¿Alguna vez te preguntaste cómo es Dios? Bueno, no eres el único. Es la clase de pregunta que la mayoría de la gente se hace en algún momento. Te contaré lo que me ocurrió a mí cuando yo comencé a hacerme esa pregunta.
Siendo adolescente, decidí hacerme miembro de la iglesia a la que concurrían mis padres y mis abuelos. Pero al completar un curso que me acreditaba para afiliarme a la iglesia, me di cuenta de que a pesar de la instrucción recibida sobre la doctrina de la iglesia y de las estrellas doradas que me habían otorgado como premio por memorizarla, lo cual fue útil, aún no había logrado obtener una idea clara acerca de quién era Dios, mi creador. Yo no tenía en mi mente una imagen respecto a quién o a qué debía orar, y tímidamente comenté mi preocupación a las autoridades de la iglesia. Su gentil consejo fue que debía esperar, confiar y orar, y que Dios se me revelaría. Pero esta respuesta no me satisfizo.
A esa altura, me preparé un programa para visitar, en diferentes domingos, todas las iglesias que estaban en un radio cercano a mi casa. En cada una de ellas, yo hacía las preguntas predominantes en mi búsqueda: ¿Cómo es Dios? ¿Hay alguna iglesia que pueda explicarme esto en forma satisfactoria para mí? Las amables personas con quienes me encontré en los distintos cultos dominicales a los que concurrí, escuchaban atentamente mis preguntas. Me explicaban la doctrina de su iglesia y los sacramentos como una forma de comunión personal con Dios. A veces, me sentía culpable por hacer esas preguntas y, en especial, por no sentirme totalmente satisfecha con los esfuerzos que hacían para responderme.
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