¿Alguna vez te preguntaste cómo es Dios? Bueno, no eres el único. Es la clase de pregunta que la mayoría de la gente se hace en algún momento. Te contaré lo que me ocurrió a mí cuando yo comencé a hacerme esa pregunta.
Siendo adolescente, decidí hacerme miembro de la iglesia a la que concurrían mis padres y mis abuelos. Pero al completar un curso que me acreditaba para afiliarme a la iglesia, me di cuenta de que a pesar de la instrucción recibida sobre la doctrina de la iglesia y de las estrellas doradas que me habían otorgado como premio por memorizarla, lo cual fue útil, aún no había logrado obtener una idea clara acerca de quién era Dios, mi creador. Yo no tenía en mi mente una imagen respecto a quién o a qué debía orar, y tímidamente comenté mi preocupación a las autoridades de la iglesia. Su gentil consejo fue que debía esperar, confiar y orar, y que Dios se me revelaría. Pero esta respuesta no me satisfizo.
A esa altura, me preparé un programa para visitar, en diferentes domingos, todas las iglesias que estaban en un radio cercano a mi casa. En cada una de ellas, yo hacía las preguntas predominantes en mi búsqueda: ¿Cómo es Dios? ¿Hay alguna iglesia que pueda explicarme esto en forma satisfactoria para mí? Las amables personas con quienes me encontré en los distintos cultos dominicales a los que concurrí, escuchaban atentamente mis preguntas. Me explicaban la doctrina de su iglesia y los sacramentos como una forma de comunión personal con Dios. A veces, me sentía culpable por hacer esas preguntas y, en especial, por no sentirme totalmente satisfecha con los esfuerzos que hacían para responderme.
Mientras me dedicaba a hacer estos recorridos, mis comprensivos padres aguardaban pacientemente a que “me sacara esas ideas”. Mi mamá tenía una amiga que de vez en cuando le dejaba algunos ejemplares del Christian Science Sentinel en casa. A veces, mi mamá los leía, pero yo no. De todos modos, decidí tomar el tren suburbano para ir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y le pedí a la amiga de mi mamá que me trajera de regreso a casa. Ella accedió a traerme, y le dije que sería ¡sólo por esa vez!
La superintendenta de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana escuchó mi explicación acerca de mi programa de visitas a las iglesias. Yo fui sincera con ella y le especifiqué que probablemente iba a concurrir sólo ese domingo, pues estaba tratando de averiguar si alguna iglesia me podía decir cómo era Dios. La superintendenta me aseguró que siempre sería bienvenida. Me puso en una clase con jóvenes de mi edad. Tan pronto como terminaron los ejercicios de apertura y comenzó la clase, le pregunté a la maestra de la Escuela Dominical si ella podía responder a mi pregunta acerca de cómo era Dios.
(Todo esto sucedió hace muchos años, de modo que quizás no recuerde las palabras exactas. Pero este relato es verídico y los términos que utilizo son los más aproximados que recuerdo.) La maestra pensó por un momento, y luego dijo: “¿Tienes lápiz y papel?” Yo no tenía. Entonces consiguió papel y encontró una lapicera en su cartera. Luego me hizo algunas preguntas: “¿Amas a tus padres? ¿Tu familia te ama? ¿Tienes algún animal doméstico al que quieres? ¿Amas a tu mejor amiga?” Le aseguré que ciertamente yo amaba a todos esos seres y que ellos también me amaban.
“!Muy bien!” dijo ella. “Entonces, sabes lo que es amor. Ahora, dibújalo en el papel”.
Dudando un poco, le expliqué que yo sabía lo que era el amor, pero que no podía dibujarlo. Después la maestra me preguntó si sabía lo que era sentirse totalmente viva, llena de vida en una hermosa mañana de primavera, por ejemplo. Yo disfrutaba mirando volar a los pájaros, viendo corretear a los cachorros, o mirando las cosas que estaban creciendo. Le aseguré que, en efecto, amaba esas cosas, previendo cuáles iban a ser sus próximas palabras.
“De modo que sabes acerca de cosas que viven, lo que significa estar vivo. Entonces, ¿por qué no me haces un dibujo de la vida?” Nadie se reía en la clase. Es más, todos escuchaban muy atentamente cuando yo dije que no sabía cómo hacer un dibujo de la vida. Yo podía dibujar cosas que estaban vivas, pero no “la vida” misma.
A continuación, la maestra me preguntó si sabía la diferencia entre una mentira y la verdad. Si yo me daba cuenta cuando alguien no estaba diciendo la verdad sobre algo o alguien. Si yo sabía lo suficiente acerca de la verdad como para poder reconocer lo que era verdad y lo que no era. Yo ya sabía lo que venía a continuación. Me iba a pedir que hiciera un dibujo de la verdad. Y, por supuesto, yo no podía.
Al llegar a ese punto, tiré la lapicera sobre la mesa con frustración. “¡No puedo! Es algo que uno sabe — dentro de uno mismo — y uno sabe que lo sabe. Y uno no necesita probar que lo sabe”.
Hubo un silencio. Un silencio profundo. Nadie se movía. Y en la cara de la maestra apareció la mirada más hermosa y tierna mientras decía: “¡Justamente! Eso es saber lo que es Dios. Es algo de lo que te sientes tan segura, en lo profundo de tu corazón y de tu mente, que no necesitas verlo a El con los ojos materiales. Podemos ver a Dios, que es Vida, Verdad y Amor divinos, con la misma seguridad con la que tú siempre has visto la vida, la verdad y el amor, con la convicción absoluta de que tú sabes lo que significan”.
Eso era. Ya no tendría que seguir buscando para saber cómo era Dios. Ya lo sabía; en realidad, yo siempre lo había conocido a El. Quizás yo era un poco como Jacob y como Moisés; podía ver a Dios siempre que pensaba en El.
Comencé a pensar de manera distinta con respecto a esos personajes de la Biblia, y cómo su deseo de reconocer a Dios los había guiado a obtener un concepto más espiritual de la vida. Después de luchar durante toda una noche con sus dudas, Jacob triunfó sobre el concepto material que tenía de sí mismo y acerca de Dios. Entonces pudo declarar: “Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma”. Gén. 32:30. Con respecto a Moisés, el legislador hebreo, se dijo que “nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara”. Deut. 34:10.
Nuestro Modelo, Cristo Jesús, siempre estuvo seguro de que él podía reconocer la presencia de Dios, pues dijo: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Juan 8:29.
La Biblia ciertamente nos da los precedentes para sentir que tenemos el derecho de conocer y de reconocer a Dios de un modo que satisfaga nuestro corazón y nuestra mente. No tenemos que aceptar ninguna creencia de que sólo en un tiempo lejano podremos comenzar a conocer al Dios que anhelamos adorar y amar.
Bueno, ¿sabes lo que hice? Concurrí a esa Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana durante tres domingos seguidos, y luego solicité registrarme. Pronto aprendí que, además de Vida, Verdad y Amor, hay otros cuatro sinónimos para Dios que se dan en el libro de texto de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud. Estos son: Espíritu, Alma, Mente y Principio. Ver Ciencia y Salud, pág. 465. Aprendí que la Biblia y el libro de texto son el pastor de las Iglesias de Cristo, Científico, y que los Científicos Cristianos leen y estudian diariamente de esos dos libros la Lección Bíblica que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Asistí a esa Escuela Dominical hasta que cumplí veinte años de edad, y estuve lista para comenzar nuevas experiencias como miembro de la iglesia. Casi olvidé mencionar que durante el primer año que concurrí a la Escuela Dominical y estudiaba la lección, sané de una enfermedad que había sido tratada por el médico de la familia durante cuatro años. Fue la primera de muchas hermosas curaciones.
Hubo además otro resultado importante de mi búsqueda y de mi hallazgo, que a mí me pareció una dádiva especial de Dios, a quien llegué a conocer como “Padre-Madre”. Después de presenciar la completa curación que tuvo lugar como resultado de lo que yo estaba aprendiendo en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, mi mamá comenzó a prestar más atención a esos ejemplares del Sentinel que le regalaba su amiga. Unos meses después ella y mi papá comenzaron a asistir a los cultos religiosos de los domingos de la Ciencia Cristiana, y mi hermana comenzó a venir conmigo a la Escuela Dominical. Con el tiempo, los tres llegaron a ser activos Científicos Cristianos. De ese modo, pude crecer en un hogar que me apoyó. Y comencé a aprender algo acerca de cómo vivir más de acuerdo con el modo de vida de Cristo Jesús.