No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.
Exodo 20:16
¿A quién le interesa el Noveno Mandamiento? A todos nos debe interesar.
Dar falso testimonio — mentir — parece tener una parte sorprendentemente grande en la vida humana común. Es lo que la gente hace cuando cree que es necesario y posible manipular las circunstancias en beneficio propio.
Ya sea mentir en los contratos para hacer una fabricación de mala calidad de lanzaderas espaciales, ocultar déficits financieros, esconder la verdad en cuanto a la inmoralidad personal o sutilmente informar con falsedad lo que alguien ha dicho o hecho, es una forma de pecado. Y puesto que es pecado, se castiga a sí mismo. En otras palabras, cuando nos entregamos a él, nos daña tanto a nosotros como a los demás. Y lo que es más básico, perdemos la oportunidad de obtener conocimiento de la verdad espiritual, del reino de los cielos que ya es nuestro.
Podría parecer superfluo decir que la mendacidad es apoyada por una mentalidad deshonesta. Pero lo que queremos decir es que la mendacidad nos compromete en algo mucho mayor que una fechoría leve. Cuando recordamos la declaración de Cristo Jesús de que el diablo es “mentiroso” Juan 8:44. empezamos a ver lo que esto entraña.
Un carácter falto de honradez tiende a hacer de cualquier persona el hijo del diablo. Nos roba nuestra individualidad, de manera que simplemente estamos siguiendo una norma general mesmérica de materialismo y hostilidad contra Cristo, la Verdad. Tal persona está ciegamente al servicio de todos los propósitos destructivos del mal, como lo hicieron aquellos de entre la multitud que eligieron al ladrón Barrabás para ser liberado en vez de elegir a Jesús, o como los soldados que participaron en la burla del Maestro.
Si es esto a lo que la mendacidad está unida o a lo que conduce, ¿quién puede permitirse tener parte en la mendacidad, ya sea pequeña o grande, de alto o de bajo nivel?
La Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens) nos muestra por qué el engaño y el mal están tan íntimamente relacionados cuando explica el hecho básico acerca del mal mismo, es decir, que es una mentira. Todo el mecanismo del mal se basa en presentar una mentira y hacer que se acepte. La mentira es que Dios está ausente, mas no es así, y que el mal es más poderoso y deseable que el bien.
Sentimos un gran alivio al comprender que todo el sentido sombrío y agobiador del mal lo origina el haber creído aquello que no es verdad. En lugar de argüir contra un mal que hemos creído que es real y grandioso, nuestro deber como cristianos es reconocer que no viene de Dios y que, por tanto, no es real.
Esta verdad cambia inmediatamente las circunstancias desfavorables en toda situación. Donde pudo haber parecido que el bien estaba en la minoría y el mal en la mayoría, se ve claramente que éste parece ser el caso sólo porque equivocadamente hemos aceptado una mentira. El hecho es que el bien jamás es menos poderoso que el mal. Incluso una pizca de bien que se manifiesta en nuestra experiencia es un aspecto de la realidad divina, mientras que montañas de mal sólo son falsedades acumuladas.
Por ejemplo, cuando encaramos el mal de la enfermedad o de la discordia en el cuerpo, no estamos fuera de combate. Nuestro concepto del bien espiritual, aun cuando parezca pequeño, realmente está unido a los recursos infinitos de la bondad divina.
Cuando respondemos al toque del Cristo, la Verdad, y aceptamos el hecho de que el mal es una mentira, que no tiene la más mínima sustancia, ley o causa, estamos más libres para reconocer cuánto bien tenemos a nuestro alcance, oleada tras oleada de él, una continua corriente de bien que viene de Dios al hombre. Toda intuición de la bondad y el poder divinos que hayamos tenido es verdad. Hay una infinidad de bien para aprender acerca de Dios y Su hombre. Este bien tiene solidez, utilidad práctica, fuerza y efecto. Y el comprender esto cambia el equilibrio y empieza la curación.
De manera similar, si parece que estamos encarando las pretensiones del mal de que es capaz de dominar en algunas situaciones mediante mentiras y mesmerismo, no nos liberamos tratando de aumentar el bien lo suficiente para vencer al mal, sino distinguiendo persistentemente entre la mentira y el Cristo, la Verdad. El gran desafío no consiste en el “poder” del mal de engañar y gobernar, sino en la mentira de que el mal existe y de que hay una mente que puede perpetrar el mol o creer en su perpetración.
Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia Cristiana, explica: “La idolatría, o sea la suposición de la existencia de muchas mentes y de más de un Dios, se ha repetido en toda clase de sutilezas a través de todos los siglos, diciendo como lo ha hecho desde un principio: ‘Creed en mí, y yo os haré como dioses’, es decir, yo os daré una mente aparte de Dios (el bien), llamada el mal; y esta llamada mente os abrirá los ojos y os hará conocer el mal, y así os volveréis materiales, sensuales, malos. Mas tened presente que esto lo dijo una serpiente; por tanto, su declaración no procedió de la Mente, el bien, la Verdad. Dios no fue su autor; de ahí las palabras de nuestro Maestro: ‘Es mentiroso, y padre de mentira’;...” Escritos Misceláneos, pág. 196.
La continua obediencia al primer y gran mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”, Ex. 20:3. nos ayuda en gran medida con el Noveno Mandamiento porque nos guarda de tener cualquier otro dios o causa. No hay ningún otro y nuestra obediencia nos salva de la tentación de creer en la mentira de que lo hay.
El dar falso testimonio, presentar al mal disfrazado de bien, puede parecer una norma del mundo. Pero teniendo las enseñanzas de Cristo Jesús, estaremos preparados para reconocer y derrotar esas mentiras. No creeremos que son una fuente o sostén, pues se nos está enseñando acerca de la omnipresencia de Dios. Como San Pablo preguntó: “¿Quién os estorbó para no obedecer a la verdad?” Gál. 5:7.