¿Ha visto alguna vez volar los pétalos de un diente de león, y sentir el deseo de haberlos cortado a tiempo, antes de que se esparcieran por el jardín? ¿Ha visto alguna vez que los pensamientos indeseables tienden a esparcirse y causar problemas, a menos que se los detengan? ¿Es posible aprender a distinguir mejor entre los pensamientos que queremos aceptar y los que se deberían barrer como si fueran polen?
Un hombre aprendió, en cierta medida, la importancia que tiene vigilar qué clase de pensamientos debía aceptar cuando, un día, vio que no tenía deseos de comer ni beber durante el almuerzo. Sentía escalofríos, y le dolía la cabeza. Cuando llegó a su casa al atardecer, lo único que quería hacer era acostarse y dormir.
Su esposa llamó a una practicista de la Ciencia Cristiana y le pidió que le diera tratamiento por medio de la oración. La practicista le pidió que dijera a su esposo que no tenía que aceptar ninguna semilla mental de que había una enfermedad contagiosa “volando” por alrededor. Le dio a la esposa la siguiente cita de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “Los pensamientos y propósitos malos no tienen más alcance ni hacen más daño, de lo que la creencia de uno permita. Los malos pensamientos, las concupiscencias y los propósitos malévolos no pueden ir, cual polen errante, de una mente humana a otra, encontrando alojamiento insospechado, si la virtud y la verdad construyen una fuerte defensa”. Ciencia y Salud, págs. 234–235.
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