“La vida de grandes hombres y mujeres es un milagro de paciencia y perseverancia. Cada astro en la constelación de la grandeza humana, como las estrellas, resalta en la obscuridad para brillar con la luz reflejada de Dios”, escribe Mary Baker Eddy en su mensaje sobre “Fidelidad” en Escritos Misceláneos (pág. 340). Su propia vida ha irradiado la luz espiritual más grande de los tiempos modernos, y a medida que pasan los años, apreciamos cada vez más el valor de su ejemplo.
Agosto de 1866 es una fecha que marca una experiencia extraordinaria en los recuerdos de mi niñez. Mi madre había sido llamada a recibir su primera instrucción en clase con la Sra. Eddy, y yo la acompañé en su viaje a Boston. Como nos hospedamos en una residencia particular cerca del Colegio, veía a nuestra Guía casi diariamente. Nunca olvidaré el inmenso gozo que sentí cuando la conocí. En una de mis primeras visitas a Boston, mi madre y yo concurrimos al culto religioso de la Ciencia Cristiana en Chickering Hall. Para nuestra gran felicidad, esa mañana el sermón estuvo a cargo de nuestra amada Guía, y cuando terminó, tuve el gusto de subir con mi madre a la plataforma y hablar con la Sra. Eddy. Aún hoy puedo cerrar los ojos y verla cuando estaba frente a la congregación, llena de gracia, seriedad y vehemencia, hablando con una sinceridad que mantenía a sus oyentes cautivados a medida que continuaba hablando.
Quienes tuvieron la oportunidad de ver a nuestra Guía jamás podrán olvidar su encanto personal. En aquellos días en que la conocí, su manera de ser expresaba el vigor y la efusividad propios de la juventud. Su cabello era castaño oscuro; su tez clara y rosada como la de una niña. Sus ojos, oscuros y luminosos, de mirada profunda y brillante, cambiaban tan rápidamente de expresión que era difícil determinar exactamente de qué color eran. En una oportunidad en que viajé a Europa, le escribí a la Sra. Eddy pidiéndole una fotografía que ella considerase fiel al original, pues deseaba que pintaran su retrato en porcelana, en la ciudad de Dresden. Me envió tres fotografías a vuelta de correo. Al regresar a los Estados Unidos, y antes de ir a mi casa, fui a visitar a la Sra. Eddy en Pleasant View, y le mostré la miniatura. Luego de estudiarla durante algunos momentos, dijo, en resumen, que los ojos estaban muy marrones, y luego agregó que los artistas, por lo general, pintaban sus ojos de color marrón, aunque parecía que nadie sabía cuál era el color exacto. Yendo hacia la ventana me pidió que fuera hacia la luz y le dijera de qué color yo creía que eran sus ojos. Después de contemplarla detenidamente por un momento exclamé que eran de un azul grisáceo profundo, aunque yo siempre había creído que eran marrones. No obstante, pienso que, en realidad, debido al constante cambio de expresión en su rostro, sus ojos tomaban a veces diversas tonalidades.
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