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La fortaleza espiritual del individuo

Del número de marzo de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace tiempo, concurrí a un partido de tenis profesional entre dos de las mejores tenistas del mundo. En un momento crucial, la jugadora que iba ganando hizo un saque sensacional, imposible de ser devuelto por su contrincante. El juez de línea declaró que el saque había sido fuera, pero la otra competidora sabía que la pelota había picado dentro de la cancha. Dudó por un momento, y luego caminó con calma hacia el otro lado de la cancha e informó a los jueces que el saque había sido válido.

Ninguno hubiera culpado a esa jugadora por aceptar el fallo equivocado, puesto que prácticamente todos los tenistas aceptan con agrado las decisiones que un juez de línea hace en su favor, especialmente cuando una cantidad elevada de dinero y el prestigio están en juego, como lo estaban en este partido. Pero esta jugadora no se guió por lo que hace la mayoría. Evidentemente, ella respetaba lo correcto y lo honesto.

En nuestras profesiones y medios sociales, ¿cómo respondemos cuando vemos que los hábitos de la mayoría no están de acuerdo con las normas más elevadas? ¿Qué hacemos si descubrimos que la gente está encaminada en una dirección equivocada, una dirección que no honra a Dios?

El estudio inspirado de la Biblia nos ayuda para que meros números no nos influyan e intimiden tanto, y para que vislumbremos la fortaleza que cada uno posee. Una y otra vez encontramos relatos bíblicos en los que aquellos que estaban inspirados por Dios demostraron que grandes multitudes de gente estaban equivocadas. Por ejemplo, las curaciones instantáneas socavaron la verosimilitud de enfermedades que estaban ampliamente aceptadas. Pequeñas bandas de hombres que dependían radicalmente de Dios para su protección y dirección derrotaron a enormes ejércitos. De manera que la cantidad no es necesariamente sinónimo de rectitud, poder o autoridad.

Con sólo trescientos hombres, y bajo la dirección de Dios, Gedeón venció a un enorme ejército extranjero. La Biblia dice que sus enemigos eran “como langostas en multitud, y sus camellos eran innumerables como la arena que está a la ribera del mar en multitud”. Jueces 7:12. Sin embargo, Gedeón fue específicamente guiado a no depender de números. El libro de los Jueces dice que antes de ir a la batalla, él envió de vuelta a casi treinta y dos mil integrantes de su ejército. Y obtuvo la victoria fácilmente con los trescientos hombres que quedaron.

En otra parte de la Biblia leemos que el profeta Elías, sin ayuda alguna, desafió y desacreditó a cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. Nehemías dirigió la reconstrucción de los muros destruidos de Jerusalén a pesar de la oposición y superioridad numérica de sus vecinos. Y en Eclesiastés se relata la historia de un hombre pobre, sabio, que liberó a su pequeña ciudad, aparentemente indefensa, del asedio de un poderoso rey. Ver 1 Reyes 1 8: 19–39; Neh., caps. 1–6; Ecl. 9: 14–16.

La historia bíblica deja ver claro que el mal rara vez pretende presentarse en cantidades pequeñas. Este dice: “Legión me llamo; porque somos muchos”. Marcos 5:9. En el Apocalipsis, el mal es descrito como “un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas”. Apoc. 12:3. Asimismo, puede que el mal nos sugiera: “Este problema es inmenso. Lo has tenido desde hace tanto tiempo, has sufrido tanto dolor y has orado tantas veces”. El mal trata de impresionarnos y deprimirnos por medio de la ilusión de mera cantidad.

Pero David detuvo a Goliat. Cristo Jesús dispersó la legión de espíritus inmundos. Por eso, ¡ya se ha dado el fallo! Las pretensiones del mal, por más que sean consentidas por la mayoría o impresionen por su cantidad, no tienen sustancia real ni verdad. No poseen ninguna de la fortaleza o autoridad que profesan tener. La fortaleza y la autoridad están con el Dios único y con toda persona que esté dispuesta a mantenerse radicalmente firme del lado del Amor omnipotente.

Y esto es lo que Dios nos capacita para hacer. No somos creados para permanecer aterrorizados frente al dragón, contando su multitud de cabezas, cuernos y diademas. Somos creados para adorar y expresar a Dios, para manifestar el bien omnipotente, y así ejercer el dominio que Dios ha otorgado al hombre. A medida que dedicamos nuestros días cada vez más a la demostración del bien, vemos finalmente que el mal no tiene identidad y que Dios no ha limitado el bien que puede lograr la persona de ánimo espiritual.

Mary Baker Eddy, quien fundó una iglesia que pone gran énfasis en las aptitudes y responsabilidades que Dios ha otorgado al hombre, lo expresa de esta manera: “¿No es, un hombre, metafísica y matemáticamente uno en cantidad, una unidad y, por lo tanto, un número entero, gobernado y protegido por su Principio divino, Dios? Simplemente debéis preservar un sentido científico y positivo de unidad con vuestra fuente divina, y demostrarlo diariamente. Entonces encontraréis que uno es un factor tan importante como dos decillones para ser y hacer lo correcto, y así demostrar el Principio deífico. Una gota de rocío refleja el sol. Cada uno de los pequeñuelos de Cristo refleja al Unico infinito, y, por lo tanto, es verdadera la declaración del vidente, que ‘uno del lado de Dios es mayoría’ ”. Pulpit and Press, pág. 4.

Naturalmente, necesitamos estar seguros de que nuestra oposición a los usos y costumbres populares tiene su origen en Dios. Algunas protestas, que se presentan en el nombre de una persona “inspirada”, bien puede que tengan su origen en el egotismo y en la búsqueda de poder personal. Debemos aprender a obedecer el consejo de Juan: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios”. 1 Juan 4:1. Entonces, y sólo entonces, podemos descubrir que “no es difícil para Jehová salvar con muchos o con pocos”. 1 Sam. 14:6.

En un pasaje del libro de texto de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, la Sra. Eddy resalta las capacidades ilimitadas del hombre, al escribir: “Moisés adelantó una nación a la adoración de Dios en Espíritu en vez de materia e ilustró las grandes capacidades humanas del ser otorgadas por la Mente inmortal”. Ciencia y Salud, pág. 200.

Bien podríamos preguntarnos qué cualidades del pensamiento capacitaron a un hombre para adelantar una nación entera. Moisés expresó obediencia a Dios, además de gran valor y persistencia, cualidades que, en verdad, podemos expresar en cierto grado. Pero la Biblia identifica una de las características que son de importancia central en el carácter de Moisés: “Aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra”. Núm. 12:3. Si hemos de tener éxito en el trabajo espiritual que Dios nos ha asignado, es sabio cultivar la mansedumbre. Podemos desechar la obstinación y la vanidad a menudo asociadas con cantidades y, humildemente, aprender a ser guiados por Dios. Cuando insistimos en ser guiados por Dios, el impacto sanador de nuestras vidas no tiene límite.

No obstante, nuestra oposición a lo que cree la mayoría no será eficaz si se funda meramente en una creencia diferente. Por ejemplo, nuestra creencia en la Ciencia Cristiana no predominará sobre la multitud de los que creen que todos los años hay que tener cierta cantidad de resfríos. Cuando nos oponemos a esa opinión mayoritaria, la Sra. Eddy dice que debemos fundamentar nuestro desacuerdo “en la Ciencia”, Al hablar de la aceptación masiva de medicamentos, ella escribe: “Cuando la creencia general atribuye al inanimado medicamento la virtud de producir tal o cual efecto, el disentimiento individual o la fe individual, a menos que descanse en al Ciencia, no es sino una creencia mantenida por una minoría, y tal creencia es gobernada por la mayoría”. Ciencia y Salud, pág. 155.

Por consiguiente, nuestra tarea consiste en basar nuestra protesta contra el mal en la Ciencia divinamente establecida de nuestro ser, y no en meras declaraciones personales. Nuestra opinión o voluntad, de por sí, rara vez anula la enfermedad extensamente aceptada. Pero cuando basamos nuestro desacuerdo en la Ciencia, cedemos al hecho de que Dios y el hombre están siempre unidos, y no simplemente porque un mortal lo haya dicho, sino porque, por así decirlo, Dios lo dice. Y en esta valiosa unidad no hay lugar para la enfermedad.

Cuando las Escrituras dicen que el hombre fue creado a la imagen y semejanza de Dios, esta declaración está precedida por tres palabras de importancia decisiva: “Entonces dijo Dios ...” Gén. 1:26. De manera que la identidad del hombre proviene totalmente de Dios y jamás está definida por la opinión mortal general.

Cuando aceptamos la realidad inalterable de lo que dice Dios, estamos realmente edificando “en la Ciencia”. Reconocemos que la imagen de Dios ha sido creada con dominio, salud y armonía interminables, y que la enfermedad no es parte de esta individualidad verdadera, que jamás está apoyada o aun permitida por Dios. Vislumbramos que Dios, y no millones de mentes humanas, es el Legislador del hombre. Y vemos que todos los individuos poseen el derecho y la inteligencia para permanecer del lado del amor todopoderoso, purificador y salvador de Dios .

Puesto que Dios es totalmente bueno, que otorga salud en lugar de enfermedad, abundancia en lugar de limitación, y vida en lugar de muerte, es razonable admitir que el mal y aun la muerte pueden vencerse. No sólo porque así nos lo dicen, sino porque el depender de la bondad de Dios, real y poderosa, está de acuerdo con nuestra verdadera naturaleza. Puesto que Dios es verdadero y el concepto mortal del hombre una mentira, cultivamos fortaleza moral y espiritual en la proporción en que aprendemos a discriminar entre la verdad de Dios y las creencias hechas por los hombres.

La oración consagrada y el estudio de la Biblia, junto con las obras de la Sra. Eddy, nos capacitan para establecer al diferencia entre la naturaleza científica y verdadera de Dios y del hombre de las opiniones y filosofías humanas. A medida que progresamos en esta tarea, obtenemos una firme comprensión de la omnipotencia y omnipresencia de Dios y de la perfección del hombre. Al aceptar esto como la ley de Dios, y no como mera creencia humana, vemos que el hecho de que el mal es impotente y está ausente empieza a alborear en nuestra consciencia. Descubrimos que el tamaño y cantidad imponentes del mal son conceptos equivocados, que el mal ha sido sobrestimado y es necesario considerarlo como un cero. Y, si bien debemos demostrar la nada del mal, paso a paso, por medio del progreso y regeneración espirituales, queda en pie el hecho espiritual de que el mal no tiene poder. Comprendemos que nada puede jamás agregarse ni quitarse de la creación perfectamente completa de Dios, incluso el hombre. Y esta comprensión conduce naturalmente a una paz individual más profunda y a la curación.

El ministerio sanador de Cristo Jesús nos muestra el efecto sanador del desacuerdo individual basado “en la Ciencia”, es decir, en la comprensión correcta de Dios y de la identidad del hombre. El demostró que la enfermedad no es necesaria. Aunque millones de mentes humanas creían en la lepra, esto no pudo detener la comprensión que Jesús tenía de la acción y del poder del Amor divino.

Cuando los diez leprosos pidieron a Jesús que los sanase, fueron completamente limpiados en cuestión de segundos. Ver Lucas 17:12–14. Jesús demostró convincentemente que “no es difícil para Jehová salvar”. El Maestro demostró que cuando nos oponemos correctamente, el mal, con sus falsas pretensiones de fortaleza y abundancia, deja de tener autoridad válida.

¿Existe alguna duda de que cuando los individuos actúan en obediencia a la verdad de Dios tienen mayor fuerza que cuando las multitudes actúan en obediencia a las creencias hechas por los hombres? Sólo tenemos que permanecer con tranquilidad, persistencia y valor del lado del amor liberador de Dios. Entonces nos regocijamos al ver que el mal tolerado por las mayorías no puede anular el cuidado tierno y omnipotente que Dios tiene para con todos Sus hijos. Descubrimos que nuestra capacidad individual para lograr lo bueno es ilimitada porque, en realidad, somos la expresión espiritual e infinita de Dios. Y hallamos que nos vienen fuerzas, no por medio de puntos de vista personales y enérgicos, sino al mantenernos obedientes a la Palabra e Dios.

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