Hace tiempo, concurrí a un partido de tenis profesional entre dos de las mejores tenistas del mundo. En un momento crucial, la jugadora que iba ganando hizo un saque sensacional, imposible de ser devuelto por su contrincante. El juez de línea declaró que el saque había sido fuera, pero la otra competidora sabía que la pelota había picado dentro de la cancha. Dudó por un momento, y luego caminó con calma hacia el otro lado de la cancha e informó a los jueces que el saque había sido válido.
Ninguno hubiera culpado a esa jugadora por aceptar el fallo equivocado, puesto que prácticamente todos los tenistas aceptan con agrado las decisiones que un juez de línea hace en su favor, especialmente cuando una cantidad elevada de dinero y el prestigio están en juego, como lo estaban en este partido. Pero esta jugadora no se guió por lo que hace la mayoría. Evidentemente, ella respetaba lo correcto y lo honesto.
En nuestras profesiones y medios sociales, ¿cómo respondemos cuando vemos que los hábitos de la mayoría no están de acuerdo con las normas más elevadas? ¿Qué hacemos si descubrimos que la gente está encaminada en una dirección equivocada, una dirección que no honra a Dios?
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