¿Nos damos cuenta de que, algunas veces, nos estamos clasificando a nosotros mismos o clasificando a otros negativamente? Quizás digamos que esta persona es temperamental o aquélla demasiado joven. Hasta podemos llegar a aceptar que padecemos o que otros padecen de alguna enfermedad determinada.
El clasificar humanamente es una trampa contra la cual debemos estar alerta. Quisiera tratar de robarnos nuestra primogenitura como hijos e hijas espirituales de Dios. Clasificar equivocadamente a las personas es una fase de la creencia de que el hombre es mortal, es decir, un mortal imperfecto, sujeto a falsos apetitos, lujuria, carencia, odio, enfermedad, y aun muerte.
La Ciencia Cristiana nos capacita para ver más allá de este cuadro material erróneo, y para percibir al hombre que Dios ha formado; el hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, el Espíritu divino. ¿Estamos tratando de ver la imagen de Dios allí mismo donde pareciera haber un hombre mortal e imperfecto?
La imagen de Dios es espiritual y refleja al Espíritu infinito. El Espíritu lo es Todo y es bueno, y no deja espacio para nada que sea opuesto al gobierno divino. Todo lo demás es una ilusión, es irreal. El hombre de Dios no puede estar contaminado con nada que sea desemejante al Espíritu. Siendo totalmente espiritual, el hombre puede expresar solamente las cualidades del Espíritu: pureza, bondad, alegría, salud, armonía y perfección. Quizás a veces parezca difícil percibir estas cualidades, pero existen eternamente en la Mente divina, Dios, quien infinitamente las expresa a través del hombre. A medida que tiernamente albergamos los atributos de esta Mente omnipotente y nos esforzamos por expresar más de ellos, comenzamos a percibirlos en otros también.
Al reflejar las cualidades derivadas del Amor divino — ternura, consideración, compasión y perdón — estamos obedeciendo el Noveno Mandamiento. Ver Ex. 20:16. En la proporción en que sinceramente tratamos de amar a toda la humanidad, viendo a todos como realmente son, los hijos perfectos de Dios, podemos dejar de declarar falsos testimonios contra ellos, clasificándolos erróneamente con características que no se derivan de Dios. A medida que obedecemos el mandamiento reiterado por Cristo Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, Mateo 22:39. podemos comenzar a aceptar la realidad de la hermandad del hombre, una hermandad que está cimentada en el amor de Dios que todo lo rodea. El amor reflejado de Dios, el amor genuino, es tan puro, tan poderoso, que penetra las clasificaciones erróneas y revela el resplandor del ser espiritual. Entonces vemos a través del velo de las debilidades humanas y percibimos que el hombre de la creación de Dios es uno con su Padre-Madre.
Expresamos el amor de Dios en el amor genuino que sentimos por nuestros amigos y familiares. Tal amor nos ayuda a ver más allá de las apariencias físicas, de aparentes defectos y de falsas características, y nos lleva a percibir la imperecedera hermosura del hombre bellamente individualizada. Es esta identidad espiritual la que siempre podemos disfrutar y amar.
Cristo Jesús no fue atrapado por las falsas clasificaciones del sufrimiento humano o de las imperfecciones humanas, sino que las repudiaba con el conocimiento absoluto del origen y naturaleza divinos del hombre. Nos alentó a ser “perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48.
El ver la perfección espiritual en nosotros y en los demás, siempre nos libera y nos permite ayudar a nuestro prójimo infinitamente más de lo que la creencia humana podría imaginar. La Fundadora de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy, escribe: “Al mantener en mi mente la idea correcta acerca del hombre, puedo mejorar mi propia individualidad, salud y condición moral, y también la de otros; mientras que el mantener constantemente en la mente la imagen opuesta del hombre, es decir, la de un pecador, no puede mejorar la salud ni la condición moral, así como no podría ayudarle a un artista mantener en su pensamiento la forma de una boa al pintar un paisaje”.Escritos Misceláneos, pág. 62. Yo he comprobado esta declaración.
Cuando nuestro hijo menor era todavía un bebé le daban ataques de fiebre muy alta. Cada vez, llamábamos a un practicista de la Ciencia Cristiana para que le diera tratamiento por medio de la oración, y pronto se recuperaba.
En cierta ocasión en que nuestro hijito parecía estar pasando por momentos muy difíciles, llamé a mi maestra de Ciencia Cristiana para pedirle que orara por el niño. Ella accedió a hacerlo. Poco después, la llamé para informarle que el niño estaba peor, esperando que me diera una respuesta alentadora. Quedé sorprendida cuando me contestó con severidad. Pero muy pronto me di cuenta de que ella estaba tratando de despertarme para que yo comprendiera que no debía estar clasificando a nuestro hijo como a un pequeño mortal enfermo y desdichado, sino que reconociera su actual estado de salud y libertad como idea espiritual de Dios.
Tanto mi maestra como yo estudiamos devotamente la definición de creador que se encuentra en el Glosario de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Esta definición dice en parte: “... el vivificador Principio divino de todo lo que es real y bueno... lo opuesto de la materia y del mal, los cuales no tienen Principio; Dios, quien hizo todo lo que fue hecho y quien no pudo crear un átomo o un elemento que fuera el opuesto de Él”.Ciencia y Salud, pág. 583.
Con sinceridad traté de ver solamente lo que era real y bueno en nuestro hijo. Comencé a percibir que el niño no era un producto de creadores humanos, sino un bienamado hijo espiritual de su Principio divino, el Amor. Poco después, el niño sanó completamente. La fiebre nunca volvió a manifestarse.
Aún más satisfactorio que su curación física, fue otro cambio que ocurrió al mismo tiempo. Nuestro hijo nunca había sido muy expresivo o alegre y parecía estar aletargado para un bebé de su edad. No obstante, con la curación de la fiebre, se produjo un cambio total en su naturaleza. Empezó a expresar entusiasmo y vitalidad normales, demostrando que “el vivificador Principio divino de todo lo que es real y bueno” estaba operando en su consciencia.
El cambio en mi percepción del niño lo liberó de los dañinos efectos de las clasificaciones. Evidentemente tenemos autoridad divina para repudiar cualquiera de las clasificaciones del error o el mal.
Podemos decidirnos a no clasificar. Podemos percibir que nosotros y los demás somos espirituales, y que moramos en el reino de la armonía y la perfección, el reino que está siempre presente e incluye a toda la creación infinita de Dios.
