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Un Científico Cristiano a toda prueba (no uno a medias)

Del número de marzo de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Por mucho tiempo, siempre que leía en la Biblia la declaración de Pablo: “Me gozo en las debilidades”, 2 Cor. 12:10. lo pasaba de largo. También ésta en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana: “Las pruebas son señales del cuidado de Dios”. Ciencia y Salud, pág. 66. Si Dios es Amor, razonaba, El se aseguraría de que yo no pasara ninguna prueba.

Pero a medida que me interesaba más seriamente en la Ciencia Cristiana, me di cuenta de que no podía esperar practicar esta ciencia siguiendo sólo algunas de sus enseñanzas y pasando por alto otras. Lo que necesitaba era una comprensión más profunda de sus declaraciones, aunque esto significara aprender siguiendo el camino más duro.

Y, así fue. Por algún tiempo, tuve una prueba tras otra, cada una más difícil que la anterior. “Oh Dios, ¿cuándo terminarán?”, me lamenté un día. Esa misma semana, esas dos citas que me disgustaban aparecieron en la Lección Bíblica. Las Lecciones Bíblicas son publicadas en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. ¡Definitivamente había llegado el momento de aprender de esas declaraciones!

Tenía una profunda lástima de mí misma y me sentía más castigada por Dios que amada por El. A pesar de que ya había aprendido en la Ciencia Cristiana que Dios es Amor ciento por ciento, y que Su amor nos corrige y elimina el mal, sentía una carga demasiado pesada como para sobreponerme. Desesperada, finalmente estaba dispuesta a escuchar y aprender.

Mientras escuchaba, me ocurrió algo extraño. Recordé cuánto me gustaba el algebra en la escuela secundaria. Todos los días, la maestra enseñaba una nueva lección y, luego, asignaba problemas para que practicáramos las reglas que habíamos aprendido aquel día. Esa era mi asignación preferida. Todo problema tenía solución; siempre obtenía la respuesta correcta cuando seguía las instrucciones correctamente. ¡Cuánto me gustaba resolver esos problemas!

Al meditar sobre esto, me di cuenta de que la Srta. Flynn no nos enseñaba esta ciencia práctica de las matemáticas para que jamás tuviéramos que usarla, sino para que pudiéramos aplicarla cuando fuera necesario. Tampoco Cristo Jesús nos enseñó la omnipotencia de Dios, el bien, para que jamás practicáramos esta verdad, sino justamente para que la usáramos cuando fuese necesario. ¿Acaso no fue su promesa: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”? Juan 8:32.

Toda mi experiencia humana, razoné, es entonces un campo de prueba para lo que estoy aprendiendo en la Ciencia Cristiana. Por tanto, puedo aceptar toda oportunidad para demostrar lo que ya es verdad: que el hombre es espiritual, la pura y perfecta creación del Espíritu infinito y no material como insisten los sentidos. El resolver problemas de algebra no hace que los principios de las matemáticas sean verdaderos, puesto que ya lo son; es prueba de que lo son. Tampoco mi oración, mi aplicación de la Ciencia Cristiana, hace verdadera la verdad de la perfección del hombre, sino que prueba esa verdad; prueba que lo que Dios crea no podría ser más perfecto.

También fue de mucha ayuda esta declaración de Ciencia y Salud, que me llamó la atención ese mismo día mientras estudiaba: “Si el alumno se adhiere estrictamente a las enseñanzas de la Ciencia Cristiana y no se aventura a violar sus reglas, no dejará de tener buen éxito en la curación”. Ciencia y Salud, pág. 448. Esto me recordó lo que hacía cuando una ecuación de algebra no daba el resultado correcto. Revisaba las reglas en el libro de texto, verificaba mi trabajo y corregía cualquier error; cuando no podía seguir adelante, pedía ayuda a un matemático con más experiencia.

A estas alturas, me sirvió mucho trazar un paralelo: Si al aplicar yo la Ciencia Cristiana la curación no era inmediata, sería necesario examinar nuevamente las reglas expuestas en Ciencia y Salud, analizar mi razonamiento, asegurarme de comenzar siempre con Dios, el Principio divino, y corregir cualquier pensamiento que no procediera de esta única causa. Si fuese necesario, podría pedirle a un practicista de la Ciencia Cristiana que me ayudara por medio de la oración.

El comprometerme a practicar la Ciencia Cristiana más firmemente me condujo a un estudio profundo de Ciencia y Salud; busqué y subrayé cada declaración que fuera como una regla o una instrucción. Hasta ahora es una gran ayuda releer estas subrayadas instrucciones; estoy agradecida de que lo que Dios exige, El lo provee. Por tanto, puedo obedecer cada regla con la autoridad y habilidad otorgadas por Dios.

La Sra. Eddy escribe: “Los cristianos de hoy en día debieran poder decir, con la dulce sinceridad del apóstol: ‘Me gozo en las debilidades’ — experimento satisfacción en el toque de las flaquezas, del dolor y de todo sufrimiento de la carne, porque me obliga a buscar el remedio para ello, y a hallar felicidad, fuera de los sentidos personales”. Escritos Misceláneos, pág. 200.

Comenzaba a aprender que esta lección tenía mayor alcance, pues con ella llegué a sentir la certeza de que Dios no envía las aflicciones. Puesto que El es el bien infinito, El no podría, de ninguna manera, crear, permitir o enviar nada desemejante a El. La aflicción no es el estado verdadero de las cosas. Viene de un concepto equivocado de Dios, una convicción equivocada de que El no está presente o no está gobernando, o no es del todo bueno. Mas Dios es Amor ilimitado, omnipotente y siempre presente. El Cristo, el poder de Dios manifestándose en la consciencia humana, no sólo provee la comprensión que se necesita de Su bondad omnipotente para sanar tales conceptos erróneos y sus efectos, sino que también provee las oportunidades para hacerlo.

Cuando Jesús fue tentado por el diablo, se negó a someterse a las exigencias del tentador. “El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían”. Mateo 4:11. Al enfrentarme a mi propia serie de pruebas, yo también me sentí elevada por los ángeles tan pronto como comencé a sentirme agradecida por estar equipada por Dios, mediante Su Cristo, para enfrentarme a estas pruebas. Cuando comencé a probar que las tentaciones no tenían poder sobre mí, pude, entonces, comprender que no tenían fuente alguna de donde provenir, no tenían poder para abrumarme, y dejaron de existir. La curación se efectuó.

Por supuesto que, desde ese entonces, he tenido que enfrentar otras pruebas (y, sin duda, habrá otras), pero puedo decir sinceramente que he aprendido que son “señales del cuidado de Dios”. Cada una me ha forzado a elevarme por encima del deseo de tener comodidad en la materia, que, en realidad, es sólo letargo, y no es en absoluto la finalidad de la curación por medio de la Ciencia Cristiana. El propósito más grande de la curación es el de glorificar a Dios, demostrar gozosamente Su amor omnipotente como ley aquí mismo en la tierra, no solamente para nosotros, sino para toda la humanidad.

No tengo palabras para expresar la gratitud que siento por haber aprendido esta lección. Es el amor incesante de Dios que nos ayuda a ser Científicos Cristianos a toda prueba y no a medias. Es Dios quien nos enseña constantemente, y nosotros podemos escuchar.

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