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Mesa redonda de los Redactores

Del número de marzo de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿No cree usted que quizás podríamos expresar entre nosotros — entre los maestros de Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), practicistas o miembros de la iglesia — de una mejor manera, un afecto franco y solícito?

El amor abnegado que existía entre los miembros leales de la comunidad cristiana, hizo posible que la iglesia cristiana de los primeros días constituyera un bloque de tal consistencia que ni siquiera el martilleo de la persecución lo podía romper. Y, ¡qué evidente es el efecto que tiene este espíritu de amor y unidad en una iglesia filial o en una Asociación de Alumnos de la Ciencia Cristiana! Es como pasar de una atmósfera neblinosa a otra llena de sol. El amor hace que la iglesia sea un lugar en donde la gente quiera estar. ¿Quién no quiere sentirse amado y atendido con sinceridad?

Nos estamos refiriendo a algo que va más allá de la amistad sencilla y familiar. Lo que realmente tiene efecto, no es la sonrisa superficial o el intercambio social refinado, en cuya base hay una vida que ha permanecido sin cambiar. Es el genuino espíritu del Cristo.

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