¡Qué agradecida estoy por tener la Ciencia Cristiana! Es realmente mi manera de vivir.
Recientemente, mi esposo y yo tuvimos la oportunidad de comprobar la eficacia del tratamiento mediante la Ciencia Cristiana cuando nació nuestra segunda hija. Habíamos orado y estudiado en la Ciencia durante todo el tiempo que duró el embarazo para saber más profundamente que la verdadera identidad de esta hija era la idea completa de Dios, y que refleja la fortaleza y permanencia del Espíritu. ¡No esperábamos nada menos que la perfección! Sin embargo, nuestra esperanza fue puesta a prueba cuando el médico que iba a atender el nacimiento pronosticó que el parto iba a ser en extremo peligroso porque yo estaba muy anémica y, probablemente, tendría una hemorragia. De inmediato, el médico ordenó una transfusión para estabilizarme, en preparación para una operación cesárea. Según él, esto sería la manera más segura para dar a luz, tanto para el bebé como para mí. El médico estaba convencido de esto, y, humanamente, parecía no existir alternativa alguna.
Nos comunicamos con una practicista de la Ciencia Cristiana, quien nos ayudó a ver que, en efecto, teníamos una alternativa espiritual: el poder sanador de Dios. Podíamos optar por la verdad, a saber, la perfección invariable del hombre como el amado hijo de Dios. Decidimos permanecer firmes en la curación espiritual.
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