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Extendamos las fronteras de la oración

Del número de noviembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El orar consecuentemente para que nuestro país y el mundo sean gobernados con justicia, abre nuestro pensamiento para incluir a toda la humanidad en una perspectiva más amplia de la salvación de Dios. En una ocasión, la Sra. Eddy solicitó a los miembros de su Iglesia que estaban reunidos en un culto de comunión en Boston, que oraran por el gobierno de su país. Ella dijo: “Orad para que la presencia divina guíe y bendiga a nuestro presidente, a los que están asociados con su cargo ejecutivo, y a nuestro poder judicial nacional; que imparta sabiduría a nuestro congreso, y que sostenga a nuestra nación con la diestra de Su poder”.Christian Science versus Pantheism, pág. 14.

Esa no fue una petición para que oraran específicamente por aquellos individuos que están en el gobierno para tratar de manipular sus vidas. Por el contrario, la oración científica por los que están en el gobierno tiene como objeto la purificación de nuestro propio pensamiento. Oramos para elevar los pensamientos que nosotros abrigamos sobre los demás, dejando que Dios gobierne sus asuntos.

¿Cuáles son los conceptos más comunes que generalmente aceptamos como verdaderos acerca del gobierno? Humanamente hablando, parece que los gobiernos, como los seres humanos, tienen entremezclados elementos buenos y malos. Pero Dios nunca mezcla el bien con el mal a fin de obtener un tercer agregado llamado mediocridad o mortalidad. Dios es el bien, sin un solo elemento del mal. El es la Mente perfecta e inmortal, y el hombre es Su imagen, o semejanza. Dios lo gobierna todo; Su gobierno es totalmente bueno, y todo lo que El gobierna es bueno. La oración nos guía a dar los pasos apropiados para apoyar la expresión humana de gobierno que más se asemeja al gobierno de Dios.

Sólo un falso sentido de mente — la mente carnal o mortal — presenta una mezcla de elementos buenos y malos en el gobierno, y mediante la oración podemos corregir ese falso sentido. Podemos negarle poder a la corrupción, reconociendo que nuestra esperanza no depende de individuos falibles, sino de la manifestación del gobierno de Dios en el pensamiento humano. Las malas acciones son una expresión de anarquía, de la supuesta ausencia del verdadero gobierno. La Sra. Eddy nos asegura en Ciencia y Salud: “El hombre malvado no es el gobernante de su prójimo honrado”.Ciencia y Salud, pág. 239. A lo largo de la Biblia, los personajes históricos confirman este hecho. Y por cierto que la resurrección de Cristo Jesús fue la mejor prueba de ello.

No podemos simplemente pretender estar libres de las falsas imposiciones que intentan gobernarnos. Si permitiéramos que el pecado nos dominara, lo haría; el cuerpo nos dictaría condiciones; las tendencias materialistas de la sociedad nos reprimirían; y un falso gobierno sofocaría nuestro crecimiento espiritual. Ahora bien, cualquier cristiano concienzudo percibe lo beneficioso que resulta permitir que Dios dirija por completo sus asuntos. Entonces, debiera ser clara la necesidad urgente de apoyar en nuestro pensamiento, conscientemente y mediante la oración, la verdad de que es el gobierno de Dios lo que realmente nos gobierna. Y en la medida en que hagamos esto eficazmente, tal vez nos preguntemos por qué no comenzamos antes esta labor tan importante.

Propiamente dicho, nuestro “jefe de estado” es Dios. Los gobiernos del mundo, en efecto, tienen gobernantes. Sin embargo, es un error muy común considerar a los gobernantes como si fueran el gobierno mismo. El ciudadano que ora activamente sabe que todas las ideas buenas provienen de Dios, y que todos, incluso cualquier funcionario del gobierno, es capaz de seguir la dirección de Dios, a sabiendas o no. La Primera Epístola a Timoteo dice: “Exhorto ante todo, a que se hagan... oraciones, peticiones y acciones de gracias... por todos los que están en eminencia... Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”. 1 Tim. 2:1–4.

Hace algunos años, comencé a orar sistemáticamente para obtener una comprensión más elevada del gobierno de Dios. Comencé a orar acerca de ciertas necesidades específicas que podía ver a mi alrededor. A partir de ese momento, he experimentado curaciones físicas al orar por el mundo, es decir, al orar por la percepción que tenía de él. Más importante aún, he podido demostrar una mayor confianza en el poder sanador que enseña la Ciencia Cristiana. También he visto más claro que, puesto que la oración por la solución de mis problemas ha sido tan eficaz, también debe serlo para ayudar la situación mundial.

La oración sistemática para que nuestra nación y el mundo sean gobernados con justicia, hace que esta oración sea menos egoísta. En vez de magnificar nuestra incapacidad y la de los demás, comenzamos a magnificar las capacidades y las buenas obras. Pero la acción no se limita a eso. Esta clase de apoyo por medio de la oración transforma naturalmente nuestra percepción de todas las cosas, en cada rincón de nuestro ambiente mental.

La Primera Epístola de San Juan dice: “... el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” 1 Juan 4:20. Es obvio que esta declaración no hace ningún tipo de excepción respecto a nuestra actitud para con los que se desempeñan en cargos de gobierno.

El extender las fronteras de nuestra oración de ninguna manera es una forma de imperialismo. Extenderse a costa de los demás, es imperialismo. Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana nos muestran la ética de la oración, que nos hace plenamente conscientes de que no podemos traspasar las fronteras físicas o mentales de los demás. Sin embargo, no debemos pensar que la oración está limitada a ayudarnos únicamente a nosotros. En nuestro pensamiento cotidiano incluimos en forma natural a la comunidad, al país y al mundo. La percepción correcta de nosotros mismos, como también de los demás, tiene un efecto sanador.

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