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[Original en francés]

Desde niño fui un protestante leal.

Del número de noviembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde niño fui un protestante leal. A los diecisiete años, comencé a ocupar cargos importantes en mi iglesia y, a menudo, formaba parte de grupos de estudio de la Biblia, tanto dentro como fuera de mi país. Más tarde, cuando ingresé en las fuerzas armadas, tuve oportunidad de servir en una de las grandes parroquias de la capital. Pero, durante este período, me enfermé de una seria dolencia de estómago, que persistió durante los siguientes cinco años. Consulté a varios médicos, militares y civiles, sin resultado alguno, hasta que comencé a sentir cada vez más que era un mortal, que simplemente estaba esperando su fin.

A través de mis actividades religiosas creía que Dios sana, protege, salva y, por encima de todo, que El nos ama mucho; yo estaba especialmente interesado en las obras de Cristo Jesús y los profetas. Pero comencé a preguntarme por qué — a pesar de todos mis esfuerzos y mi lealtad, y de abstenerme de los placeres materiales — Dios no me estaba ayudando. Mi familia comenzó a preocuparse y me aconsejó que tratara los curanderos de la zona. Así lo hice, pero sin resultados. En realidad, sufrí más. Pronto me sentí cansado y desalentado.

Para esa época, mi cuñado sanó de las consecuencias de un accidente automovilístico por medio de la oración en la Ciencia Cristiana.

De inmediato solicité a mi cuñado que me llevara a entrevistarme con la persona que había orado por él. Me dijo que había conversado con unos Científicos Cristianos que recientemente habían visitado la zona. Lamentablemente para mí, ellos habían regresado a su hogar. Pero mi cuñado me permitió copiar algo que esos Científicos Cristianos le habían dado: “la exposición científica del ser” de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (ver pág. 468). También me dio un ejemplar de la edición en francés de El Heraldo de la Ciencia Cristiana.

Una vez en casa, comencé a leer el Heraldo. Lo leí y releí muchas veces durante cuatro meses antes de que me diera cuenta de que la Ciencia Cristiana enseña que el hombre es espiritual y que Dios no crea la enfermedad. Después de esto, el dolor comenzó a disminuir y se volvió progresivamente menos real para mí. Más tarde, mi cuñado me envió un ejemplar de Ciencia y Salud que comencé a leer de inmediato. Gradualmente, con el apoyo de mi cuñado, y sólo leyendo Ciencia y Salud y ese ejemplar del Heraldo, sané completamente por medio de la Ciencia Cristiana. Fue así que abandoné la antigua enseñanza religiosa que nos advierte que nos mantengamos alejados de otras doctrinas (a pesar de sus pruebas) y reclamé mi libertad para obedecer el versículo bíblico: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesal. 5:21).

Mi agradecimiento, coronado ahora con el entendimiento de la Ciencia Cristiana, es ofrecido a todos quienes están trabajando para compartir la Ciencia Cristiana con los demás, para que toda la humanidad pueda encontrar el camino que Cristo Jesús nos mostró.


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