Desde Poole, Dorset, en Inglaterra, hasta Lake Stevens, Washington, y Scott Depot, Virginia Occidental en los Estados Unidos — lo que es más, desde diversas partes del mundo — hay niños que están dispuestos a ser considerados como seguidores de Cristo Jesús. Estos jóvenes están aprendiendo que el poder de Dios sana. Y aún más, lo están comprobando por sí mismos.
El artículo para niños que antecede a este editorial, incluye varias experiencias que los niños mismos han tenido. No sólo fue escrito para niños; fue escrito por niños. Ellos aman a Dios, y sus directas y genuinas expresiones de gratitud traen luz a un mundo que frecuentemente parece ser un lugar en donde se ha perdido la inocencia y las esperanzas no encuentran respuesta.
Es alentador leer estos relatos de curaciones “de todos los días”, especialmente cuando, en la sociedad de hoy hay quienes niegan que la oración puede ser realmente eficaz o algo en lo que se puede confiar para el cuidado de los niños. Y hay quienes quisieran intentar negar a los niños el derecho de recurrir a medios espirituales para sanar.
Sin embargo, los niños que nos han estado escribiendo durante los meses recientes (y los ejemplos publicados en este Heraldo son sólo una fracción de lo que hemos recibido) evidentemente tienen un sentir muy diferente sobre la eficacia de la oración. ¿Por qué? Ellos han orado, y han sido sanados. Tal como lo señala la introducción del artículo para niños, ellos están seguros de que Dios es un Dios bueno, ¡punto!
Lo que los niños han expresado al escribir sobre su amor hacia Dios, es simple y directo. Y con frecuencia, ¿no es en la simplicidad misma de nuestro testimonio de la Verdad, que los demás pueden percibir cuán genuina es nuestra posición como seguidores fieles de Cristo Jesús, como Científicos Cristianos firmes?
La manera en que realmente los niños resuelven los desafíos en sus vidas diarias, es a través de la oración espontánea. Es muy natural para ellos. Ellos recurren a la bondad de Dios como quien recurre al sol para calentarse. Estén creciendo bajo la luz espiritual, y el mundo ya siente la bendición de su ejemplo.
Jesús claramente dijo a sus seguidores: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Mateo 18:3. La pureza, la obediencia, el amor sin fingimiento, la inocencia, el gozo puro, el entusiasmo, la vitalidad: todas éstas son cualidades de las que se podría decir que son de la naturaleza propia de un niño. Y tales cualidades son expresadas naturalmente por la imagen y semejanza de Dios, el hombre espiritual, la verdadera identidad de cada uno de nosotros. Por medio del reflejo, como la imagen de Dios, nosotros manifestamos la naturaleza pura de un Dios bueno. En la expresión de Dios no existe ni engaño, ni vacilación, ni envidia, ni insensibilidad, y tampoco existe el llamado realismo sin esperanzas del carácter mundano.
Lo que Mary Baker Eddy dijo a estudiantes de Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) en 1895, es tan importante hoy como lo fue entonces: “Amados niños, el mundo os necesita — y más como niños que como hombres y mujeres: necesita de vuestra inocencia, desinterés, afecto sincero y vida sin mácula. También vosotros tenéis necesidad de vigilar, y orar para que preservéis estas virtudes sin mancha, y no las perdáis en el contacto con el mundo. ¡Qué ambición más grandiosa puede haber que la de mantener en vosotros lo que Jesús amó, y saber que vuestro ejemplo, más que vuestras palabras, da forma a la moral de la humanidad!” Escritos Misceláneos, pág. 110.
Cuando oramos con humildad, cuando nuestra visión espiritual de la realidad divina es despertada por el Cristo, la Verdad, descubrimos que realmente queremos ser como un niño pequeño. Esto es algo maravilloso. Y cuanto más expresamos el gozo puro, tanto más pureza y amor manifestamos, más claramente llegamos a ver que somos niños; que todos somos hijos de Dios, hijos e hijas del único Espíritu infinito, nuestro Padre-Madre Mente. Usted y yo y las niñas y niños de Scott Depot, o de Lake Stevens, o de Poole, en verdad todos somos hijos de un Dios bueno, ¡punto!
Hay valor en este razonamiento tan sencillo. Quizás no sea el más profundo razonamiento ni lógica metafísicos. Pero cuando hemos orado y sentimos esta verdad en nuestros corazones, ésta nos sana; y hasta nos eleva para sanar a otros. Si tiene alguna duda al respecto, vea las págs. 413–420. Pregúntele a Sara, o a Mitchell, o a Jill, o a Amy, o a Jeff...
