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Siempre hay suficiente Espíritu para que nos levantemos y vivamos

Del número de marzo de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La mayoría de nosotros hemos leído sobre el triunfo de lo que llamamos el espíritu humano. Estos relatos intensamente conmovedores puede que se refieran a la supervivencia o a la superación de enormes escollos en la vida cotidiana. Pero, por lo general, sacan a relucir en nosotros un gran amor y un deseo de expresar más espíritu. Nos hacen sentir profundamente el interés que tenemos en que todos los seres humanos se realicen en la vida y que experimenten el bien.

Para quienes estudian Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens), el espíritu, o la inspiración, tiene una importancia indudable. Saben que el espíritu del Cristo, que ilumina al pensamiento receptivo, es lo que establece la diferencia entre la enfermedad y la salud, entre la preocupación por sí mismo y la libertad de amar.

Pero lo que el mundo generalmente denomina espíritu, parece ahora estar bajo ataque. En muchos países, la opresión se considera como algo normal. La dureza de corazón y la manipulación despiadada parecen ser cada vez más comunes en los negocios, el gobierno y la religión, aun en el “mundo libre”. El materialismo sostiene agresivamente que todo puede reducirse a la materia; y nuestro corazón se desespera a causa de esto.

Pero “lámpara de Jehová es el espíritu del hombre”, Prov. 20:27. dice un proverbio bíblico. Esta es en realidad una lámpara cuya llama es inextinguible. No hay circunstancia alguna que tenga el poder para apagarla.

Al aprender que Dios es Espíritu y que jamás está ausente, vemos que “el espíritu del hombre” es fuerte, no débil; permanente, no fluctuante. El modo de comenzar a aprender esto es tan simple como el comenzar a poner más atención en el Primer Mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Ex. 20:3. Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, dice acerca de este mandamiento: “... significa que el hombre no debe tener otro espíritu o mente sino Dios, el bien eterno, y que todos los hombres han de tener una sola Mente”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 340.

A medida que obediente y resueltamente dejamos de lado la suposición imaginaria de que nosotros, o cualquier otro, tenemos un espíritu personal que puede perderse o dañarse, y aceptamos que tenemos un sólo Espíritu, encontramos que nuestros conceptos cambian. Este proceso requiere un sólido progreso en el que se abandona el sentido personal y el egoísmo. Además, requiere que abandonemos nuestro interés por obtener una reputación mundana. Tenemos que estar dispuestos a ser pobres en el espíritu mundano y ricos en lo que Dios nos está dando. Pero, a través de esta regeneración, obtenemos firmemente el reconocimiento de que poseemos un Espíritu invulnerable y constante, en lugar de un espíritu que a veces parece ser un objeto transitorio, a merced de todas las brisas o ráfagas materialistas.

Lo que a veces se denomina espíritu en la experiencia humana es, de hecho, una chispa de la realidad divina. La única razón por la que la alegría, el valor y la animada expectativa del bien aparecen en la existencia humana es porque Dios es Espíritu. En la proporción en que empezamos a aprender esto con más precisión, comprendemos que las cualidades puras de Dios son realmente indestructibles, y que la imagen de Dios que es el hombre, posee Sus cualidades para siempre. El hombre tiene vida, actividad, inteligencia gozosa, porque refleja a Dios. Estas cualidades no pueden agotarse. Podemos decir que siempre hay “más en el lugar de donde provienen”.

Un Científico Cristiano ve estas declaraciones como la verdad científica acerca del Espíritu y el hombre del Espíritu. Puesto que estas verdades son exactas, destruyen el error que cometen los seres humanos, y, por eso, resultan en curación.

El argumento se presenta temerariamente aduciendo que hay más materialismo y más mal que bien, y que el amor y la inocencia del hombre pueden ser agobiados y abatidos. Pero esto supone, en primer lugar, que el alma está en la materia. La verdad es que sólo Dios es Espíritu y Alma, y que el hombre no posee un alma que pueda perderse. El hombre, por su propia naturaleza, es el reflejo espiritual, continuo y sustancial de Dios, único Espíritu infinito. Dios no pone espíritu en la materia, donde pueda ser destruido.

El Espíritu siempre es “más” que cualquier otra cosa que el llamado mal pueda inventar, y, por medio de la Ciencia Cristiana, comenzamos a comprobar que no sólo el Espíritu es “más” que la materia y su carencia de mentalidad, sino que el Espíritu es la única gran realidad.

La aparente falta de vitalidad, ya se llame opresión injusta y sin esperanzas, enfermedad que consume las energías, o inspiración agotada, no es verdad, sino error. Aunque los sentidos físicos no lo vean, siempre hay “suficiente” Espíritu para iniciar una vida nueva, para traer paz a las familias, detener los conflictos en las iglesias, reencauzar países enteros; suficiente como para anular la mentira del mal e impulsar a la humanidad misma hacia el cumplimiento de su destino espiritual.

Si no estuviéramos en conocimiento de los muchos casos de menor importancia en los que esto sucedió, una perspectiva a mayor escala sería meramente utópica. Pero sí sabemos de curaciones físicas efectuadas aun cuando parecía que no había vestigio alguno de esperanza ni vitalidad en que apoyarse. No tenemos que encontrar vigor en el hombre mortal o en las circuntancias mortales. De todas formas, el vigor no se encuentra allí. Después de todo, fue el “Espíritu de Dios que descendía como paloma”, Mateo 3:16. el Espíritu Santo, lo que animó y dio poder a Cristo Jesús. Su autoridad vino “de lo alto”, lo mismo que la de sus seguidores de hoy en día.

Entonces, lo que necesitamos es la Ciencia del Espíritu, que abre las puertas y ventanas del corazón a la alegría del único hecho importante, el hecho increíble para el pensamiento humano no iluminado pero maravilloso para los que son pobres en espíritu mundano. Es el hecho ante el cual todo lo demás pierde significado: el Espíritu divino es omnipresente, omnipotente, omniactivo.

Como escribió una vez la Sra. Eddy para una mañana de la Pascua de Resurrección: “El Espíritu dice a la materia: Yo no estoy allí, no estoy dentro de ti. Mirad el lugar en que me pusieron; ¡mas el pensamiento humano se ha elevado!

“La espesa oscuridad de la mortalidad ha sido penetrada. La piedra ha sido rodada”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 191.

El ejemplo de Cristo Jesús nos ayuda a percibir la naturaleza invulnerable del hombre que es el reflejo de Dios. Su resurrección nos ayuda a ver que nada jamás ha enterrado ni podrá jamás enterrar a la expresión del Espíritu.

No importa cuán grande sea el odio, la injusticia, el mal o la tragedia, el Espíritu no es dañado por la circunstancia material. Nuestra comprensión creciente toma consciencia de esto, de la eterna e inmarcesible presencia de Dios, quien es la Vida del hombre. La primera Pascua de Resurrección que tuvo el mundo, bellamente nos demuestra que siempre hay suficiente Espíritu para que nos levantemos y vivamos.

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