Algunas personas creen que Jesús era Dios. Otras creen que fue simplemente otro profeta. Aún otras consideran simbólicos su nacimiento virginal y su resurrección, y no en su sentido literal. Puntos de vista conflictivos sobre Jesús bien pueden hacer que los cristianos en todas partes se dispongan a buscar información exacta sobre el hombre más extraordinario que jamás existió.
No solamente la Biblia registra el hecho de que Jesús de Nazaret realmente existió; tanto historiadores judíos como romanos de esa época lo mencionan brevemente. Pero debido a que la Biblia nos da una información muchísimo más detallada que otra fuente y presenta una compilación de las propias palabras de Jesús, es el lugar más lógico al cual recurrir para enterarse quién decía Jesús que él era.
Los evangelios muestran que Jesús a menudo se refería a sí mismo como el Hijo del hombre. Entre los eruditos hay gran controversia respecto a la interpretación de esta designación. Pero una manera de entender el término es como una indicación de la profunda humanidad de Jesús. Al igual que otros hombres, tenía una madre humana. El hecho de que María fuera una virgen cuando concibió y dio a luz a Jesús “del Espíritu Santo” Mateo 1:18. fue — de acuerdo con el Evangelio según San Mateo — en cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento de la venida del Mesías o el Ungido.
Por consiguiente, Jesús reconoció de manera más radical que ningún otro hombre, que Dios era su Padre. El hecho de que se llamó a sí mismo el Hijo de Dios y también el Hijo del Hombre confirma su propia convicción de su origen. Además, en dos ocasiones mencionadas en más de uno de los Evangelios, varios testigos escucharon “una voz de los cielos” que llamaba a Jesús “mi Hijo amado”. Ver Mateo 3:17; 17:5; Marcos 1:11; 9:7; Lucas 9:35.
Aceptar el nacimiento virginal de Jesús es realmente fundamental para aceptar sus enseñanzas y para demostrar el poder sanador científicamente cristiano. Al desechar las creencias corrientes acerca de la concepción, el nacimiento virginal resume el poder absoluto del Espíritu, Dios, descartando todas las así llamadas leyes de la materia. La Sra. Eddy consideró esto tan importante que escribió a continuación de un reconocimiento del nacimiento virginal: “La Ciencia Cristiana demuestra con claridad que Dios es el único poder generador y regenerador”.Message to The Mother Church for 1901, pág. 9.
Es evidente que para identificar su misión, Jesús confiaba en sus obras regeneradoras, y no solamente en el modo único en que fue concebido. Cuando Juan envió sus discípulos a Jesús para preguntar: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” Jesús les respondió así: “Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio”. Mateo 11:3–5.
Desde hace casi veinte siglos, el registro de la vida de Jesús ha permanecido unido a sus obras para identificarlo como “aquel que había de venir”. Y una parte integral de esa vida así como de esas obras fue vencer la muerte. Dudar que Jesús pudo resucitar, lo cual realmente hizo, sería lo mismo que dudar que él resucitó a otros, sanó enfermos, predicó el evangelio y realizó todas las demás obras de las que dan fe sus propios discípulos que fueron testigos presenciales, y que finalmente el Nuevo Testamento documentó. Jesús se llamó a sí mismo “la resurrección y la vida”, Juan 11:25. y a la luz de esta declaración los acontecimientos que coronaron su carrera, de los que hubo muchos testigos, no pueden sino considerarse como literales.
La Sra. Eddy incluyó el reconocimiento de la realidad de la crucifixión y resurrección de Jesús y la explicación de su propósito, en uno de los artículos de fe de la Ciencia Cristiana. Este artículo de fe dice: “Reconocemos que la crucifixión de Jesús y su resurrección sirvieron para elevar la fe a la comprensión de la Vida eterna, como también de la totalidad del Alma, el Espíritu, y la nada de la materia”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 497.
La gente a menudo se dirigía a Jesús llamándolo Maestro (el que enseña) y también Señor; él aprobó estos títulos. Y afirmó directa y específicamente que era el Mesías, o Cristo (equivalente del término en griego). Ver Juan 4:25, 26. Pero también habló de su identidad humana y del Cristo de tal manera que destacaba la diferencia entre ellos. (Por lo menos en una ocasión, quienes lo escucharon parece que comprendieron la diferencia. Ver Juan 12:32–36.) Si bien se destacaba la diferencia, era evidente que tenía interés en que la gente entendiera que él era realmente el Mesías prometido.
Una vez preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”
Ellos respondieron, en esencia, que la gente creía que él era un profeta. Entonces Jesús especifícó más la pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Cuando Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, Jesús respondió: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Ver Mateo 16:13–17.
Dios nos revela a Su Hijo a cada uno. No obstante, por mucho que estudiemos o especulemos acerca de Jesús, a la larga, sólo la inspiración divina puede impartir la verdadera comprensión de quién era. Quizás fue por esta razón que, evidentemente, Jesús no perdió tiempo tratando de documentar o convencer verbalmente a los demás acerca de su lugar en la profecía. En vez, los sanaba tanto física como mentalmente. Los simples hechos de la historia, sus obras y su vida, sirven para identificarlo como el Cristo.
¿Y qué de nosotros? ¿Aspiramos emularlo al hacer la voluntad de Dios (ver Mateo 7:21–23), para que seamos identificados como semejantes al Cristo? El comprender que Jesús era distinto del Cristo y, a la vez inseparable del Cristo, nos ayuda a entender nuestra inseparabilidad del Cristo, y nos capacita para demostrar más firmemente lo que esto significa.
La entrada extraordinaria del Maestro en la carne y su salida de ella son simbolizadas en nuestra vida de manera modesta por el renacer espiritual e individual que vienen de Dios en momentos en que oramos con perseverancia. Nuestro progreso fuera de la materialidad mediante la curación de enfermos y el resucitar muertos en pecado, es nuestra salvación. La naturaleza de Cristo Jesús como Hijo de Dios/del Hombre, la que es preeminentemente dual y, a la vez categóricamente inseparable, es un ejemplo supremo para nosotros y nos enseña que una corona de gloria se apoya en cada uno de nuestros esfuerzos por comprender nuestro parentesco con Dios como Su imagen y semejanza, el hombre.
Un editorial titulado “Jesús y el Cristo: ¿Qué es el Cristo?”
aparecerá en el Heraldo de octubre.
Porque el Padre ama al Hijo,
y le muestra todas las cosas que él hace.
Juan 5:20
