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El anhelo de espiritualidad en las relaciones

Del número de septiembre de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“¿Qué tiene que ver el amor con esto?”, Terry Britten and Graham Lyle, “What's Love Got To Do With It”, cantado por Tina Turner en el disco de larga duración titulado “Private Dancer” (Hollywood, California: Capitol Records, 1984). pregunta una reciente canción popular. Y otra, que tiene algunos años, dice: “Ando buscando una mujer obstinada”. Cat Stevens, “Hard Headed Woman”, cantado por Cat Stevens en el disco de larga duración titulado “Tea for the Tillerman” (Hollywood, California: A&M Records, 1970). En cierto modo, ambas canciones se refieren a la misma pregunta que muchas personas tratan de contestar: ¿Qué es lo que busco en una relación?

Muchacha conoce a muchacho, muchacho conoce a muchacha, o tal vez, sólo les gustaría poder llegar a conocerse. Pero entonces, ¿qué? Tiene que haber algo más en las relaciones que el mero encuentro de una noche, de una experiencia sexual, o de una relación duradera en la que dos seres solteros conviven “sin ataduras”. Tales situaciones resultan dolorosas cuando llegan a su fin.

Los diferentes medios de comunicación afirman que estamos retornando a los valores tradicionales; que hay más gente que desea casarse, pertenecer a una iglesia, asentarse y tener una familia. Si es esto lo que sentimos, ¿nos está simplemente empujando el balanceo del péndulo? ¿Estamos reaccionando bajo los efectos de la década del sesenta o del setenta, que, a su vez, reaccionaban a la década del cincuenta, y así por el estilo?

Esta es una de las maneras de ver lo que está sucediendo hoy, aunque interpreta mal la persistente búsqueda del corazón por algo de valor, por algo duradero. Decimos que queremos más lealtad en nuestras relaciones, mejor comunicación, más comprensión. Lo más probable es que esta tendencia sea evidencia de un anhelo más profundo e intemporal: un anhelo de espiritualidad.

Pero cuando la persona que uno quiere repentinamente se torna fría o indiferente, o cuando la compañía de un amigo sólo nos trae una satisfacción momentánea y luego nos sentimos tan solos y temerosos como antes, el corazón se siente desolado, traicionado, furioso. Y puede que nos preguntemos: “¿Amor? ¿Espiritualidad? Estos no tienen nada que ver con lo que busco”.

“Voy a buscar a alguien y asegurarme de que no me deje; seré yo quien controle mi próxima relación”. O quizás: “La próxima vez no exigiré tanto; estoy desesperado; lo único que me interesa es que esta persona no me deje”. O: “No quiero saber más nada; voy a dejar de lado toda clase de relaciones y dedicarme totalmente a mis cursos, a mi trabajo, a mi gimnasia, al estudio (o lo que sea). No necesito de esta tortura”.

Pero, necesitamos el amor, o sea, necesitamos la actividad purificante y apaciguante del Espíritu divino en nuestras vidas. No podemos vivir sin ese amor, ni tampoco pueden nuestras relaciones. Hay una canción titulada “El Amor”, que nos da una idea de lo necesario que es que amemos espiritualmente. La letra de esta canción proviene de un poema escrito por una mujer que enfrentó devastadores momentos de soledad en su vida. Pero las palabras, que provienen de lo que ella aprendió de la verdadera fuente del amor, de ningún modo son amargas; de hecho, dos líneas específicamente dan la respuesta a nuestros anhelos de amor. La autora, Mary Baker Eddy, dice, refiriéndose a Dios: “Tu amor la vida es en verdad, / pues Vida es sólo Amor”.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 30.

Dios, el Amor divino, nos ha creado, y ha creado todo lo que existe, para dar prueba de la totalidad del Amor, de su maravilla, alegría y fortaleza. Y el Amor, el Espíritu, saca a luz esta maravilla y gozo, no un impulso animal básico, una ley química que se repita a sí misma en una interminable, aunque predestinada, variación. La verdadera hombría y la verdadera femineidad no son físicas; son enteramente espirituales. Y el Espíritu nos impulsa a identificarnos como Su creación; el Amor nos insta a encontrar la alegría del amor espiritual.

“Vida es sólo Amor”. En realidad, somos la evidencia espiritual de la Vida. Esta es la razón por la que la Biblia nos llama testigos de Dios; Ver Isa. 43:10. ésta es la razón por la que Cristo Jesús insistió en que debemos amar como él amó; y la razón por la que su vida fue totalmente dedicada a amar a Dios y al hombre. La única manera en que llevamos a cabo nuestro propósito es amando espiritualmente.

La certidumbre y estabilidad que nuestro corazón anhela se encuentran en el Amor divino y en la relación ininterrumpida que tenemos con Dios. Esta es la relación que hay que buscar y comprender. Al referirse a esta relación, la Sra. Eddy dice: “Esta es la doctrina de la Ciencia Cristiana: que el Amor divino no puede ser privado de su manifestación u objeto; que el gozo no puede convertirse en pesar, porque el pesar no es el vencedor del gozo; que el bien nunca puede producir el mal; que la materia jamás puede producir a la mente, ni la vida resultar en muerte”.Ciencia y Salud, pág. 304.

Algunos quizás se pregunten: “¿Qué tiene todo esto que ver con lo que ocurre entre un hombre y una mujer?” De hecho, puede que alguien diga con cierto escepticismo: “Puesto que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza, entonces se nos ha garantizado el tener un muchacho o muchacha con quien salir, tener amigos, conocer a la persona “perfecta”, disfrutar de un matrimonio sin un solo día de problemas y contar con un compañerismo permanente, ¿no es verdad?”. Esa persona tiene razón para ser escéptica porque esto no es de ninguna manera lo que Jesús prometió cuando dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:33. No hay una varita mágica que, al agitarla, nos traiga un Príncipe Azul o una Cenicienta. Estas falsas esperanzas sólo pueden arrastrarnos en una espiral cuesta abajo que nos lleve a buscar alguien que nos haga feliz, que lo encontremos sólo para volverlo a perder, y que luego comencemos nuevamente nuestra búsqueda.

La fidelidad, la satisfacción, la ternura, la perseverancia y el desarrollo que anhelamos en una relación, tienen su origen en el Espíritu, no en una personalidad masculina, alta, morena y atractiva, o en una femenina, baja, rubia y hermosa. Pero, puesto que el hombre es la expresión del Amor, del Espíritu, incluye las cualidades espirituales que verdaderamente satisfacen y perduran. Y a medida que comprendamos más nuestra verdadera naturaleza y relación con Dios, tendremos una base para traer estas cualidades a nuestras vidas y a cada una de nuestras relaciones.

Hay algo, sin embargo, que se requiere de nosotros para obtener esta comprensión. Es un cambio de corazón, un renacer espiritual. Tenemos que dejar de lado la vieja manera de considerar nuestras relaciones. Tenemos que deponer el intento de halagar a los demás, de exigir el afecto de ellos, o, peor aún, de forzar la situación o hacer uso de la seducción; y tenemos que empezar a expresar la espiritualidad que es nuestra naturaleza. Aportamos a nuestras relaciones la alegría que ya existe en la creación del Amor. No la extraemos de nuestras relaciones.

¿Es ésta una tarea difícil? Sí, por supuesto que lo es. Vamos a necesitar toda la paciencia, la disposición para persistir, la visión y la sabiduría que pondríamos en todo lo que nos gusta, como, por ejemplo: en la exhibición fotográfica que estemos preparando; en el coro del que formemos parte; en la escalada de montañas; en el trabajo que llevemos a cabo para confeccionar ese programa tan especial para nuestra computadora. Pero el esfuerzo por amar correctamente aporta una satisfacción mucho más grande, porque amar espiritualmente significa recurrir a lo que es fundamental, es recurrir directamente a los elementos verdaderos que constituyen la vida.

A lo mejor usted piensa que todo esto no tiene nada que ver con usted porque no piensa casarse. O quizás sienta que ya ha resuelto la mayoría de los problemas aquí descritos porque está precisamente ahora en medio de los planes de su boda. Entonces, puede que tenga una vida matrimonial espléndida o una llena de problemas. Pero, cualquiera que sea el estado de nuestras presentes relaciones, éste no es el momento para dejar de cultivar el verdadero sentido del amor. ¿Por qué? Porque hay una tendencia espiritual más profunda desarrollándose en la vida humana, y cada uno de nosotros desempeña un papel indispensable en ella. La Sra. Eddy lo identifica de este modo: “Vivimos en una época de la divina aventura del Amor, en la cual ésta demuestra ser Todo-en-todo”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 158.

Al igual que cualquier aventura meritoria, ésta tiene un alto ideal. Este ideal es la pureza. Los puros de corazón ven a Dios Ver Mateo 5:8. y así aman más; más fiel, constante y abnegadamente. Cuanto más puro es nuestro corazón, tanto más lozana, paciente y confiada es nuestra actitud hacia aquellos que queremos. Estamos mejor capacitados para ver en qué momento estamos actuando con consideración hacia otros y en qué momento estamos ciegamente empeñados en uno de esos planes egoístas que sólo aportan sufrimiento y pérdidas.

El amar bien, el amar correctamente, implica cultivar nuestra pureza y ayudar a que otros cultiven la suya. Este es el objeto de nuestra obediencia a la ley moral; nuestra obligación moral para con la castidad cuando no estamos casados, y nuestra fidelidad a nuestro cónyuge cuando lo estamos. Y esto tampoco es una castidad y fidelidad meramente técnicas. Es dedicar todo nuestro corazón a la pureza, al amor genuino y a demostrar la naturaleza espiritual del hombre.

La fortaleza que viene al comprender y comprobar la espiritualidad del hombre en la vida diaria, nutre nuestras relaciones con estabilidad y profundidad, y elimina los elementos perturbadores, divisivos y enervantes de la mundanalidad. Es la mundanalidad — el estar obsesionados con deseos egoístas, el consentir en el materialismo insensato, el tratar de dominar a otra persona — lo que nos roba nuestra alegría y afecto, y finalmente nos deja abandonados y desolados. Realmente, no hay otro camino que garantice la durabilidad de nuestro amor que el que se basa en el respeto: en el respeto por la espiritualidad del prójimo, por el lugar que tiene la moralidad, y por la fortaleza que nuestra integridad y respeto por la ley aportan a la sociedad en general.

Decir que tenemos que dedicarnos con empeño a la tarea de amar, no quiere decir que el amor sea una carga, o que somos nosotros la fuente del amor. Esto es una base tan falsa para establecer las relaciones como lo es el pensar que la otra persona es la fuente de nuestro amor y felicidad. El cariño y el gozo verdaderamente perdurables que sentimos por otros, o que los demás sienten, en realidad es la bendición que otorga el Amor divino a sus hijos. Nosotros somos los mensajeros que reportamos el mensaje. Pero este mensaje es para cada uno de nosotros, y también para toda la humanidad.

Existe un poder inevitable en esa profunda tendencia espiritual en la cual el Amor “demuestra ser Todo-en-todo”. El hecho es que ahora mismo el Amor divino está causando la purificación, la elevación del sentido humano que se tiene de los afectos. Tarde o temprano todos tenemos que reemplazar la débil o intensa emoción llamada “amor” con lo que es verdadero; con el amor espiritual.

En su capítulo “El matrimonio” en Ciencia y Salud, la Sra. Eddy describe, de una forma más bien gráfica, los efectos de esta purificación en las relaciones humanas: “Percibiendo la falta de cristianismo en el mundo y la ineficacia de los votos para hacer feliz el hogar, la mente humana exigirá al fin un afecto más elevado.

“Como consecuencia de esa reforma, como de muchas otras, se producirá una fermentación, hasta que obtengamos finalmente la clara filtración de la verdad y queden la impureza y el error entre los sedimentos. La fermentación aun de los fluidos no es agradable. Un estado de inseguridad y de transición, es, de por sí, un estado indeseable. El matrimonio, que antiguamente era un hecho fijo entre nosotros, debe abandonar su resbaladiza base actual, y el hombre debe encontrar permanencia y paz en una unión más espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 65.

No sólo el matrimonio, sino también las amistades, las relaciones familiares, las relaciones en el trabajo y con los vecinos son bendecidas por esta purificación. No tenemos que esperar que el futuro construya nuestras relaciones sobre una base pura y espiritual. Ahora mismo somos, en realidad, la evidencia de que el Amor es Vida. Esta no es una “anticuada noción”, Britten and Lyle. o una base “tradicional” para las relaciones; es una realidad espiritual. Y esto es lo que hemos estado buscando.

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