Judas tenía las armas del mundo. Jesús no tenía ninguna de ellas y no escogió los medios con que se defiende el mundo. Ciencia y Salud, pág. 48.
Mary Baker Eddy
Debe de haber habido alguna vez en que Jesús se haya sentido tentado a utilizar los medios de defensa del mundo. Bueno, no me refiero a espadas, arcos o lanzas materiales, sino a los métodos generales de defensa que usa el mundo contra el fracaso, el abandono y el sufrimiento.
Cristo Jesús debe de haber deseado fervientemente que otros entendieran su relación con Dios, mucho mejor de lo que lo hicieron, es decir, la completa relación del hombre con Dios. El trató de explicarlo a menudo, pero con mucha frecuencia sus discípulos u otros testigos de su obra sanadora no entendieron lo que él decía o hacía.
La Sra. Eddy habla del escarnio público al que fue expuesto Jesús. Ella escribe que no fue una cruz o una lanza material lo que lo hizo clamar: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? —“¡Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?” Más bien, nos dice, fue la posible pérdida de algo mucho más importante —“la posible falsa interpretación de la influencia más sublime de su carrera” (ver Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, págs. 50:31–51:5).
¿Qué fue, entonces, lo que le permitió a Jesús sobrevivir, y aún más, prevalecer? ¿Qué defensa utilizó? La Sra. Eddy, refiriéndose a la lucha que tuvo Jesús antes, en Getsemaní, escribe sobre su intenso anhelo humano de ser apoyado y comprendido: “Ese anhelo humano no fue correspondido, y por eso Jesús se volvió para siempre de la tierra al cielo, de los sentidos al Alma”. Ibid. Ella continúa en la página siguiente: “Abandonado por todos a quienes había bendecido, este fiel centinela de Dios en el más alto puesto de poder, encargado de la misión más grandiosa del cielo, estaba preparado para ser transformado por la renovación mediante el Espíritu infinito”. Ibid., pág. 49.
Fue su naturaleza divina lo que capacitó a Jesús para saber quién y qué era él: el Hijo de Dios y Salvador. Su disposición para ser transformado por el poder del Espíritu infinito es prueba de que había una profunda preparación espiritual del corazón y del deseo que lo hizo abandonar los sentidos y afectos materiales para tornarse al Alma, su Padre celestial.
El Maestro no logró instantáneamente una victoria completa sobre la materialidad y sus esperanzas engañosas. Tampoco escaló tales alturas espirituales simplemente construyendo un éxito material sobre otro, aunque tuvo mucho de eso que el mundo llama “éxitos”. Si no los hubiera tenido, tal vez hubiera habido menos oposición a sus palabras y obras.
El Apóstol Pablo, quien se dedicó totalmente a preservar y extender la obra de la vida de Cristo Jesús, describió la resistencia material al Cristo como la “carne” o “mente carnal” (ver Rom. 8:7; Col. 2:18). No era la “mente” en el sentido de que era un poder inteligente para ser valorado y aumentado. En vez, Pablo vio esa tal llamada energía o pensamiento materiales como un conjunto de deseos falsos, esperanzas destrozadas y ambiciones indignas de confianza que, inevitablemente, harían al individuo sentirse separado del Espíritu infinito, o Dios.
En contraste, es la luz espiritual de Dios y del hombre a imagen y semejanza de Dios, invisible para los sentidos materiales, que vemos penetrar en la vida de Cristo Jesús. El advenimiento de Jesús y todo lo que hizo, nos permiten llegar a vislumbrar la verdadera naturaleza del hombre que es espiritual y buena. Esta profunda naturaleza espiritual del hombre puede penetrar nuestra propia experiencia aun cuando los medios mortales y materiales no correspondan a “ese anhelo humano” de esperanza, vida y apoyo.
El estudio y la práctica de Ciencia Cristiana son preliminares esenciales para que tenga lugar este advenimiento espiritual. Es mediante la curación física en la Ciencia Cristiana que la realidad de la ley de Dios penetra y vence la discordia del sentido material en nuestra vida diaria. Esta influencia sanadora del Cristo cambia la naturaleza misma de hombres y mujeres. Produce regeneración moral, el restablecimiento de la honestidad, generosidad, amabilidad, amor, fidelidad y, a veces, hasta nos recompensa del trabajo y el afecto no correspondidos que preparan nuestro corazón para ceder a la totalidad de Dios, el Amor divino. Y, a medida que cedemos al Amor divino, comenzamos a discernir nuestra identidad real como hijo de Dios. Este “hijo” — esta idea espiritual, el hombre reflejando la bondad y la naturaleza de Dios — sale a luz gracias a la actividad del Cristo en nuestra consciencia, en nuestra vida. Representa el poder salvador de la Verdad y el Amor divinos. Cuando nuestro estudio y práctica de la Ciencia Cristiana empiezan a romper las cadenas de la fe material y las creencias materiales, la renovación espiritual que sigue nos capacita para servir el propósito de Dios aquí y ahora. Nuestra participación en esta renovación es la mayor contribución que podemos hacer para nuestro bien y el de nuestro prójimo.
Ciencia y Salud ilumina el significado espiritual de los términos bíblicos, especialmente en el capítulo titulado “Glosario”. El significado espiritual de resurrección que encontramos allí se relaciona con este tema tan esencial de la curación espiritual y la transformación, es decir, estar preparados para ella y hacer que ésta realmente suceda en nuestra vida como lo demostró Jesús. Respecto a la resurrección, leemos: “Espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material sometiéndose a la comprensión espiritual”. Ibid., pág. 593.
Para los sentidos materiales, que conciben sólo en dimensiones materiales, la resurrección es un fenómeno material, es decir, un hombre bueno que hace el bien, a quien se le oponen otros hombres, llamados enemigos. Los enemigos atacan tanto la reputación como el cuerpo del hombre bueno, el cuerpo sucumbe ante el ataque furioso, hasta que es enterrado y milagrosamente restaurado.
Pero para un profundo sentido espiritual, hay una actividad completamente distinta. Aun antes que los llamados enemigos de Cristo Jesús concibieran o actuaran movidos específicamente por la cólera, la oposición y la conspiración, algo más estaba sucediendo. Algo más que reemplazaba la furiosa turbulencia de la reacción de la mente mortal a la Verdad espiritual. Ese algo más era el profundo significado espiritual de resurrección, que sobrepasaba aun el restablecimiento del cuerpo físico de Jesús. El había estado venciendo o despojándose de las creencias materiales que constituyen la carne o “mente carnal”, para usar la terminología de Pablo. El odio y el temor que hubieran destruido los ataques de sus enemigos contra su misión y su vida, no estaban en el pensamiento o en la respuesta de Jesús. Así, demostró claramente que Dios era su única Vida y Amor.
Ciertamente, en el aferramiento de Jesús a la Verdad había mucho más que emoción o valor humanos. Su respuesta se apoyaba en una ley divina. Esta ley mantiene al hombre como la expresión del ser de Dios. No se debe pasar por alto, o dejar de entender la ley divina, que es la base de la Ciencia Cristiana y es una realidad espiritual que se sostiene a sí misma, el efecto del Principio divino. ¿Acaso no fue la acción de este Principio divino, científico, en la vida y la mente de Jesús “la influencia más sublime de su carrera”?
La respuesta a Dios de cada día y cada hora — podríamos llamarla espiritualización del pensamiento — trajo una continua y progresiva transformación a su vida. Fue esta actividad de la ley divina lo que sirvió de fundamento a las obras sanadoras realizadas por Jesús. Por último, fue la Vida eterna, revivificante, que dio fundamento a su existencia y lo llevó fuera del alcance de las armas y atracciones terrenales.
De la misma manera, el ceder a esa profunda Verdad espiritual en lo que hacemos y pensamos, traerá como resultado la curación y la reforma. Progresivamente podremos liberarnos de las creencias y convicciones materiales que, equivocadamente, atan a hombres y mujeres al pecado, la enfermedad y la muerte. Tales ataduras jamás son creadas ni sancionadas por el Amor divino e infinito.
Al no elegir los medios de defensa del mundo contra el sufrimiento o el daño, llegaremos a comprender nuestra naturaleza espiritual como hijos de Dios. A medida que sigamos ese camino, los acontecimientos o desilusiones materiales no nos harán retroceder, sino que, como el Apóstol Juan que permaneció fiel a su Maestro, nosotros también llegaremos a ver “un cielo nuevo y una tierra nueva” ... “y el mar ya no existía más”. Apoc. 21:1.
Aquí el mar puede representar la marea agitada y revuelta del ánimo material, tan inestable como el agua. Hay una base santa, firme, en realidad, una tierra prometida que espera al vigoroso pionero espiritual de hoy en día. El propósito de nuestra vida es descubrir esta base elevada para entender a Dios espiritualmente, y nuestra unidad con El. Podemos alcanzarla sin las armas del mundo. Nuestro Padre celestial nos guiará en el camino. Prescindir de los medios de defensa del mundo no fue un sacrificio ni una desventaja para Jesús; fue la prueba de que Dios y el hombre son inseparables. Ese es el precedente y la ley de Dios que une nuestra vida a la Verdad y al Amor divinos.