La noche antes de salir de mi hogar para trabajar en el Ministerio de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, abrí la Biblia en estos versículos “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?... Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”.
Estas palabras del Salmo ciento treinta y nueve (versículos 7, 9 y 10), permanecieron como un faro, como una fuerte certeza de la siempre presencia de Dios, a lo largo de una extensa y recompensadora carrera. La carrera misma, con sus frecuentes cambios de escenario y acción, y sus diversos nombramientos para servir en las capitales de diferentes partes del mundo, se convirtió — gracias a la Ciencia Cristiana — en una odisea espiritual que me guió de la superficialidad placentera de ser una empleada del Ministerio de Relaciones Exteriores quien era al mismo tiempo Científica Cristiana, hacia el difícil pero más recompensador terreno de ser una Científica Cristiana quien al mismo tiempo trabajaba para el Ministerio de Relaciones Exteriores. Y en proporción directa a la prioridad que di a la Ciencia Cristiana en mi vida, hubo progreso en cada aspecto de mi carrera.
En todos los países en los que serví, menos en dos, había o bien una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, o una Sociedad de la Ciencia Cristiana. Al afiliarme a una u otra al principio de cada nombramiento, pude dejar establecido un inmediato sentido de hogar. El ser miembro también me ayudó a obtener una percepción espiritual del país mismo — percepción que grandemente aumentó tanto mi comprensión del país en que servía como mi amor por él. (Estoy profundamente agradecida a aquellas iglesias y sociedades de la Ciencia Cristiana que celebran servicios religiosos no sólo en inglés, sino en el idioma nativo. Sé, por experiencia, la enorme dedicación y el esfuerzo que esto implica. También sé la recompensa espiritual que esto proporciona.)
Al principio de mi carrera, y poco después de haber llegado a un país donde no había iglesia filial o sociedad, nuestro encargado de negocios fue advertido por el gobierno anfitrión que esa tarde esperaban una demostración frente a la embajada. Aunque se esperaba que fuera ordenada, nuestro encargado de negocios tomó la precaución de mandar a la mayor parte del personal a su casa. Solamente él y un reducido número del personal, entre ellos yo, permanecimos.
Cuando súbitamente escuchamos el sonido de tiros de fusilería, y la gritería de las voces de la airada turba, nos dimos cuenta de que esto no era una demostración común orquestrada por el gobierno. Fuerzas externas estaban a cargo; y para el tiempo en que la turba había llegado a la embajada, la demostración estaba completamente fuera de control. La gente salía a las calles de todas direcciones, lanzando piedras y agitando palos y rifles; y volcaron un automóvil que tenía licencia diplomática, prendiéndole fuego.
Desde la ventana donde yo estaba parada, eché una mirada al vasto mar de caras levantadas, violentas y deformadas por el odio, y me sentí paralizada de temor. Clamé por alguna verdad espiritual que me mantuviera, pero nada me vino a la mente, sino un desolado sentido de terror.
La Biblia nos dice (Proverbios 3:25, 26): “No tendrás temor de pavor repentino... Porque Jehová será tu confianza, y el preservará tu pie de quedar preso”. En ese momento, aunque yo estaba muy aterrorizada para darme cuenta de ello, tuve prueba de la veracidad de esta declaración. Me sentí fuertemente impulsada a ir a otra habitación, un aposento tranquilo donde no había nadie. Había un escritorio con un cuaderno de papel amarillo para notas. Sin una idea clara de lo que iba a hacer, me senté, tomé el cuaderno y comencé a escribir. Después de haber escrito tres palabras, me di cuenta de que estaba escribiendo los sinónimos de Dios, que aparecen en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 587): “Principio; Mente; Alma; Espíritu; Vida; Verdad; Amor”. Para el tiempo en que había escrito Amor, el terrible y mesmérico temor había desaparecido.
Pude repasar los sinónimos y considerar cada uno en relación conmigo misma, mis colegas, y lo que estaba sucediendo abajo en las calles. Oré, reconociendo que cada sinónimo representaba a Dios, el bien, el único poder, la única presencia, la única acción, y que claramente ni yo ni mis colegas, ni la gente en las calles, podían estar excluidos de este universo divino.
Con un sentido de la presencia de Dios predominando en mi pensamiento, regresé a la habitación donde estaban reunidos el encargado de negocios y mis colegas. Durante el resto de la tarde, y hasta tarde en la noche, pude llevar a efecto mi labor en forma loable. El terror no regresó, aunque varias veces parecía posible que las turbas tendrían éxito en entrar en la embajada. Las tropas militares finalmente sofocaron el disturbio, y a las nueve y treinta de aquella noche, fuimos rescatados del edificio. Más tarde supimos que, a pesar de la larga batalla, el tiroteo y la violencia, solamente una persona había resultado muerta.
Para mí, la experiencia fue un punto decisivo. Hasta entonces, no me había gustado ni el país ni mi nuevo puesto. Pero en los días que siguieron, me di cuenta de que no podía darme el lujo de excluir de mi pensamiento a ninguna persona o grupo o país.
Durante este período, la definición que da la Sra. Eddy de Yo, o Ego, llegó a ser un punto importante al yo orar por unas armoniosas relaciones exteriores, y ha permanecido así desde entonces. La definición incluye estas palabras de Ciencia y Salud (pág. 588): “No hay sino un solo Yo, o Nosotros, un solo Principio divino, o Mente divina, que gobierna toda existencia... Todos los objetos de la creación de Dios reflejan a una Mente única, y todo lo que no refleje a esa Mente única, es falso y erróneo, incluso la creencia de que la vida, la sustancia y la inteligencia son mentales y materiales a la vez”.
En unas semanas, mi cambio de actitud me trajo muchos amigos entre las personas del país, así como también entre la comunidad diplómatica, y abrió completamente un nuevo mundo de actividades e intereses. Varios meses después, cuando surgió la oportunidad de ser transferida, me sentí consternada al pensar que tenía que irme. Pedí que me dejaran, y permanecí sirviendo felizmente hasta terminar mi turno de servicio normal.
Siento un profundo sentido de gratitud por los dedicados Científicos Cristianos que mantienen nuestras iglesias filiales y sociedades a través del mundo. Entre mis grandes bendiciones están el ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, y la instrucción en clase con un amoroso e inspirado maestro.
Boston, Massachusetts, E.U.A.
