Me siento feliz al dar testimonio de lo eficaz que es la Ciencia Cristiana en la curación. En 1968, yo era un estanciero dedicado al ganado y cereales en Idaho. Un día aquel otoño, estaba usando un insecticida muy concentrado (una práctica normal en las estancias en el oeste de los Estados Unidos, en esa época del año), cuando se me cayó toda una lata de siete litros y medio de la mezcla en mi ropa. Como estaba muy ocupado, no me cambié de ropa por varias horas, y unas semanas después tuve un derrame de sangre interno.
De niño, yo había asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. En todo ese tiempo y en los años que siguieron, me apoyé en Dios por medio de lo que había aprendido acerca de El en la Ciencia Cristiana, para resolver cualquier clase de necesidad, y mis necesidades siempre fueron satisfechas.
Sin embargo, esta vez fui presionado por familiares íntimos para que me sometiera a un tratamiento médico. Muy pronto comencé a creer que esta situación era diferente a otras del pasado, las cuales había encarado y sanado sólo por medio de la Ciencia Cristiana. Creí que iba a encontrar la respuesta en la medicina. Acepté someterme al tratamiento médico, y, muy pronto, estaba recibiendo transfusiones de sangre. Después de tres meses de tratamiento en dos prominentes clínicas, me dijeron que yo había contraído un tipo de leucemia, y que debía regresar a casa para morir pacíficamente.
En realidad, al llegar a este punto, fue un alivio que los médicos me dijeran que ya no podían hacer nada. Dejé todo tratamiento médico, y me fui a casa, e inmediatamente llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana. Muy dentro de mí sabía que la materia médica no podía realmente curarme, y que solamente Dios podía hacerlo. Pero era necesario confiar en Dios completamente y comprender mejor Su propia naturaleza, y la mía como Su reflejo. Así que volví a estudiar Ciencia Cristiana como cuando había comenzado.
Esta declaración en el libro de texto Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, recomendada por el practicista, me dio una base para la oración y el estudio: “El punto de partida de la Ciencia divina es que Dios, el Espíritu, es Todo-en-todo, y que no hay otro poder ni otra Mente — que Dios es Amor, y que, por lo tanto, es Principio divino” (pág. 275).
Durante las semanas que siguieron, siempre que me sentía desalentado, recurría a estos versículos de Proverbios (3:5, 6): “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”.
Me di cuenta de que como yo había creído que el problema era causado por medios materiales, había sido engañado y aceptado la noción de que el problema era físico, y que podía resolverse por medios materiales. Pues bien, traté de hacer un firme esfuerzo por mantenerme en el “punto de partida” correcto, reconociendo, aceptando y comprendiendo que toda causa y efecto pertenecen a Dios. Por medio de la Ciencia Cristiana, no solamente podía usar yo mismo esta correcta interpretación de causa y efecto, sino que también podía demostrar mi verdadera naturaleza como el linaje espiritual, o el efecto de Dios.
La curación se efectuó completamente en unos seis meses. Muy pronto, después de esto, estaba otra vez muy activo en mi trabajo en la agricultura, y tres años más tarde, me alisté en los “Peace Corps” (voluntarios que van a trabajar a distintos países). Entonces se me pidió un examen médico en el que tuve que informar al médico sobre la leucemia. Esto condujo a un examen más completo, y el resultado final confirmó que estaba perfectamente bien de salud.
Trabajé por varios años como economista internacional de agricultura, viajando mucho por varios lugares alrededor del mundo, incluso a lugares donde había disturbios. Estaba protegido por medio del diario estudio de la Lección Bíblica (del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana). Nunca sufrí ningún malestar o enfermedad, y todo viaje fue armonioso en todo aspecto.
El año pasado viajé desde mi casa en California a Zimbabwe para dar una conferencia sobre agricultura a un grupo de oficiales superiores de los Estados Unidos que servían en Africa. El vuelo fue de treinta y seis horas, y algunas horas después de haber comenzado el viaje, empecé a sufrir síntomas de un fuerte resfrío y perdí la voz. Me había llevado un ejemplar reciente del Christian Science Sentinel, y uno de los artículos hacía hincapié en que, desde el punto de vista espiritual, el hombre nunca había sufrido un resfrío, y que este hecho era verdad para todos, en todas partes. Esta declaración fue una sorpresa, e inmediatamente la establecí como “mi” declaración, para comprender mejor lo que esto significaba y sus inferencias. Cerca de tres horas después yo estaba perfectamente bien. Al día siguiente, di la conferencia sin dificultad, y verdaderamente disfruté el resto de mi estadía.
Esas y otras experiencias han preparado el camino, como seguras bendiciones, hacia una mayor espiritualización del pensamiento y una manera de vivir. Mediante esas experiencias y mi continuo estudio de la Ciencia Cristiana, he encontrado el camino recto y estrecho y continúo en él. Y ahora, si me desvío del sendero, vuelvo a él rápidamente.
Mi gratitud no tiene límites por todas las actividades de La Iglesia Madre, y por lo unido que me siento al movimiento mundial de la Ciencia Cristiana.
Atascadero, California, E.U.A.
