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¿Sabes dónde está tu lugar?

Del número de noviembre de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Debido a que cada uno de nosotros es individual, no hay una persona que sea igual a otra, así como tampoco dos hojas son exactamente iguales aunque sean del mismo árbol. Esta individualidad parece obvia, pero, a veces, es difícil comprender exactamente cuál se supone que sea nuestra contribución en especial.

En momentos en que estaba meditando sobre si yo realmente valía o no, y también quién era yo, una amiga me indicó la respuesta de la Sra. Eddy a una pregunta similar: “Que cada miembro de esta iglesia pueda elevarse por encima de la reiterada pregunta, ¿qué soy yo? a la respuesta científica: yo soy capaz de impartir verdad, salud y felicidad, y esto es mi roca de salvación y la razón de mi existencia”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 165.

Poco después de haber leído este pasaje, fui a dar un paseo y me detuve para mirar a mi alrededor. Vi un roble enorme, unos cuantos pinos altos y unos abedules. Cada uno era parte diferente del escenario total.

Me di cuenta de que el roble no tenía por qué parecerse al pino. Sus hojas no tenían que permanecer en las ramas durante todo el invierno como ocurría con las agujas de los pinos. Tampoco el pino estaba incompleto por no tener corteza blanca como la del abedul. Cada árbol expresaba sus propias características distintas, estaba completo y era hermoso. También me di cuenta de que si alguno de los árboles no hubiese estado allí, el paisaje hubiese sido muy diferente.

En una carta que Pablo escribió a los cristianos de Corinto decía: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo”. 1 Cor. 12:4. Luego menciona cómo cada una de las partes del cuerpo es necesaria: “Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros”. 1 Cor. 12:21. Pensé cómo nuestra sociedad está compuesta de diferentes clases de personas. Pero yo valía tal como era. Tal vez no era igual a esta o aquella persona, pero tenía mi propio mérito. En realidad, mi identidad como hombre, la expresión de Dios, siempre era espiritual y estaba intacta y completa, reflejando a Dios. Por lo tanto, yo siempre podía expresar las cualidades de Dios que yo necesitara.

Poco tiempo después, tuve en mi propia vida un ejemplo práctico sobre la verdad de que cada uno de nosotros es diferente. Dos de mis mejores amigas y yo nos presentamos como aspirantes a animadoras de eventos deportivos de nuestra escuela secundaria. Realmente traté de reconocer que yo era el reflejo de Dios, que constantemente estaba expresando las cualidades de Dios, y que siempre estaba consciente de Su propósito. De modo que para mí fue un golpe terrible cuando me enteré que mis dos amigas habían sido aceptadas pero yo no. Luché contra la decepción, sabiendo que podía confiar en el plan de Dios para mí, fuese o no animadora deportiva. Traté de mantenerme firme en lo que enseña la Ciencia Cristiana: que podemos expresar “verdad, salud y felicidad”, y traté de sentirme verdaderamente feliz por la alegría que sentían mis amigas.

Dos semanas después, otras amigas me sugirieron que me presentara como candidata para presidenta de mi clase. Primero tuve temor de exponerme a otra decepción. Sin embargo, la lección aprendida de los árboles comenzaba a tener verdadero significado para mí. Ninguna prueba ni elección podía darme o quitarme mi identidad otorgada por Dios, mi integridad espiritual. Me venía al pensamiento una y otra vez que yo debía aprovechar esta nueva oportunidad. Me hizo pensar en el versículo de la Biblia que habla acerca de oír una palabra que dice: “Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”. Isa. 30:21.

Presenté mi candidatura y fui la primera chica elegida para ese cargo en nuestra escuela secundaria. El ser presidenta de mi clase me trajo toda clase de experiencias en las que continué expresando mi individualidad como reflejo de Dios. Ciertamente, esto fue una prueba para mí de que se puede confiar en el propósito de Dios para cada uno.

Esta lección continuó bendiciéndome. Me di cuenta de que yo nunca podía ser exactamente igual a alguna de mis amigas; ni tampoco ellas podían llevar a cabo exactamente lo que yo podía. Cada una de nosotras podía expresar al máximo los dones de Dios.

La amargura de la competición y la envidia desaparecen cuando se comprende que reflejamos las cualidades de Dios. Podemos amar, valorar y apreciar las características buenas que distinguen a otros, en vez de criticarlos. Podemos sentirnos felices por el éxito que otros logran.

No hay dos árboles, ni dos personas que sean exactamente iguales, pues cada uno expresa individualidad. A medida que nos damos cuenta de que reflejamos las cualidades de Dios, estamos en mejores condiciones de actuar con seguridad espiritual, y ver que nuestra identidad está intacta debido a que somos la semejanza de Dios.

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