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Machismo o cristianismo: ¿Cuál será nuestro modelo?

Del número de marzo de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Qué dice la Ciencia Cristiana sobre la calidad de ser hombre? ¿Qué significa ser verdaderamente varonil? Aunque hay pasajes importantes en la Biblia y en las obras de Mary Baker Eddy sobre este punto, el que escribe encontró muy útil un pasaje en particular. Está en el libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, y dice: “Desechad la creencia de que la mente está, incluso temporariamente comprimida dentro del cráneo, y pronto seréis más hombre o más mujer”.Ciencia y Salud, pág. 397.

¡Qué desafío para las nociones que generalmente se aceptan sobre lo que promueve la naturaleza varonil! El hombre verdadero empieza a aparecer cuando un individuo enfrenta y domina valientemente la creencia de que es un animal macho gobernado por el predominio de lo físico y por las pasiones carnales. La verdadera naturaleza varonil se desarrolla al someter el ego masculino dominador, al subordinar el pensamiento y el deseo a la voluntad de Dios y a la naturaleza divina. La aceptación universal de que el cuerpo del hombre define su identidad y masculinidad, es una creencia que ha llegado mediante la educación y que puede reemplazarse con el modelo más elevado y más espiritual de hombre que ejemplificó Cristo Jesús.

Esto puede parecer una exigencia muy grande. ¿Quién puede reclamar más que la más humilde aproximación a la calidad varonil suprema del Maestro? ¿Es posible pensar que podríamos ser semejantes a él? Sí, es posible reconocer las falsas creencias y rasgos de carácter que se encuentran en el hombre mortal y empezar a dominarlos por medio de la Ciencia Cristiana. Cada día nos trae oportunidades para obtener un conocimiento de sí mismos y un entendimiento espiritual mayor, que son las claves para dominar cada exigencia del yo mortal.

Uno podría empezar por preguntarse: “¿Cómo puedo definir mejor la naturaleza varonil? ¿En términos acerca de lo físico: musculatura, fuerza física, proeza atlética? ¿O en términos de agresividad o de la habilidad para controlar a otros mental o físicamente?” Este es, por lo general, el criterio del hombre para juzgar la masculinidad de cada uno. El hombre o el estereotipado “todo un hombre” es a veces uno cuya “superioridad” sobre otros es primordialmente física. Los torpes, los que no son atléticos, los que no son agresivos, son mirados muy a menudo como “maricas” o afeminados.

Ahora bien, no hay obviamente nada malo en ser atlético o en disfrutar actividades físicas fuertes. Pero cuando se toma esto como definición de naturaleza varonil, nos estamos engañando. La adoración al físico destaca la corporalidad, la animalidad; y este énfasis se hace a expensas del sentido espiritual y del progreso. Ciencia y Salud nos dice: “La adoración pagana empezó rindiendo culto a la musculosidad... ” Ibid., pág. 200. El paganismo de adorar al cuerpo, en cualquier forma, oscurece las cualidades del hombre verdadero, que no son físicas y agresivas, sino espirituales y semejantes al Cristo.

El que escribe, aprendió algo sobre lo que está diciendo en el Ejército de los Estados Unidos. Aunque me crié como Científico Cristiano andaba sin rumbo y sin un propósito firme. Me dediqué, en gran manera, a las artes marciales, llegando a ser finalmente maestro de un tipo del estilo kung-fu chino. Si bien no podía aceptar la filosofía dualística oriental, estaba casi totalmente absorto en mi cuerpo y sus capacidades bajo el intenso entrenamiento mental y físico.

Cuando salí del Ejército, empecé a trabajar en una institución grande como guardia de seguridad. Cada vez me sentía más y más confundido por la incompatibilidad entre mi entrenamiento en las artes marciales y la Ciencia Cristiana. Traté de razonar como si fuera un deporte, pero a diferencia de otros deportes tales como el judo al estilo olímpico o el aikido, las técnicas que había aprendido a usar tenían un solo propósito: mutilar, lastimar o matar. Y aunque la filosofía de varias artes marciales enseña una especie de “no violencia” y un “camino de paz”, la línea básica es la respuesta física al ataque, que generalmente trae resultados devastadores al que ataca.

Pero sencillamente no podía olvidarme de las palabras de Cristo Jesús: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra;” y: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”. Mateo 5:38, 39, 44.

Pero, ¿realmente esperaba Jesús que yo no me defendiera físicamente cuando me amenazaran o me atacaran? Llegué a la conclusión de que sus palabras debían aplicarse a un santo — o a un marica — pero no a un hombre verdadero. Sin embargo, las palabras del Maestro no me dejaban en paz y tenía una lucha interior.

Entonces, un día cuando estaba trabajando, un hombre muy grande vestido solamente con una sábana blanca y gritando que era “Dios”, entró en uno de los edificios. Luego de dejar fuera de combate a dos policías a puñetazos y puntapiés de karate, pateó una puerta de metal, la abrió y escapó a la parte superior del edifico que está enrejada, donde podría, prácticamente, haber resistido a un ejército.

Reconocí inmediatamente que ese hombre era una de las personas con quien yo había hecho ejercicios en la Asociación Cristiana de Jóvenes local. En su condición mental de ese momento, podía ser la persona más peligrosa para enfrentar. Todos mis años de entrenamiento en las artes marciales me decían que solamente un golpe o algo peor podría detener a un oponente tan loco. Me sentí aterrado y hasta enfermo al pensar en ello.

Ahí estaba yo, un Científico Cristiano, que supuestamente confiaba en Dios y en el poder de la oración, y en lo único que podía pensar era en un combate físico, en el dolor y aun en la muerte. Me horroricé ante el elemento animal del pensamiento humano que estaba realmente excitado y deseoso de combatir. Como Goliat, la mente carnal gritaba: “Dadme un hombre que pelee conmigo”. 1 Sam. 17:10.

Rechacé de todo corazón este falso sentido de valentía de hombre y oré para ver el amor de Dios y Su gobierno de la situación. Tuve una lucha mental muy grande para superar años de pensamientos arraigados y modelos de reflejos condicionados, pero finalmente apareció algo de luz espiritual. Los otros miembros del personal de seguridad eran también Científicos Cristianos, y yo sabía que ellos también estaban orando, así como los demás que habían sido informados sobre la situación. La preocupación inmediata era que la policía le disparara al hombre debido a su extrema violencia y destreza mortal. Según el sentido humano parecía que solamente podía haber una solución violenta que causaría tanto a los policías como al hombre serias heridas.

Pero el Amor divino dominó completamente la situación. Nuestro jefe del personal de seguridad, que era Científico Cristiano, con gran valor moral y una confianza absoluta en el poder de Dios, subió por un estrecho pasaje y empezó a hablar con el hombre trastornado. (Yo me quedé cerca de él para ayudarlo.) Fue una de las cosas más conmovedoras que he presenciado en mi vida. Poco a poco cambió con mucho amor las amenazas de violencia del hombre y lo convencimos para que bajara. Fue un práctico tratamiento de Ciencia Cristiana. Desaparecieron el temor y el odio. Verdades científicas y espirituales se afirmaron. Y aunque hubo algunos contratiempos, se sanaron rápidamente. El temor y la animosidad de los policías desaparecieron, y como dijo más tarde un policía, “fue un milagro”.

Este suceso trajo un cambio en mi vida. Me demostró la superioridad absoluta del poder del Cristo sobre el seudopoder de la mente y el cuerpo humanos. Esta respuesta espiritual era lo único que podía dar seguridad completa tanto al hombre trastornado como a quienes querían ayudarlo. Me di cuenta de que mis refinadas habilidades físicas y mentales eran más bien dañinas que útiles, porque me permitían reaccionar sólo físicamente en lugar de espiritualmente frente a situaciones adversas. Deseé tener más práctica y habilidad para confiar en el poder de Dios, que no hace daño a nadie sino que protege y sana a todos. Se desvaneció mi preocupación con las artes marciales y su poder basado en la mente y el cuerpo. Y, para mi sorpresa, me sentí más seguro que nunca y sin temor al confiar en Dios, que cuando confiaba en las artes marciales para defenderme. Más adelante, tuve pruebas convincentes de que “volver la otra mejilla” es realmente posible y que no trae castigo cuando se confía en el cuidado y la protección de Dios.

Romper con la educación material y las creencias generales acerca de que uno es un ser humano masculino, requiere una práctica diaria en cada detalle, de la misma manera que se hace al dedicarse a las artes marciales o al atletismo profesional. Es muy fácil aceptar la agresión física y mental y el sentido permanente de dominio que caracteriza lo peor del sentido mortal de masculinidad. Es muy posible que no siempre nos demos cuenta hasta qué punto estamos viviendo las diversas creencias biológicas y culturales sobre el hombre, que parecen tan “naturales”. Por lo tanto, es necesario hacer un examen sincero de sí mismo, además de tener una disciplina propia que caracteriza al discípulo cristiano, es decir, un sistema de entrenamiento espiritual.

Al referirse Pablo a los atletas de su época, escribió: “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”. Al desarrollar la metáfora, declara: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea al aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre”. 1 Cor. 9:25–27.

Esta forma de dominio corporal es la clave de la verdadera naturaleza varonil. Pero la autodisciplina que Pablo recomienda es de naturaleza completamente diferente a la del control que pueda adquirir quien se dedica a las artes marciales o al atletismo por medio de la voluntad humana y el entrenamiento físico. El dominio cristiano del cuerpo se obtiene al someter el sentido material del ego y del cuerpo a la verdad del ser espiritual tal como se revela en la Ciencia Cristiana. El dominio es el resultado de cultivar, a la manera del Cristo, la sobriedad, la compasión y el afecto. Es obtener un mayor dominio sobre el cuerpo, las pasiones, los apetitos y el intelecto, al someterse a la voluntad divina y abandonar progresivamente las modalidades humanas. Como declara Ciencia y Salud: “El ‘deseo de la carne es contra el Espíritu’. Así como el bien no puede coincidir con el mal, tampoco la carne y el Espíritu pueden unirse en acción... Hay un solo camino — a saber, Dios y Su idea — que nos lleva al ser espiritual. El gobierno científico del cuerpo tiene que lograrse por medio de la Mente divina. Es imposible obtener el dominio sobre el cuerpo por otro medio”.Ciencia y Salud, pág. 167.

El hombre que desea tener un control genuino sobre su cuerpo y estar libre de las vulnerabilidades y responsabilidades de la virilidad mortal, puede obtener ambas cosas al entender a Dios y Su idea lo cual se obtiene viviendo cristianamente. La verdadera calidad de hombre — que se manifiesta en fuerza apacible, valor moral y humilde confianza en sí mismo inspirada en Dios — aparece inevitablemente cuando se desafía científicamente la creencia de que uno es un animal macho con impulsos carnales. El cuerpo no es el destino. Cada hombre tiene un destino más alto en Cristo: hacer que se manifieste la idea espiritual, que es su verdadera identidad, y bendecir a toda la humanidad al reflejar la paternidad de Dios que sana y protege.

Uno puede vivir cada día motivado por la gracia de entender que, como idea de la Mente, uno es completo en sí mismo y se siente totalmente satisfecho al estar consciente de la Vida, la Verdad y el Amor. La masculinidad y feminidad de Dios son una en reflejo, una en el ser. La idea de Dios, el hombre, no es sexual. El hombre no conoce división o desunión de las cualidades masculinas y femeninas, aunque los elementos de la individualidad permanecen eternamente diferentes. Verdades como éstas llevadas al sentido humano de la naturaleza varonil y practicadas diariamente en cualidades cristianas, crean un “hombre nuevo”, para usar el lenguaje de Pablo.

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”, Rom. 12:2. es el consejo inspirado de Pablo. Nadie tiene por qué conformarse con el punto de vista del mundo sobre el hombre y su naturaleza varonil. Ser cristiano no le quita nada de su naturaleza varonil al hombre, sino que la promueve quitando las distorsiones del concepto carnal. La Ciencia Cristiana nos hace mejores padres, hijos, esposos y amigos. Nada de lo verdaderamente bueno en nuestro concepto sobre la naturaleza varonil actual puede perderse con la “renovación de [nuestro] entendimiento” por medio del Cristo, la Verdad. El hombre-Cristo es el hombre que realmente estamos destinados a ser, la aparición del hombre semejante a Dios que somos en la Ciencia.

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