Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

We Knew Mary Baker Eddy

Esta serie de artículos es una selección de las memorias de uno de los primeros trabajadores en el movimiento de la Ciencia Cristiana. Estos relatos de fuentes originales que se han tomado del libro We Knew Mary Baker Eddy1, nos dan una perspectiva de la vida de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana durante esos años en que se estaba fundando la Iglesia de Cristo, Científico.

Amados recuerdos de Mary Baker Eddy

Del número de marzo de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“La vida de grandes hombres y mujeres es un milagro de paciencia y perseverancia. Cada astro en la constelación de la grandeza humana, como las estrellas, resalta en la obscuridad para brillar con la luz reflejada de Dios”, escribe Mary Baker Eddy en su mensaje sobre “Fidelidad” en Escritos Misceláneos (pág. 340). Su propia vida ha irradiado la luz espiritual más grande de los tiempos modernos, y a medida que pasan los años, apreciamos cada vez más el valor de su ejemplo.

Agosto de 1866 es una fecha que marca una experiencia extraordinaria en los recuerdos de mi niñez. Mi madre había sido llamada a recibir su primera instrucción en clase con la Sra. Eddy, y yo la acompañé en su viaje a Boston. Como nos hospedamos en una residencia particular cerca del Colegio, veía a nuestra Guía casi diariamente. Nunca olvidaré el inmenso gozo que sentí cuando la conocí. En una de mis primeras visitas a Boston, mi madre y yo concurrimos al culto religioso de la Ciencia Cristiana en Chickering Hall. Para nuestra gran felicidad, esa mañana el sermón estuvo a cargo de nuestra amada Guía, y cuando terminó, tuve el gusto de subir con mi madre a la plataforma y hablar con la Sra. Eddy. Aún hoy puedo cerrar los ojos y verla cuando estaba frente a la congregación, llena de gracia, seriedad y vehemencia, hablando con una sinceridad que mantenía a sus oyentes cautivados a medida que continuaba hablando.

Quienes tuvieron la oportunidad de ver a nuestra Guía jamás podrán olvidar su encanto personal. En aquellos días en que la conocí, su manera de ser expresaba el vigor y la efusividad propios de la juventud. Su cabello era castaño oscuro; su tez clara y rosada como la de una niña. Sus ojos, oscuros y luminosos, de mirada profunda y brillante, cambiaban tan rápidamente de expresión que era difícil determinar exactamente de qué color eran. En una oportunidad en que viajé a Europa, le escribí a la Sra. Eddy pidiéndole una fotografía que ella considerase fiel al original, pues deseaba que pintaran su retrato en porcelana, en la ciudad de Dresden. Me envió tres fotografías a vuelta de correo. Al regresar a los Estados Unidos, y antes de ir a mi casa, fui a visitar a la Sra. Eddy en Pleasant View, y le mostré la miniatura. Luego de estudiarla durante algunos momentos, dijo, en resumen, que los ojos estaban muy marrones, y luego agregó que los artistas, por lo general, pintaban sus ojos de color marrón, aunque parecía que nadie sabía cuál era el color exacto. Yendo hacia la ventana me pidió que fuera hacia la luz y le dijera de qué color yo creía que eran sus ojos. Después de contemplarla detenidamente por un momento exclamé que eran de un azul grisáceo profundo, aunque yo siempre había creído que eran marrones. No obstante, pienso que, en realidad, debido al constante cambio de expresión en su rostro, sus ojos tomaban a veces diversas tonalidades.

Tuve el bendito privilegio de asistir a la última clase que enseñó nuestra Guía. Mi madre tenía una profunda admiración por el liderazgo de la Sra. Eddy, inspirado por Dios. Eso constituyó una influencia que me preparó para escuchar con profundo interés cada palabra de su enseñanza. Nunca podré estar lo suficientemente agradecida por el amor y la reverencia que se despertara en mí, desde mi niñez, hacia la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Eso preparó mi mente para que escuchara, y sentí un deseo irresistible de aferrarme a las cosas del Espíritu.

Al recordar las numerosas e inspiradas entrevistas que tuve con nuestra amada Guía, las valoro como los más excelsos momentos de mi vida. Ella hablaba de las cosas espirituales con un conocimiento tan íntimo que le permitía revelar, con gran intensidad, a la consciencia de uno su propia percepción, dejando una impresión profunda y permanente, no muy diferente a la que los discípulos deben de haber tenido en el monte de la transfiguración.

En una oportunidad en que nuestra Guía me hablaba sobre la importancia de realizar una mayor y mejor obra sanadora en nuestro movimiento, me preguntó si yo tenía cuidado de llevar un registro de mis propios casos de curación para futuras referencias. Le dije que no se me había ocurrido hacer tales anotaciones, a lo que la Sra. Eddy respondió con toda sinceridad, más o menos estas palabras: Querida, tú deberías llevar fielmente un registro exacto de tus demostraciones, porque nunca sabes cuándo podrán resultar de valor para la Causa al hacer frente a los ataques contra la Ciencia Cristiana. Luego, agregó con tristeza: Lamento decir que, debido a lo agitado de la vida, es fácil olvidar hasta las experiencias importantes, y siento mucho que esto sea verdad respecto a una gran parte de mi mejor obra sanadora.

Querida y bendita benefactora del mundo entero, ¡qué poco sabía ella, al decir eso, que le estaba hablando a alguien que le debía su abundante salud a lo eficaz de sus propias demostraciones sanadoras!

En otra ocasión, cuando la fui a visitar a Pleasant View, le comenté a nuestra Guía algo que me había dicho un trabajador de la Ciencia Cristiana quien, a la sazón, ocupaba una posición prominente. Yo no podía reconciliar ese pensamiento con mi propia comprensión de la metafísica, y había decidido que la próxima vez que viera a la Sra. Eddy le preguntaría si estaba bien que yo rechazara tales declaraciones. Ella respondió más o menos estas palabras: Tu propia interpretación es totalmente correcta. Y con respecto a esto, quiero poner en claro un hecho específico: A pesar de lo encumbrada que sea la posición que ocupe un Científico Cristiano dentro del movimiento, jamás aceptes la validez de lo que te diga, a menos que puedas verificar tal declaración en nuestro libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.

Cuando conocí a la Sra. Eddy, yo era una niña muy amigable y feliz, pero con la suficiente timidez como para escuchar atentamente a las personas mayores, y, por sobre todas las cosas, amaba la Ciencia Cristiana. Nuestra Guía debe de haber percibido intuitivamente tal hecho, pues, de otra manera, con las obligaciones de una vida tan ocupada, no me hubiera prodigado tantas expresiones de su afectuoso interés.

Ella demostraba su amabilidad de las maneras más sencillas. Por ejemplo, mi madre solicitó que se le enviara la correspondencia al Colegio Metafísico de Massachusetts durante las dos o tres primeras visitas que hicimos a Boston, y yo iba diariamente a recogerla. A menudo, mientras yo seleccionaba las cartas, la Sra. Eddy cruzaba el vestíbulo y siempre se detenía a conversar conmigo por unos momentos. En la época en que mi madre asistía a su primera clase, mi hermana y yo fuimos invitadas a pasar una velada hermosa con ella.

Durante mis frecuentes visitas a Boston, tuve el agrado de ser recibida muchas veces por esta gran mujer. Una vez, mi madre y yo, tuvimos el privilegio de pasar la noche en Pleasant View como sus huéspedes.

Estoy ante ustedes esta noche como testigo viviente de quien puede comprobar la eficacia sanadora mediante la comprensión maravillosa de la Verdad que tenía esa gran mujer. En dos oportunidades durante mi niñez, fui sanada instantáneamente mediante los tiernos cuidados de nuestra querida Guía, de algo que los médicos hubieran considerado como condiciones físicas incurables. Desde la infancia había sido sumamente delicada de salud. Tres generaciones, por parte de mi padre, habían sufrido de serios problemas pulmonares. En una ocasión, antes de partir con mi madre para la parte este del país, tuve un resfriado tan severo que me dejó una tos muy ronca. Tan pronto como la Sra. Eddy me escuchó toser, percibió de inmediato que el problema era serio y me dio un tratamiento, que era todo lo que necesitaba para erradicar por completo cualquier vestigio de dificultad pulmonar. De inmediato cesó la tos desgarrante, y no sólo cedió dicho problema, sino que toda esa ley mortal en la que se apoyaba el problema también fue destruida, y en los años subsiguientes, me he regocijado al sentirme completamente liberada de que volviera a presentarse esa llamada herencia de familia.

Alrededor de un año más tarde, cuando estábamos nuevamente en Boston, tuve otra curación instantánea como resultado de la poderosa comprensión que tenía nuestra Guía respecto a la Verdad. Esta vez, repentinamente me sentí aquejada de un problema en la cadera y tuve que guardar cama. Durante más de una semana, permanecí postrada de dolor, día y noche, con una creciente debilidad, hasta que los síntomas parecieron alarmantes. Entonces, mi madre acudió a nuestra Guía en busca de consejo. La Sra. Eddy sabía que mi madre había estado atendiendo el caso sola, proporcionándome al mismo tiempo su solícito cuidado. Percibiendo, quizás, que tal situación se estaba volviendo demasiado real al pensamiento de mi madre, y con el propósito de aliviar esta situación, le aconsejó que otro practicista tomara el caso. El practicista que ella recomendó trabajó diligentemente durante algunos días, pero el sufrimiento no disminuyó.

Finalmente, el dolor llegó a ser tan intenso que mi querida y valiente madre se sintió agobiada por el desaliento y el temor a las consecuencias. En esa hora de angustia, después de una noche de sufrimiento casi insoportable, mi madre acudió presurosa a la casa de la Sra. Eddy a las cinco de la mañana. El Sr. Frye la atendió en el vestíbulo, explicándole que no sería posible ver a nuestra Guía hasta un par de horas más tarde. Sin embargo, la Sra. Eddy, al oírlos hablar, y reconociendo la voz de mi madre, salió hasta el descanso superior de la escalera y escuchó la conversación. Cuando mi madre entró en mi habitación momentos más tarde, aun antes de llegar al lado de mi cama, la saludé con una voz que revelaba la alegría al darle las buenas noticias: “¡Mamá, estoy mejor!” Pronto, ambas comprendimos con el mayor regocijo que, no solamente estaba mejor, sino que había sanado por completo.

Cuando regresó a la casa de nuestra Guía a la hora indicada, mi madre le dio la alegre noticia del cambio que se había operado en mí, a lo que la Sra. Eddy, sonriendo, respondió más o menos: Pude escuchar la conversación esta mañana, y, al hacerlo, me dije que era hora de intervenir en el caso y salvar a la niña. Me dirigí apresuradamente a mi cuarto, y dejándome caer en una silla, recurrí de inmediato a Dios en busca de curación.

La curación fue tan rápida que a los pocos días estaba en condiciones de emprender cómodamente el regreso a nuestro hogar en la parte central del país, a unos cuatro mil kilómetros de distancia. En los múltiples años subsiguientes, he gozado de muy buena salud. Y desde lo más profundo de mi corazón agradecido, doy todo crédito por mi liberación a la completa y permanente comprensión que tenía nuestra Guía respecto al poder sanador de Dios.

Al recordar la época en que conocí a la Sra. Eddy, siempre pienso que el secreto de sus grandes realizaciones se podría explicar solamente sobre la base de su unidad con Dios y su ilimitado espíritu de amor universal hacia toda la humanidad. Antes de recibir instrucción en clase con la Sra. Eddy, esto me fue bellamente expresado durante una conversación con nuestra Guía, mediante las palabras con las que ella describió su propia labor sanadora, que, si bien recuerdo, fueron más o menos así: Yo vi el amor de Dios rodeando al universo y al hombre, llenando todo espacio, y el Amor divino inundó mi consciencia de tal manera que pude amar todo lo que vi con una compasión a la manera del Cristo. Esta comprensión del Amor divino se expresó en “la hermosura de la santidad, la perfección del ser” (Ciencia y Salud, pág. 253), que sanaba y regeneraba y salvaba a todos los que a mí acudían en busca de ayuda.

Del modo como la Sra. Eddy pronunció la palabra “Amor”, me hizo sentir que ella debe de haber amado hasta una brizna de hierba bajo sus pies. La curación espiritual que iniciara Mary Baker Eddy hace ya más de tres cuartos de siglo, se hace más abundante año tras año. A medida que el cántico de gratitud por la Ciencia Cristiana se haga sentir a través del mundo, su nombre será venerado en los corazones de la humanidad. Por tanto, es natural que sus seguidores estén deseosos de decir, con palabras de las Escrituras: “Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos” (Proverbios 31:31).

Esta serie continuará.

1 Publicado por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1979.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / marzo de 1987

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.