Al notar aburrimiento en los rostros de dos visitantes de la clase para jóvenes mayores de la Escuela Dominical de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), el maestro comenzó la clase preguntando: “¿Qué creen ustedes que haríamos si Cristo Jesús viniera caminando por la calle en sentido contrario al nuestro, vestido a la moda actual, en lugar de llevar una túnica de acuerdo con la moda de aquel tiempo, una larga cabellera y barba?” Luego, él mismo respondió a su pregunta, más o menos con estas palabras: “Si miráramos hacia abajo, jamás lo veríamos. Pero si levantáramos la vista y lo viéramos, tal vez nos quedaríamos inmediatamente maravillados, como a muchos les ocurrió en su época. Estoy seguro de que yo pensaría: ¿Quién es? ¿Qué hay en él? ¿Hacia dónde va, y, por qué?, pues estaría yo viendo la expresión más perfecta del hombre real que el mundo jamás haya conocido — tan lleno de gracia, luz, inteligencia, poder espiritual y amor, que, de ninguna manera, nadie lo podría ignorar — sin que Jesús dijera una sola palabra. Si vale la pena aprender acerca de esto, quédense en la clase. Ustedes decidan”. Y se quedaron.
Todo Científico Cristiano anhela dar a sus parientes, amigos y vecinos la explicación cabal de lo que significa la verdadera naturaleza del hombre en el mundo actual, desde el punto de vista de la Ciencia Cristiana. Pero sabemos que no sería de ninguna ayuda tratar de convertir a la gente. Tres cosas son necesarias: el momento oportuno; las palabras correctas e inspiradoras, que no son fáciles de encontrar; y, sobre todo, alguien que esté dispuesto a escuchar. Aun para dar un trozo de pan se requiere que haya alguien que lo acepte. Lo mismo ocurre con las ideas. En la época de Jesús, había gente cuya mente estaba tan herméticamente cerrada que no quería escuchar ni al mismo Maestro. Podríamos invitarnos unos a otros para ver nuestros jardines, pero a menos que aceptemos la invitación y permanezcamos de visita por unos momentos, no nos podríamos llevar a casa las ideas, raíces y tallos que podríamos usar para embellecer más nuestros jardines.
Pero, volvamos al tema de la naturaleza real del hombre. ¿Qué es esta naturaleza? ¿Es humana? ¿Es un cerebro? ¿Es fuerza muscular? ¿Surgió de un conglomerado casual de sustancias químicas que se desarrollaron partiendo del mono hacia el hombre? Si es así, ¿qué fue lo que hizo que esta naturaleza del hombre trajera curaciones instantáneas a miles de personas y encendiera tal luz que la ortodoxia materialista, temiendo su fin, tratara de extinguirla por medio de la crucifixión? Si es sólo la primera, la naturaleza humana — el ser mortal, formado de elementos físicos — entonces estamos todos condenados a volver al polvo, del cual parece que procedemos.
Pero si la última es válida — la individualidad de ánimo espiritual — entonces Cristo Jesús demostró otra clase de naturaleza (no un Dios de forma humana); y eso es de suprema importancia para todos.
Supongamos que por un momento, brillante y glorioso, pudiéramos aceptar y considerar la posibilidad de que la materia (el polvo) no es la base del verdadero hombre; que la mortalidad, totalmente circunscrita como es, es sombra, no realidad; que, en cierta medida, hemos estado mirando hacia la dirección incorrecta, marchando al compás equivocado. Entonces, ¿qué hacemos?
Es de suponerse que nuestros sentidos físicos nos gritarían inmediatamente que no aceptáramos tal concepto de la vida. Es como si los sentidos nos dijeran: “Somos los árbitros de lo que es real. Lo que puedes tocar y ver, es real. Tienes que creernos, no busques nada más. La gran mayoría cree en nosotros. ¿Por qué tienes que ser diferente?” Pero, ¿por qué no salir de la multitud y buscar una respuesta mejor?
¿A dónde podemos recurrir? ¿A la Biblia? Puede que, en seguida, el rechazo levante su cabeza nuevamente. Pero, ¿por qué no recurrir a la Palabra de Dios? ¿Cuánto hace que la mayoría de la gente realmente ha examinado la Biblia? Tal vez, algunos la hayan mirado de vez en cuando, y recuerden a medias un versículo o dos; otros ni tan siquiera hayan hecho eso. No obstante, la Biblia es conocida como el Libro de libros. Es allí donde está la respuesta, y en donde siempre ha estado. Al leer la Biblia por primera vez, podría parecernos que es como mirar un sembradío de trigo que recién empieza a brotar. Desde cierta perspectiva, no podríamos ver sino tierra desierta. Pero, desde una perspectiva diferente, de repente se ven pequeños brotes verdes, relucientes, que anuncian la cosecha que se aproxima.
La manera de obtener la perspectiva correcta, en lo que se refiere a la Biblia, es una cuestión que exige, como punto de partida, un concepto correcto acerca de Dios. No hay mucha gente que hoy acepte que haya un dios humano de gran tamaño y semejante al hombre, que habita en algún lugar arriba en las nubes. Por el contrario, es más razonable considerar que la Mente infinita e inteligente sea una Deidad en la que se puede creer. Esta descripción de inmediato nos da en qué pensar. Provee una fuente lógica y creíble de los efectos de la inteligencia que todos vemos a nuestro alrededor, los que son más difíciles de atribuir a la materia carente de inteligencia, al barro primitivo.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, toma su autoridad de la Biblia y da esta definición de Dios: “El gran Yo soy; el que todo lo sabe, que todo lo ve, que es todo acción, todo sabiduría, todo amor, y que es eterno; Principio; Mente; Alma; Espíritu; Vida; Verdad; Amor; toda sustancia; inteligencia”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 587.
Merece hacer una pausa para disfrutar de la armonía de la presencia de tal Dios. Pero, ¿qué tiene que ver esto con la naturaleza del hombre? En una palabra, ¡todo! Los mortales temporales parecen surgir del barro y volver a él. Pero la Primera y sola Causa, la Mente inteligente, única y eterna, tiene que ser el autor de hijos inmortales e inteligentes. Lo semejante produce su semejante; éste es el modo universal para todas las cosas vivientes.
El libro del Génesis parece haber presentado dos puntos de vista diametralmente opuestos acerca de la creación, uno a continucaión del otra, para que pudiera verse claramente el contraste. No obstante, con frecuencia son considerados como si fueran uno sólo, y esto ha confundido a los teólogos con problemas que no tiene una solución lógica; con la creencia en un Dios que comete errores, que crea la mortalidad, y que deja en mano de Sus hijos la tarea de ocuparse de su propia salvación lo mejor que puedan.
Consideremos en primer lugar el segundo punto de vista. En parte dice: “[Pero] subía de la tierra un vapor... Entonces Jehová Dios [no el Elohim del capítulo 1 del Génesis] formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida”. Gén. 2:6, 7. Pero, agregando un pero a otro, los vapores no iluminan, sino que oscurecen. ¿No es acaso el hombre formado del polvo nada más que el concepto temporario y limitado acerca del hombre, que ninguno, si se le diera a elegir, quisiera ser; en otras palabras, un mortal sujeto a la muerte?
Considerando el otro punto de vista, el del capítulo 1, vemos que la esperanza se eleva. El trigal espiritual de la Biblia nos de la firme seguridad de cosas mejores. “Y creó Dios [Elohim] al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”. Gén. 1:27. Podemos ver fácilmente por qué la Biblia relata que fue a este hombre a quien Dios dio dominio. El hombre creado del polvo riñe, teme y lucha, pero jamás logra dominio verdadero y permanente sobre el mundo. El polvo parece tener dominio sobre él. Pero el Dios eterno es progenitor de lo espiritual y eterno solamente; lo semejante produce su semejante. No es de extrañarse que Cristo Jesús pudo prometer vida eterna a aquellos que comprendieron su mensaje concerniente al reino de Dios dentro de nosotros. Las experiencias que tenemos dependen en gran manera de la dirección en que miramos: hacia el concepto del hombre creado del polvo o hacia el hombre espiritual.
Una de las maravillas de la Biblia es su aplicabilidad a la época en que vivimos. Cualquiera puede recurrir a ella, e inspirarse de tal manera por los puntos de vista nuevos y verdaderos acerca de Dios y del hombre que la curación se efectúa de manera natural en todo aspecto de la vida humana. El profeta predijo la venida del Mesías, el que sería el Salvador de la humanidad. Pero, ¿es realmente posible creer (aun cuando respetemos y amemos a quienes lo han creído) que la crucifixión de Jesús fue un sacrificio para aplacar la ira de Dios por los pecados del mundo? ¿Qué clase de Dios hubiera dispuesto una tragedia tan terrible? Jesús hizo grandes esfuerzos para poner al descubierto la distancia, vasta e insalvable, entre la irrealidad material y la realidad espiritual, y mediante su crucifixión y resurrección demostró plenamente la naturaleza indestructible del hombre espiritual, el hijo de Dios, el hombre que la Biblia revela que cada uno de nosotros en realidad es.
La respuesta de la Sra. Eddy a la pregunta, “¿Qué es el hombre?”, contiene estos pasajes poderosos: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. La materia no es esa semejanza... El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico”.Ciencia y Salud, pág. 475. Aquí está la esperanza para la humanidad, cansada de mortalidad.
No hay en parte alguna ningún Científico Cristiano que pretenda haber sondeado la profundidad total de la Biblia, saber todo el significado de las palabras de la Sra. Eddy, o que haya hecho más que probar en cierto grado la aplicabilidad de estas palabras a las necesidades más profundas de la humanidad. Pero cada uno de ellos reconoce con gozo que el estudio y la práctica de su religión, ha puesto sus pies en el camino ascendente, sacándolos del polvo de la materialidad, de la trampa de la materia, hacia la comprensión de la gloria de la presencia de Dios y de su propio ser espiritual. Este ser verdadero es el don que otorga el Padre: la naturaleza verdadera del hombre, espiritual y eterna.
