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We Knew Mary Baker Eddy

Esta serie de artículos es una selección de las memorias de uno de los primeros trabajadores en el movimiento de la Ciencia Cristiana. Estos relatos de fuentes originales que se han tomado del libro We Knew Mary Baker Eddy 1, nos dan una perspectiva de la vida de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana durante esos años en que se estaba fundando la Iglesia de Cristo, Científico.

Una trabajadora en la casa de la Sra. Eddy en Chestnut Hill

Del número de noviembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La característica de la Sra. Eddy por la cual era tan querida por el personal que trabajaba en su casa, era el gran sentido maternal que ella expresaba. Nunca nos sentimos que debíamos expresar reverencia ante su presencia, nunca se nos permitía, ni por un minuto, que fijáramos nuestra atención en su personalidad. Comprendíamos que eso constituiría un obstáculo para ella. Sus instrucciones tenían máxima importancia para nosotros, tanta que podíamos estar en la casa durante semanas y no pensar en su personalidad. Atendíamos a sus deseos y necesidades, pero teníamos en mente lo que ella nos había dado para que lo demostráramos. Desde la mañana hasta la noche nos ocupábamos en poner en práctica las instrucciones que nos daba referente a las labores inmediatas, y tratábamos de demostrar la verdad de la Ciencia Cristiana.

Se suponía que el personal no hablara o cambiara ideas sobre Ciencia Cristiana ni en la mesa, ni unos con otros. Se esperaba que viviéramos la Ciencia Cristiana, que la demostráramos, en lugar de meramente hablar de la letra. Este era un lugar en el mundo donde no se oía la charla acerca de la Ciencia Cristiana.

La Sra. Eddy se mudó a Chestnut Hill el 26 de enero de 1908, y dos semanas más tarde, en la mañana del lunes 10 de febrero de 1908, entré a formar parte de su personal.

Yo era una estudiante nueva de Ciencia Cristiana, apenas comenzaba mi sexto año de estudio. Y, aunque el Principio de la Ciencia Cristiana para ser demostrado por todo el personal era el mismo, las instrucciones que me dio la Sra. Eddy, y lo que ella esperaba de mí, eran diferentes en proporción a quienes tenían más experiencia en la práctica de la Ciencia Cristiana. Es justo tanto para la Sra. Eddy, como para los demás miembros del personal, que esto se tome en consideración.

Después de quitarme el abrigo, la Sra. Sargent me llevó al estudio de la Sra. Eddy y me presentó como la Sra. Wilcox de Kansas City. La Sra. Eddy me dijo: “Buenos días, Sra. Wilcox, sentí su dulce presencia en la casa”. Después me indicó que me sentara directamente frente a ella, y me preguntó: “¿Qué puede usted hacer?” Le respondí que podía hacer todo aquello que hace quien ha cuidado de su casa y de su familia. Entonces me preguntó: “¿Qué está dispuesta a hacer?” Le respondí que estaba dispuesta a hacer lo que ella quisiera. Luego dijo: “Mi ama de llaves ha tenido que volver a su casa debido a la enfermedad de su padre, y quisiera que usted tomara su lugar por el momento”.

Después comenzó a hablarme sobre la malapráctica mental. En efecto, esto es lo que ella dijo: A veces, un sentido de personalidad se presenta ante su pensamiento y la lleva a creer que una personalidad es algo fuera de su pensamiento y separada de él, y que puede dañarla. Me explicó que el verdadero peligro nunca era esta amenaza de ataque proveniente de fuera de mi pensamiento donde la personalidad parecía estar, sino que el verdadero peligro estaba siempre en mi propio pensamiento. Puso bien en claro que mi concepto de personalidad era mental, una imagen mental formada en mi llamada mente mortal, y que nunca era algo externo ni separado de mi mente. Esta supuesta mente mortal se perfilaba a sí misma como una creencia en una personalidad material con forma, condiciones, leyes y circunstancias, en efecto, con todos los fenómenos que incluye aquello que se denomina vida o personalidad material. Luego, me indicó que ni un solo hecho de todas estas hipótesis acerca del mal era verdadero.

Me explicó que yo debía percibir que todo este fenómeno mental no era sino la sugestión mental agresiva que se me presentaba para que yo la adoptara como mi propio pensamiento.

Me explicó que, debido a que la malapráctica mental es mental, el único lugar donde yo podía enfrentarla era en lo que parecía ser mi propia mentalidad, y la única forma de enfrentarla era renunciando a la creencia en un poder y presencia aparte de Dios o la Verdad.

Me explicó que este supuesto enemigo interior jamás podía dañarme si yo me mantenía despierta a la verdad y activa en la verdad. Esta lección sobre la malapráctica mental fue muy oportuna para quien iba a ingresar al personal de una casa compuesto de 17 a 25 llamadas personalidades.

Después de estos comentarios sobre la malapráctica mental, la Sra. Eddy abrió la Biblia y me leyó del Evangelio de San Lucas: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, quién os dará lo que es vuestro?” (Lucas 16:10–12).

Es indudable que la Sra. Eddy percibió que yo estaba en un nivel de desarrollo en que pensaba acerca de la creación — es decir, todas las cosas — como separada en dos grupos, uno espiritual y otro material, y que, de alguna manera, tenía que liberarme del grupo que yo llamaba material.

No obstante, durante esta lección, tuve la primera vislumbre de que todas las cosas correctas y útiles — que hasta ese momento yo había denominado “las riquezas injustas” — eran mentales y representaban ideas espirituales. Me indicó que, a menos que yo fuera fiel y ordenada con los objetos de los sentidos que constituían mi actual manera de pensar, jamás se me revelarían las verdaderas riquezas o las más elevadas y progresivas revelaciones de sustancia y de cosas.

Las dos lecciones que recibí esa primera mañana fueron fundamentalmente grandes lecciones.

Primero: Yo tenía que dominar la malapráctica mental en mi propia manera de pensar.

Segundo: No existen dos grupos de creación, sino sólo uno.

Cuando terminó, me dijo: “Ahora, lleva tu pequeño niño a Egipto y permítele que crezca hasta que se fortalezca lo suficiente como para que se ponga de pie solo”. Con esto entendí que se suponía que no hablase con nadie sobre lo que había recibido, hasta que yo lo convirtiera en sustancia en mi propio pensamiento.

Todos ustedes habrán oído hablar del orden y la exactitud de la Sra. Eddy en cuanto a su pensamiento y acción. Ella demostraba, en un grado fuera de lo común, la exactitud y el orden divino de Dios, su Mente, y ella exigía del personal de su casa perfección de pensamiento y acción.

Hasta los alfileres de diferentes tamaños ocupaban sus respectivos lugares en la almohadilla, y ella podía elegir el alfiler que necesitaba, sin tener que sacar uno y otro para ver el tamaño. A nadie se le hubiera ocurrido cambiar un alfiler en la almohadilla. La Sra. Eddy creía que si el pensamiento de uno no era ordenado y exacto en las cosas que constituían la consciencia presente, ese mismo pensamiento no podía ser lo suficientemente exacto como para dar un tratamiento o utilizar una ciencia exacta.

Estas cualidades eran muy acentuadas en la mente de la Sra. Eddy, iban más allá de lo que mi llamada mente humana podía comprender o percibir. Me enseñó que la Mente que yo tenía en ese momento era Dios, y que yo tenía que expresar a Dios — mi propia Mente — en orden, exactitud y perfección.

Al poco tiempo de ingresar al personal de su casa, me pidió que todas las mañanas le hiciera la cama durante un mes, y que doblara la sábana de arriba dos pulgadas y media exactamente. Exigía que ubicáramos los muebles de la misma forma, que expresáramos dominio en todas las cosas, y que las papas asadas, fueran grandes o pequeñas, no debían estar ni muy crudas ni muy cocidas; y la hora de las comidas nunca cambiaba ni un minuto en su casa. Las comidas se servían a la hora indicada.

A la Sra. Eddy le gustaban los vestidos nuevos como a cualquier otra mujer. Y una querida señora que era la modista, aunque utilizaba un maniquí para confeccionar los vestidos, tenía que confeccionarlos a la perfección, sin necesidad de pruebas. La Sra. Eddy sabía que la obra de la Mente siempre coincide con la Mente, constituyendo una unidad. Y ese concepto de que algo podía ser muy grande o muy pequeño no tenía cabida en la Mente. Por tanto, toda excusa o pretexto era en vano con la Sra. Eddy.

Quizás alguien se pregunte qué sucedía si un individuo no demostraba perfección y exactitud de manera concreta. La Sra. Eddy discernía claramente si uno se estaba esforzando por expresar a Dios — la propia Mente correcta de uno — en todo. Pero si el individuo no tenía el suficiente ánimo espiritual como para discernir el verdadero propósito en estos requisitos, si pensaba que eran innecesarios, o creía que la Sra. Eddy estaba simplemente exigiendo y preocupada meramente en las llamadas cosas materiales, o si no veía la necesidad de ser obediente, tal individuo no permanecía por mucho tiempo en la casa de la Sra. Eddy.

En una ocasión me pidió que fuera su mucama personal, y como yo no conocía los requisitos para desempeñar tal cargo, ella me dio siete páginas explicando los detalles de esa actividad. Esta tarea requería continuidad de acción sin equivocaciones ni olvidos.

Cuando llegó la noche y la arropé en la cama, le dije: “Madre, no me olvidé de nada ni cometí ningún error, ¿no es cierto?” Me sonrió con la cabeza ya en la almohada, y respondió: “Sí, es cierto”. Esa noche, cerca de la medianoche me llamó con el timbre. Cuando acudí a ver que deseaba, me dijo: “Martha, ¿alguna vez te olvidas de algo?” Respondí: “Madre, la Mente nunca se olvida”. Entonces, me dijo: “Vuelve a tu cama”. La Sra. Eddy siempre esperaba que respondiéramos a sus preguntas, en lo posible, con la declaración absoluta de la Ciencia.

A la mañana siguiente, después de haberse sentado en su estudio, me dijo: “Martha, si anoche hubieras admitido que alguien puede olvidarse de algo, te hubieses hecho susceptible al olvido. Todo error que tú admites en ti misma o en otros como si fuese real, tú misma te expones a tal error. El admitir que el error es verdadero produce el error, y eso es todo lo que hay acerca del error”.

Otro incidente que ocurrió mientras yo servía de mucama personal de la Sra. Eddy también fue una gran lección para mí. Ocurrió cuando la Sra. Eddy escribió en Ciencia y Salud las dos líneas adicionales al final de la página 442: “Científicos Cristianos, sed una ley para con vosotros mismos que la malapráctica mental no puede dañaros, ni dormidos ni despiertos”.

Durante tres días estuvo escribiendo casi constantemente. Consultó el diccionario, la gramática, estudió sinónimos y antónimos, y cuando terminó tenía esas dos líneas para agregar a Ciencia y Salud. Me maravilló su perseverancia y el tiempo que tardó en escribir dos líneas. Pero el resultado fue una declaración científica para los estudiantes de Ciencia Cristiana que permanecería a través de todas las épocas. Después de escribir durante tres días, nos dio dos líneas, pero ¿quién puede estimar el valor de estas dos líneas?

Quienes estábamos estrechamente vinculados con la Sra. Eddy percibíamos cuando ella estaba dando a luz, en pensamiento, a una importante decisión, como, por ejemplo, algún cambio en la Iglesia, escribiendo un Estatuto nuevo, o algo conectado con sus escritos. Muchas veces, parecía ocurrir un parto laborioso cuando estas cosas nacían del Espíritu. Recuerdo la ocasión en que abolió en La Iglesia Madre las temporadas de Comunión, y también cuando incorporó algunos nuevos Estatutos.

En su libro The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea) la Sra. Eddy nos ha dado una instrucción para la práctica de la Ciencia Cristiana. El siguiente pasaje fue escrito en 1910, poco tiempo antes de su fallecimiento, e ilustra la calidad y vitalidad de su pensamiento cuando iba a cumplir noventa años: “Usted nunca podrá demostrar espiritualidad mientras no declare que usted es inmortal y comprenda que lo es. La Ciencia Cristiana es absoluta; no está ni detrás del punto de la perfección ni avanzando hacia él; está en este punto y desde este punto debe practicarse (pág. 242). Con frecuencia, la Sra. Eddy decía a algún miembro del personal de su casa: “Bueno, recuerda lo que eres”.

La Sra. Eddy esperaba que yo supiese exactamente dónde estaban todas las cosas en la casa, aun cuando ella no había visto algo quizás por años. Y, ¿por qué no? pues la consciencia lo incluye todo. Me enseñó que había solamente una consciencia, y que esa consciencia era mi consciencia e incluía todas las ideas como presentes y disponibles, y esperaba que yo lo demostrara.

En su instrucción personal no me dio nada diferente a lo que ya había dado en sus escritos a todos los estudiantes de Ciencia Cristiana. Pero lo que grabó de tal manera sus instrucciones en mi mente fue que ella me exigía una aplicación inmediata y una demostración de lo que me enseñaba. Sin esta aplicación y demostración requeridas, la Sra. Eddy sabía que las instrucciones que ella daba serían de muy poco valor para mí.

En una ocasión, fui una trabajadora mental durante siete semanas. Una noche me pidió que trabajara para resolver un problema y, por supuesto, sentí un enorme deseo de probar la realidad disponible, de modo que trabajé durante gran parte de la noche.

En la mañana me llamó y dijo: “Martha, ¿por qué no hiciste tu trabajo?” Respondí: “Madre, lo hice”. Me dijo: “No, no lo hiciste, más bien mantuviste una buena charla con el diablo. ¿Por qué no reconociste la totalidad de Dios?”

Le dije: “Madre, traté”. Su respuesta fue: “Bueno, si Jesús hubiera tratado y fallado, hoy no tendríamos ninguna Ciencia”. Entonces mandó colgar en la parte de atrás de la puerta de mi dormitorio una tarjeta que tenía impreso con letras bien grandes: “La fe sin obras es muerta”. Miré esa tarjeta durante dos semanas.

Cuando algún miembro del personal no lograba hacer una demostración, no había espíritu de justificación propia. Nos sentíamos como creo que se sintieron los discípulos cuando el Maestro les enseñaba. Hubo muchas demostraciones que llevamos a cabo, y muchas otras que no logramos.

Durante la época en que yo estaba bajo la instrucción personal de la Sra. Eddy y que hacía trabajo mental, nos dio dos lecciones de las Escrituras que me impresionaron muchísimo.

Una fue sobre el “Magnetismo Animal”, basada en la narración acerca del hombre que había nacido ciego. Nos indicó claramente que “no es que pecó éste, ni sus padres”, pues ambos constituían el hombre divino. Durante mucho tiempo vi claramente que no existía tal cosa como un hombre mortal y pecador, sino solamente el hombre perfecto, que no necesita curación. Pude percibir que mi llamado hombre material era, en realidad, el hombre divino, visto invertido o “como por espejo, oscuramente”, según las palabras de San Pablo.

La otra fue referente a “Respuesta a la Oración” tomada del primer capítulo de Santiago, versículos uno al ocho. Cuando la Sra. Eddy leyó: “Pero pida con fe, no dudando nada”, claramente percibí que un hombre de doble ánimo no podía esperar recibir cosa alguna del Señor.

Las Lecciones Bíblicas de la Sra. Eddy eran maravillosas. Por lo general, comenzaba la instrucción matutina con una lección de la Biblia. Sosteniendo la Biblia entre sus manos, dejaba que se abriera de por sí, y comenzaba a leer donde se posaba su vista.

Cuando la Sra. Eddy daba instrucción personal, no lo hacía como cuando daba instrucción en clase a los alumnos, ni tampoco era continua por un período definido de tiempo. Cuando la Sra. Eddy lo deseaba, ella llamaba a un alumno o a su grupo de trabajadores mentales, en algunas ocasiones hasta varias veces al día. Y tanto el alumno individual como el grupo de trabajadores mentales permanecían de pie mientras ella los instruía.

A veces, la Sra. Eddy tenía invitados a almorzar a las doce del mediodía. Le gustaba invitar a comer a personas como Bliss Knapp, a quien quería mucho, la Sra. Knott, el Sr. Dixon y otras personas con quienes ella tenía entrevistas.

El Sr. Young fue invitado a cenar y tuvo una entrevista con la Sra. Eddy poco antes que él enseñara la clase Normal de 1910. Y cuando le dijo a la Sra. Eddy: “Esta ha sido la mejor cena que he comido”, ella expresó tanta satisfacción como lo hubiera hecho cualquier otra mujer.

La Sra. Eddy a veces leía sobre las gangas comerciales anunciadas en el diario de Boston. Siempre mostraba un gran interés por los acontecimientos del día y especialmente por todos los inventos. En una ocasión hubo una exhibición de vuelo cerca de Boston. Por lo general, a la Sra. Eddy no le agradaba que el personal de la casa se ausentara, pero en esta oportunidad ella insistió en que varios de nosotros asistiésemos. Desde cierto punto de vista, la exhibición no era gran cosa, pero ese día fue algo maravilloso. Y para la Sra. Eddy, era la manifestación de un pensamiento avanzado y tenía gran interés en cada detalle de la exhibición.

Los miembros del personal de la casa de la Sra. Eddy eran, en su mayoría, practicistas y maestros de experiencia. Había un grupo que hacía trabajo mental, y algunos de ellos se desempeñaban como secretarios y atendían toda la correspondencia.

También había un grupo de mujeres, generalmente eran cinco, quienes, en su mayoría, prácticamente habían dejado sus propios hogares. Algunas eran practicistas y todas muy capacitadas como estudiantes de Ciencia Cristiana; además, se encargaban del cuidado de toda la casa de la Sra. Eddy. Limpiábamos todas las ventanas interiores de la casa; lavábamos y estirábamos las cortinas de encaje y toda la ropa personal de la Sra. Eddy. Cada habitación en la casa estaba alfombrada y muchas con alfombras de terciopelo. Estas se mantenían en perfectas condiciones con escobas. Las aspiradoras fueron adquiridas meses después de que yo comenzara a trabajar. Creo que compramos la primera que apareció en el mercado.

Además, había que cocinar y organizar con anticipación comidas para una familia de 17 personas y, a veces, hasta 25. Por lo general, iba dos veces por semana al “Faneuil Hall Market” a comprar carne y pescado. La mayoría de las provisiones las traían a nuestra casa en Brookline, y durante los meses de verano un muchacho griego venía diariamente a la casa con frutas y verduras.

He tratado de mostrarles algo de lo que nosotros hacíamos en la casa y cómo estábamos ocupados desde la mañana temprano hasta tarde por la noche. La casa de la Sra. Eddy era un hogar muy práctico. No sucedía nada misterioso, pero era necesario tener personas que comprendieran, aunque fuera un poco, la misión de la Sra. Eddy en el mundo.

Aproximadamente dos semanas antes de su fallecimiento, la Sra. Eddy me llamó a su estudio cerca de las cinco de la tarde. Ella estaba reposando en su sillón como acostumbraba hacerlo antes de cenar. Quisiera que la hubiesen escuchado expresar su gratitud por su hogar y por todos aquellos que cuidaban de su casa. Hizo el comentario respecto a lo limpia y hermosa que nosotros la manteníamos, y lo que significaba para ella tener ese lugar en el cual podía realizar su labor y continuar el trabajo para el movimiento de la Ciencia Cristiana.

Dijo: “Todas ustedes son muy buenas en hacer esto por mí”. Luego agregó: “Martha, ¿hay alguna razón por la cual tú no puedas quedarte conmigo para siempre?” Le respondí: “Madre, me quedaré mientras usted me necesite, o todo el tiempo que usted quiera”.

Más tarde el Sr. Frye me explicó por qué la Sra. Eddy quería que le asegurara que yo me quedaría con ella. La Sra. Eddy había decidido que yo recibiría instrucción en la clase Normal dentro de poco tiempo y ella pensó que, posiblemente, me agradaría regresar a casa y enseñar.

Quizás la Sra. Eddy expresó sus sentimientos de una manera bien clara respecto a su casa y al personal que trabajaba allí cuando escribió su “Canto de Alabanza” en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, donde dice (págs. 355–356):

“Los Científicos Cristianos en el hogar de la Sra. Eddy son el grupo más feliz de la tierra. Sus rostros brillan con el reflejo de la luz y del amor; sus pasos no son de cansancio; sus pensamientos son elevados; su camino es seguir adelante y su luz brilla. El mundo es mejor debido a este grupo feliz de Científicos Cristianos; la Sra. Eddy es más feliz debido a ellos; Dios es glorificado en Su reflejo de paz, amor y gozo.

“¿Cuándo despertará la humanidad al conocimiento de que ahora mismo es poseedora de todo el bien, y cuándo alabará y amará el lugar donde Dios mora de manera conspicua en Su reflejo de amor y de liderazgo?”

Fin de la serie We Knew Mary Baker Eddy.

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