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Con inmensa gratitud por la Ciencia Cristiana* voy a relatar dos...

Del número de junio de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Con inmensa gratitud por la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) voy a relatar dos importantes curaciones. En ambos casos, y por medio de la oración solamente, se restableció la salud de dos niños que estaban seriamente enfermos. La primera de esas curaciones me sucedió a mí, y la segunda, veintiocho años más tarde, a mi hijo menor.

Mi curación, como me la relataron, tuvo lugar cuando tenía dos años y vivía con mis padres y mi hermana mayor en el sur de Utah, Estados Unidos. Vivíamos en una mina en actividad, en la que mi padre era el superintendente. Puesto que mi hermana y yo éramos los únicos niños en la zona, con frecuencia nos daban golosinas en la posada donde comían los trabajadores de la mina. Un día, me dieron melocotones de una lata que, luego descubrieron, estaba herrumbrosa. Poco después, me enfermé gravemente de lo que el doctor de la mina diagnosticó como veneno de ptomaína.

Los recursos médicos de la colonia minera eran muy limitados, de modo que mi abuelo, muy alarmado, vino y me llevó a su casa en Salt Lake City, para que me dieran tratamiento médico. Mi madre y mi hermana también vinieron. Allí, a pesar de los servicios que me prestaron tres médicos de Nueva York, quienes por coincidencia estaban en la ciudad atendiendo otro caso, me puse peor. Después de tres semanas, estos médicos informaron que no podían hacer nada más. Dijeron que me estaba muriendo.

La familia, de acuerdo con lo que mi madre contó, estaba agobiada por el pesar. Pero en el momento en que se sentían más desamparados, mi tía — la hermana de mi madre — le recordó a mamá la curación del baile de San Vito, que ella (mi madre) había tenido a los trece años, y la de una postración nerviosa que tuvo a los dieciocho años. Preguntó a mi madre si estaría dispuesta a confiar en el tratamiento en la Ciencia Cristiana para mi curación. Si bien ninguno en la familia había estudiado la Ciencia Cristiana (no obstante esas dos curaciones), mi madre respondió inmediatamente que sí.

Llamaron a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien vino de inmediato a la casa. Cuando llegó, entró calladamente en la sala donde yo estaba y se sentó al lado de la cama. A esa altura, todo lo que yo podía hacer era gemir. Esta querida practicista se mantuvo en constante oración durante media hora aproximadamente. Entonces, súbitamente me senté y pedí algo de comer. La familia estaba jubilosa por mi progreso, pero no pusieron empeño alguno en traer la comida que pedí. Después de un rato, la practicista preguntó a mi madre por qué no había prestado atención a mi pedido. Su respuesta fue: “¡Bueno, no podría comer nada después de haber estado tan enferma!” La practicista le preguntó: “¿Es que no va a aceptar la curación de la niña?” Poco después, me trajeron cinco emparedados del tamaño de bocadillos pequeños. Los comí y me acosté a dormir. A la mañana siguiente, ya estaba fuera de la cama, jugando con mis muñecas y completamente bien.

Dos semanas después de esta maravillosa curación, mi madre regresó a la mina con sus dos pequeñas niñas y sus nuevos libros de texto: la Biblia y Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, además de un ejemplar reciente del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Desde allí en adelante, Dios fue nuestro único médico.

La segunda curación ocurrió cuando nuestro hijo menor tenía tres o cuatro meses.

Un día, observé que estaba demasiado tranquilo. Esa noche, varias horas después de haberme ido a la cama, me despertó un extraño sonido que hizo el niño. Corrí a través del cuarto hacia su cuna y, al pasar, golpeé la cama de nuestro hijo mayor. Como empezó a llorar, mi esposo encendió la luz y fue a calmarlo. Cuando me incliné para alzar al bebé, vi que había dejado de respirar. Mi temor fue tan abrumador que cuando mi esposo preguntó si el bebé estaba bien, para no atemorizarlo, le contesté que sí. Rehusé expresar en voz alta — aun para mí misma — el gran temor que se había apoderado de mí. Llevé al bebé a mi cama y me senté con las piernas cruzadas, cubriéndome junto al niño con las cobijas.

En ese momento, vinieron a mi memoria la comprensión que obtuve en los años que concurrí a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, la tierna dirección y enseñanza que mi madre me dio acerca de Dios, y los años de estudio sincero sobre Ciencia Cristiana que yo misma emprendí. Esta declaración de la Sra. Eddy fue un firme asidero en la Verdad (Escritos Misceláneos, pág. 277): “Ninguna evidencia de los sentidos materiales puede cerrarme los ojos ante la prueba científica de que Dios, el bien, es supremo”. El Primer Mandamiento (Exodo 20:3): “No tendrás dioses ajenos delante de mí”, fue una ayuda eficaz. Asimismo “la exposición científica del ser”, en la página 468 de Ciencia y Salud, sostuvo mis sinceros deseos de apoyarme completamente en Dios, especialmente donde dice: “Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”.

Las verdades de Dios surgieron en mi pensamiento receptivo, borrando gradualmente el temor de que no había forma alguna ni tiempo para encontrar una respuesta. Me di cuenta de que yo no era personalmente responsable por la vida del bebé. El era el hijo de Dios, y Dios siempre cuida de los Suyos. Dios era la vida misma del niño, y lo que no podía tocar a Dios, no podía tocar a Su reflejo, el hombre.

Cuánto tiempo estuve orando, no lo sé. Recuerdo que mi esposo preguntó en tres diferentes oportunidades si el bebé estaba mejor, y cada vez contesté: “El está bien”. Poco después de la tercera vez que él me lo preguntó, sentí que el niño se estremeció y, luego, comenzó a respirar nuevamente. ¡Qué gratitud sentí! Continué cantando en silencio alabanzas a Dios.

Esto no volvió a ocurrir jamás. Pero pasaron algunas semanas antes de que pudiera contarle a mi esposo acerca de esta curación. Cuando lo hice, me dijo que se había dado cuenta de la emergencia y también él había estado orando.

La ley de Dios nunca falla. Estoy muy agradecida por la revelación de la Ciencia Cristiana y por la dedicación de la Sra. Eddy al seguir a nuestro Modelo, Cristo Jesús. La humanidad en verdad ha recibido, por medio de la Ciencia Cristiana, la “perla preciosa”.


Tengo mucho gusto en verificar la curación de nuestro hijo menor. Los hechos son exactamente como mi esposa los relató. He presenciado muchas curaciones mediante la Ciencia Cristiana en nuestro hogar, especialmente cuando nuestros hijos estaban creciendo. Estoy profundamente agradecido.

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