“La gente está harta de exigencias, cansada de promesas y hastiada de ideologías y mentiras. Lo que la gente anhela es el ejemplo... Si viviéramos una vida de obras de bondad, jamás tendríamos que preocuparnos de qué decirle a la gente sobre Jesús. La gente se preguntaría qué nos hace tan originales. Cuando por nuestras obras nos hemos ganado el derecho de hablar sobre el amor de Cristo, el evangelismo se encarga prácticamente de sí mismo.
“¡No es de extrañarse que nos sintamos avergonzados de hablar sobre nuestra fe! Tememos que la gente que oiga nuestras palabras espere ver las obras que den testimonio de nuestras palabras. Tal vez Santiago [‘Yo te mostraré mi fe por mis obras’.] establezca el prerrequisito de cualquier evangelismo ‘pertinente’, sea o no moderno.
“Siempre he creído que su ética era la esencia de todo lo que [Dietrich] Bonhoeffer dijo desde la prisión. Al final mismo de su carrera — el mes entrante se cumplirán 40 años de ese final — dijo: ‘[La iglesia] no debe subestimar la importancia del ejemplo humano (que tiene su origen en la humanidad de Jesús y es tan importante en las enseñanzas de Pablo); no es un argumento abstracto, sino un ejemplo que da énfasis y poder a su palabra’ (Letters and Papers from Prison [Macmillan, 1973], pág. 383)... Consideremos lo que podría significar para la iglesia el proveer un ‘ejemplo que da énfasis y poder a su palabra’. Después, arrepintámonos y oremos por la gracia de un buen ejemplo. Un cristianismo basado en obras de amor, no sería despreciado; el mundo moderno lo anhela y necesita desesperadamente. Tendría un nuevo significado en el viejo dicho: ‘El mundo entero ama a quien ama’”.
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