Me siento feliz al dar testimonio de lo eficaz que es la Ciencia Cristiana en la curación. En 1968, yo era un estanciero dedicado al ganado y cereales en Idaho. Un día aquel otoño, estaba usando un insecticida muy concentrado (una práctica normal en las estancias en el oeste de los Estados Unidos, en esa época del año), cuando se me cayó toda una lata de siete litros y medio de la mezcla en mi ropa. Como estaba muy ocupado, no me cambié de ropa por varias horas, y unas semanas después tuve un derrame de sangre interno.
De niño, yo había asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. En todo ese tiempo y en los años que siguieron, me apoyé en Dios por medio de lo que había aprendido acerca de El en la Ciencia Cristiana, para resolver cualquier clase de necesidad, y mis necesidades siempre fueron satisfechas.
Sin embargo, esta vez fui presionado por familiares íntimos para que me sometiera a un tratamiento médico. Muy pronto comencé a creer que esta situación era diferente a otras del pasado, las cuales había encarado y sanado sólo por medio de la Ciencia Cristiana. Creí que iba a encontrar la respuesta en la medicina. Acepté someterme al tratamiento médico, y, muy pronto, estaba recibiendo transfusiones de sangre. Después de tres meses de tratamiento en dos prominentes clínicas, me dijeron que yo había contraído un tipo de leucemia, y que debía regresar a casa para morir pacíficamente.
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