el poder transformador del Cristo. Es fundamental entender esta diferencia para ir más allá de los ciclos de la tragedia que enfrentamos en la escena internacional y en la privacidad del hogar.
Cuando un alboroto demasiado familiar aparece en nuestra comunidad o cuando un argumento amargo empieza nuevamente en nuestro hogar, tal vez sintamos que nosotros no hemos pescado nada, nada de la esperanza y del poder del cristianismo. Y que no hemos alcanzado nada de su ley práctica como se revela en la Ciencia Cristiana.
Por cierto que frecuentemente parece que nuestro mundo sigue retrocediendo a los antiguos métodos. La mente humana, al perder la esperanza en la resurrección, retrocede una y otra vez — después de cada tragedia, cada crisis, cada pérdida — a las mismas estrategias, bien intencionadas pero limitadas. Recurre a aptitudes y recursos personales, a acuerdos humanos inciertos entre facciones y conflictos egoístas y a provisiones materiales mermantes. Sin embargo, el Cristo, el Salvador resucitado, nos llama tiernamente para que nos apartemos de los métodos anticuados y de las vacías eperanzas. Nos exhorta a que salgamos de lo rutinario hacia la resurrección y la vida.
El triunfo de Cristo Jesús sobre la tumba rompió el ciclo de la mortalidad. Proclamó la vida, vida que no viene de la materia, la pérdida y la desesperanza y vuelve a ella, sino la vida en Dios y de Dios, la única Vida que existe.
Cada contacto que Jesús tuvo con sus seguidores en los días que siguieron a la resurrección, destacó el triunfo espiritual de la Vida sobre la muerte. Aunque María había ido a la tumba para ungir un cuerpo muerto, Jesús le mostró que estaba vivo. Y le dijo que diera las nuevas de la resurrección a los discípulos. Esto fue el comienzo de su trabajo, no el fin.
Los dos discípulos que caminaban hacia Emaús estaban tan llenos de pesar que no reconocieron a Jesús. Pero cuando les habló una vez más acerca de las promesas de las Escrituras, como debe haberlo hecho muchas veces durante su ministerio, se despertaron. Y deben de haber sentido mucho más que antes que esas promesas se estaban cumpliendo, que la voluntad de Dios se cumple.
Jesús se acercó a Tomás, quien se resistía a creer hasta que pudo tocar las heridas que Jesús recibió en la cruz. Lo que Jesús demostró a Tomás, une la resurrección a las otras obras de Jesús. Muestra que las curaciones, así como la resurrección, tenían el propósito de revelar la naturaleza espiritual de la realidad. Demuestra que todo está bajo el gobierno de Dios y que podemos reconocer y demostrar ese gobierno.
En cada uno de estos encuentros, los discípulos tuvieron el desafío de abandonar los métodos antiguos y confiar plenamente en el poder espiritual. Necesitaban este crecimiento. Tenían que aprender que la posición personal o política, la fuerza física y aun el intelecto humano, no podían promover el cristianismo o destruirlo. Esta transformación era indispensable para su éxito como cristianos, y también lo es para el nuestro.
“El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha”, Juan 6:63. dijo Jesús. Y su resurrección de la muerte probó que Dios, el Espíritu, da vida, mantiene la vida y es su sustancia verdadera. La resurrección mostró, sin lugar a dudas, que el hombre es verdaderamente indestructible, porque es la creación espiritual de Dios. También mostró lo inútil que es tratar de solucionar el problema de la vida sobre algo que no sea la base del Espíritu omnipotente.
Cuando aprendieron lo que necesitaban aprender de la resurrección y echaron sus redes a la derecha, los discípulos pudieron, sin temor, seguir adelante en el camino de predicar y curar cristianamente, camino que Jesús señaló. Al escribir sobre el cambio radical que tuvieron, la Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “Su resurrección fue también la resurrección de ellos. Les ayudó a elevarse a sí mismos y a elevar a otros del embotamiento espiritual y de la fe ciega en Dios a la percepción de posibilidades infinitas”.Ciencia y Salud, pág. 34.
Su resurrección es también nuestra resurrección. No es que Jesús nos libere de la responsabilidad de elevarnos nosotros y a los demás, como la Sra. Eddy dice, “del embotamiento espiritual y de la fe ciega en Dios a la percepción de posibilidades infinitas”, sino que nos mostró las bases para esta resurrección diaria y nos dio la prueba del Cristo siempre presente.
La influencia del Espíritu divino que Jesús ejerció para transformar vidas, curar al enfermo y levantar al muerto, está aún con nosotros. Y está actuando en nosotros. El Espíritu es aún el origen de la vida y lo que la sostiene. Y el Espíritu aún estimula. Pero no podemos esperar descubrir esta verdad o experimentar su poder si seguimos echando nuestras redes del lado equivocado, si seguimos dando por sentado que cuando un recurso material falla, otro tiene que tomar su lugar.
El fracaso de los recursos materiales es realmente la decadencia de la fe que la mortalidad pone equivocadamente en sí misma. A medida que el Cristo eleva nuestra fe más alto, reconocemos el bien infinito de Dios y Su poder. Vemos los recursos espirituales que tenemos ya a nuestro alcance, y vemos el bien que podemos y debemos hacer.
Podría decirse que los discípulos llegaron a ser apóstoles no sólo de nombre, sino en algo más, cuando vieron que podían vivir sobre las mismas bases que lo hizo su Maestro. Como, por ejemplo, cuando aceptaron el desafío de vivir sobre la base de un Dios infinito, el Espíritu, que es todo poderoso y que no puede tener oposición. Por supuesto que las cosas no mejoraron inmediatamente para ellos. La persecución no se detuvo; las amenazas no cesaron. Pero tampoco cesaron las curaciones, la protección y las conversiones.
La exigencia de estos tiempos no es diferente de la que ellos enfrentaron. No es una necesidad imperiosa de volver a los “viejos buenos tiempos”, o simplemente sostener sistemas humanos o construir un mundo nuevo y valiente de los escombros del viejo. La exigencia es todavía resucitar y vivir. Nos despojamos del hombre viejo, de los métodos viejos, mediante el poder transformador del Cristo. Podemos hallar y alentar en nosotros y en los demás la evidencia del hombre nuevo, cuya naturaleza es espiritual, “escondida con Cristo en Dios”. Col. 3:3. El vivir esa naturaleza esa naturaleza abre las puertas que parecían cerradas, encuentra agua en la roca y en el desierto, y nos da una base para la reconciliación donde antes había lucha.
No tenemos que tener miedo o sentirnos tristes de despojarnos del hombre viejo, pero sí se requiere que hagamos lo que precisamente hicieron los apóstoles. Debemos defendernos del odio y del cinismo con amor incansable. Debemos amar la pureza espiritual del hombre, confiando en que este reconocimiento a la manera del Cristo sana. Debemos enfrentar la falta de ley en nosotros y en los demás sobre la base inamovible de que hay un Dios, un Legislador. Debemos enfrentar sin temor todo lo que parezca amenaza, porque el Amor divino no nos ha dejado solos. “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filip. 2:13.
La convicción de los apóstoles de que no estaban actuando solos aparece en forma muy conmovedora en estas palabras del último versículo del Evangelio según San Marcos: “Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían”. Marcos 16:20. Satisfacemos la exigencia de nuestra época tal como lo hicieron los apóstoles, mediante el poder del Espíritu actuando con nosotros y en nosotros. A medida que hagamos esto, no sólo nuestras vidas y nuestras familias se estimularán, sino también nuestro mundo sentirá el poder alentador y salvador del Espíritu. Y la resurrección y la vida — no los métodos viejos — llegarán a ser los métodos de nuestro mundo.
