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Desde hace unos cinco años no he expresado por escrito mi gratitud...

Del número de junio de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde hace unos cinco años no he expresado por escrito mi gratitud por la Ciencia Cristiana. Estoy muy agradecida, pues aun cuando dos de nuestros hijos no han seguido estudiando Ciencia Cristiana, no han olvidado lo que aprendieron en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.

Nuestro hijo mayor, Bob, es un ejemplo de esto. Un día, estando en su trabajo — una firma de compra-venta de papel usado — fue a los depósitos en que enfardaban el papel. De pronto, fue tirado al suelo por más de cinco mil kilos de fardos de papel que accidentalmente fueron movidos por una horquilla elevadora hacia donde él estaba. El peso fue tan enorme que posteriormente, en el fardo sobre el cual nuestro hijo había caído, se encontró impresa la marca de su cuerpo. Bob dijo que su primer pensamiento fue: “Me llegó la hora”. Entonces recordó una historia que yo le había contado cuando era niño. Trataba de la experiencia de un soldado que había sido atrapado bajo escombros durante una batalla. El soldado oró, y la explosión de una granada abrió un camino para escapar.

Ahora bien, en estos momentos de necesidad, nuestro hijo pensó: “De Ti depende, Dios; Tú me tienes que sacar de aquí. No hay medio de que yo pueda hacerlo solo”. Tuvo la fuerza para salir de debajo de ese tremendo peso, pero no podía ver, pues tenía los ojos llenos de sangre. Sus empleadores lo enviaron al hospital. Durante todo este tiempo, nuestro hijo se mantuvo reconociendo que Dios estaba con él. Cuando él llegó al hospital su vista estaba clara. Lo examinaron. El médico no podía creer que no tuviera ni un solo hueso roto. Quisieron dejarlo hospitalizado, pero él insistió en que deseaba irse a casa, y así fue.

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