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La promesa de la ley de Dios

Del número de noviembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la lengua esquimal hay muchas palabras para el vocablo nieve. Esto es natural. Los esquimales viven en regiones frías donde la nieve es abundante e inevitable. En regiones tropicales hay numerosos nombres para las palmeras. En diferentes idiomas las palabras dicen algo acerca de lo que es común en la vida de la gente.

También estaba pensando en otro grupo de palabras: Reglamentos, promesas, juramentos, obligaciones, contratos, deudas, mandamientos, estatutos, ordenanzas, fianzas, requisitos, convenios; todas estas palabras — y estoy seguro de que hay muchas más — son variaciones sobre el tema ley.

Nuestro idioma y nuestras experiencias están muy conectados con la ley. Pero, a no ser que la ley sea realmente respetada, ésta puede parecer apenas algo más que una abstracción. Una deuda que no se paga, no tiene valor. Una orden que no es respetada por toda, o la mayoría de la comunidad, es sólo una parodia de la ley. Una promesa que no se cumple, una regla que se ignora, un contrato que se viola pueden perjudicar, corromper y debilitar aún más la falta de confianza. Si no se tiene confianza, ni sentido de responsabilidad, a pesar de las palabras que se usen, hay muy poca evidencia de la ley o de beneficiarse con ella.

A menudo, cuando se considera el tema ley, implícitamente se asume que ésta es primordialmente algo que uno está forzado a obedecer, como si una fuerza o una autoridad exterior fuera a poner en vigor la ley. Pero, no hay ley más poderosa que la que es comprendida, apreciada y respetada voluntariamente por quienes están sujetos a ella.

Podemos considerar la Biblia como un libro acerca de la ley, la ley de Dios, y verla como un libro que nos habla de hombres y mujeres que, o bien cumplieron con una ley espiritual profunda, o por el contrario, la quebrantaron, finalmente fracasando en sus intentos de negarla o destruirla.

Es posible que haya habido quienes pensaron que el advenimiento de Cristo Jesús conduciría al rompimiento de muchas obligaciones. Sin embargo, al comienzo de su ministerio, Jesús dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. Mateo 5:17, 18.

Imaginarse que Jesús fue un hombre atraído hacia la autoridad de leyes meramente ceremoniales o ritualistas, es no comprender el motivo que fundamentaba su obediencia a la ley de su Padre. Jesús no consideró esta ley como una fuerza ciega y opresiva. Sabía que tenía un poder que movía los corazones de hombres y mujeres de tal manera que rompía la terrible opresión del pecado, la enfermedad y la muerte.

La profunda promesa espiritual de la ley de Dios en la vida de Jesús, no se realizó en un complejo sistema de jurisprudencia. Al contrario, algo radicalmente diferente estaba ocurriendo. La ley de Dios que Jesús estaba revelando se manifestó a sí misma al liberar a la gente de las cadenas de la enfermedad y del pecado que los oprimía y que oscurecía la verdadera naturaleza de Dios y de Su tierna relación con el hombre.

La Sra. Eddy, en su descubrimiento de la Ciencia Cristiana, percibió este sentido de la ley de Dios, tan radicalmente diferente. Esa visión fue desarrollándose poco a poco durante un largo período de su vida. Vemos pruebas de esto en lo que ella consideró una experiencia fundamental en su infancia. Siendo joven, al hallarse en los umbrales de ser miembro registrado de una iglesia, fue confrontada con lo que Calvino, el reformador protestante, denominó como el “horrible decreto” de predestinación. La doctrina, que representaba a Dios gobernando al hombre mortal mediante el temor, fue para la Sra. Eddy inaceptable. En medio del gran conflicto de si aceptar o no este concepto para afiliarse a la iglesia, cayó gravemente enferma.

Como la imagen de un Jehová despiadado no la podía liberar de su sufrimiento, ella encontró consuelo mediante el consejo que le dio su madre, y escribió: “Mi madre, en tanto que bañaba mis sienes ardientes, me instó a que me apoyara en el amor de Dios, lo cual me haría descansar si iba yo a El en oración, como acostumbraba hacerlo, pidiendo que me guiara. Oré; y un claror suave de inefable alegría me inundó. La fiebre desapareció y me levanté y me vestí, en estado normal de salud”.Retrospección e Introspección, pág. 13.

Fue así como el horrible temor humano de que Dios rechaza al hombre, perdió su poder sobre ella. Más adelante, cuando la gran revelación finalmente se manifestó al pensamiento expectante de la Sra. Eddy, vino acompañada de la profunda convicción de que Dios es todo Vida y todo Amor, sin una sola actitud condenatoria hacia Su creación perfecta y espiritual: el hombre. La Sra. Eddy estuvo convencida de que Dios se revelaba a Sí mismo mediante una ley divina. Una ley que sanaba al enfermo y reformaba al pecador.

En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, al describir la revelación de la ley de Dios y su aplicación práctica en la curación de los enfermos, la Sra. Eddy escribió: “La ternura acompaña toda la fuerza que el Espíritu imparte”.Ciencia y Salud, pág. 514.

La Ciencia Cristiana no sólo aporta a la humanidad una nueva forma de curación, sino que también aporta un nuevo concepto de la ley de Dios. Esta es una ley que echa raíces en el afecto espiritual del hombre o de la mujer que se acerca a Dios, no por temor, sino por un afecto espiritual profundo que atestigua que el hombre es el hijo de Dios, conocido por su Padre-Madre divino. Esta es la promesa de la ley de Dios que alborea en amor y crece en poder y fuerza, sanando y regenerando a aquellos que tienen hambre y sed de algo mejor aquí y ahora.

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