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We Knew Mary Baker Eddy

Esta serie de artículos es una selección de las memorias de uno de los primeros trabajadores en el movimiento de la Ciencia Cristiana. Estos relatos de fuentes originales que se han tomado del libro We Knew Mary Baker Eddy1, nos dan una perspectiva de la vida de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana durante esos años en que se estaba fundando la Iglesia de Cristo, Científico.

Nuestra Guía como maestra y amiga

Del número de junio de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En cierta ocasión, nuestra querida Guía, Mary Baker Eddy, envió un mensaje a una reunión de alumnos. Y una de sus declaraciones bien puede aplicarse a esta reunión: “Ustedes se han reunido solamente para convencerse de esta gran verdad: la unidad de la Ciencia Cristiana. Atesoren este hecho continuamente. Adhiéranse a las enseñanzas de la Biblia, de Ciencia y Salud y de nuestro Manual, y obedecerán la ley y el evangelio. Tengan un solo Dios y no tendrán ningún diablo. Manténganse ocupados con el Amor divino” (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, págs. 251–252).

En 1885, ya hacía más de tres años que mi madre se hallaba recluida en su lecho de enferma, y cuando los médicos dijeron finalmente que no se podía hacer nada más por ella, se enteró de la existencia de la Ciencia Cristiana por medio de un artículo en un periódico donde se relataba una curación por medios mentales y espirituales. A mi madre le interesó esto, y me pidió que averiguara más sobre el asunto. Llamamos a un practicista, quien vino a ver a mi madre y comenzó a darle tratamiento. Al cabo de una semana estaba levantada y caminando por toda la casa, y al fin de la otra semana estaba perfectamente bien. De inmediato, conseguimos un ejemplar de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y mi madre y yo comenzamos a estudiarlo.

En 1887, nos mudamos de San Francisco a San Diego, California, donde mi madre y yo presentamos la Ciencia Cristiana y comenzamos allí la labor sanadora.

En 1888, hice mi solicitud para recibir instrucción en clase con la Sra. Eddy, y fui aceptado. Llegué a Boston unos días antes de que comenzara la clase, y me dirigí al Colegio, ubicado en la Avenida Columbus 571, para ver si había correspondencia para mí y, también, para entrevistarme con el Sr. Frye, quien entonces era el secretario de la Sra. Eddy. Me dijeron que el Sr. Frye estaba en la Avenida Commonwealth 385, de manera que fui a verlo allí. Entonces, recibí mi primer saludo de la Sra. Eddy, y fue así: Justamente cuando llegué, también llegó un hombre a entregar las provisiones y tocó la campanilla. Mientras él esperaba que le abrieran, yo subí los escalones y esperé a un costado de la puerta. Cuando la sirvienta abrió la puerta, el proveedor le preguntó si debía entregar las provisiones por la puerta del frente o por alguna otra. Mientras hablaban, la Sra. Eddy que estaba en el vestíbulo, se acercó y le dijo que usara la puerta de atrás.

Cuando el proveedor se dio vuelta para bajar los escalones, yo subí hasta la puerta y dije: “Disculpe, pero busco al Sr. Frye”. La Sra. Eddy me respondió que no estaba. Entonces me atreví a preguntarle si ella era la Sra. Eddy. Cuando me respondió afirmativamente, le dije que yo era Frank Gale. Al decirle mi nombre ella me dirigió una mirada tan especial, mientras me daba la mano, que nunca la olvidaré. No puedo describirlo, pero me hizo sentir muy cómodo. Lo primero que me preguntó fue si mi madre había venido conmigo. Cuando contesté con franqueza que ella tenía deseos de venir pero que no contábamos con los fondos necesarios, ella dijo que lo lamentaba, pero que de haberlo sabido, eso no habría ocurrido. Luego agregó que esperaba que mi madre pudiese concurrir a la próxima clase.

Días después, tuve el bendito privilegio de asistir a la clase, y la luz de la Verdad reflejada en el rostro de la Sra. Eddy iluminó los días nublados durante el período de clase. Ella era el refinamiento personificado. Las palabras no son adecuadas para describirla. Tenía una gran serenidad y dignidad; sin embargo, uno sentía su ternura, humildad y mansedumbre.

La Sra. Eddy hizo algunas preguntas a los alumnos, basándose en el capítulo intitulado “Recapitulación” de Ciencia y Salud, y, naturalmente, dio ejemplos para que lo comprendiéramos mejor. Hizo énfasis explícitamente sobre un punto. Para lograr una curación rápida no debemos ver ninguna enfermedad en el paciente, ni siquiera como creencia, porque al hacerlo más o menos conferimos realidad a la enfermedad; más bien, debemos acudir al paciente con la certeza de que está bien, y debemos demostrarle que está bien. Nos dijo que, cuando ella logró curaciones instantáneas, lo había hecho perdiendo de vista la personalidad y contemplando únicamente la presencia de lo espiritual y perfecto.

Un día, la Sra. Eddy permitió a los alumnos en la clase que hicieran la mayor parte de las preguntas, y al finalizar la sesión anunció que ella iba a hacer las preguntas durante la próxima lección, y que nos preparáramos para ser zarandeados. Y cumplió con su promesa. Su agudo discernimiento le permitió descubrir el error en el pensamiento de cada uno de los estudiantes y nunca vaciló en hacerlo, aunque lo hacía con mucho amor y comprensión.

Nunca olvidaré la luz que iluminó su rostro cuando consideramos el tema del Amor. Si bien recuerdo, ella hizo esta declaración: “Dios es Amor; amar es expresar a Dios, y como Dios es Vida eterna, si amáramos siempre, expresaríamos Vida siempre, y nunca aceptaríamos la creencia en la muerte. El odio es lo opuesto al Amor, y el odio conduce a la muerte; por tanto, jamás odien cosa alguna”.

Al poco tiempo de regresar yo a San Diego, mi mamá y yo comenzamos los cultos dominicales, lo que más tarde se convirtió en Primera Iglesia de Cristo, Científico, de esa ciudad.

Cada vez que leo la parábola del trigo y la cizaña, o referencias por la Sra. Eddy respecto a esta parábola, me acuerdo de una carta que ella me escribió en 1891, en la que decía: “Tú estás progresando. El Padre te ha sellado, y no deberías sorprenderte cuando estos sellos sean abiertos. El carácter del Cristo se manifiesta en nuestra vida mediante tal proceso. La cizaña y el trigo aparentemente crecen juntos hasta la cosecha; entonces se recoge primeramente la cizaña, es decir, tienes temporadas en que comienzas a ver tus errores, y después, por el hecho mismo de haber visto estos errores, la cizaña es quemada y el error es destruido. Entonces ves claramente la Verdad, y el trigo es recogido en graneros, y el entendimiento de esto llega a ser permanente”.

En la misma carta agregó: “La curación llegará a ser más fácil y será más inmediata a medida que percibas que Dios, el bien, es todo, y que el bien es Amor. Debes obtener el verdadero sentido del Amor y perder el falso sentido llamado amor. Debes sentir el Amor que jamás falla, ese perfecto sentido del poder divino que hace que la curación ya no sea poder, sino gracia. Entonces tendrás el Amor que echa fuera el temor, y cuando se ha echado fuera el temor, la duda desaparece y tu trabajo está hecho. ¿Por qué?, porque nunca estuvo sin hacer”.

Durante años, fui a Boston para las reuniones anuales, y en varias ocasiones mantuve entrevistas muy interesantes e instructivas con la Sra. Eddy.

Todos ustedes están familiarizados con el cuadro donde la Sra. Eddy está de pie en el balcón de su casa de Pleasant View, en ocasión del breve discurso que pronunció el 29 de junio de 1903, ante una numerosa concurrencia (Miscellany, págs. 170–171). En esa oportunidad, ayudé a acomodar a la gente y a dirigir los carruajes a medida que llegaban esa mañana, y por la tarde, me reuní con el grupo que escuchó atentamente cada una de sus palabras.

Para mí siempre es una fuente de inspiración y valor cuando reflexiono sobre los esfuerzos incansables de la Sra. Eddy en beneficio de sus alumnos y de la Causa de la Ciencia Cristiana. La mayor parte de las cartas que ella me escribió a través de los años fueron de su puño y letra. Y siempre, de manera muy impersonal, nos dirigía a sus obras. En oportunidad en que se iba a publicar una nueva edición de Ciencia y Salud, me escribió: “Fue grato recibir noticias tuyas. Sentí que nuestro Padre te estaba dando línea sobre línea y que tú tenías el mejor Maestro y el más afectuoso en todos Sus caminos. Esto me liberó de toda mi preocupación acerca de ti.

“Cuando leas mi edición corregida que, a propósito, será publicada esta semana, no necesitarás ninguna dirección en especial. La regla general es comenzar por el primer capítulo, leer lentamente y detenerte a medida que vas leyendo ciertos pasajes que satisfagan tu necesidad presente y aplicarlos al pensamiento que los llevará a cabo en acción. El libro es completo de por sí; es un maestro y sanador. Tiene cincuenta páginas más que la última edición. No tienes una idea del esfuerzo que le dediqué; existen más señales al respecto de las que puedes ver, aunque no más de las que se sentirán”.

Vayamos adelante conscientes del amor que sana: ese deseo irresistible, irreprimible, ferviente de bendecir, y así ser obedientes al consejo que nuestra Guía nos da en Escritos Misceláneos: “Mientras viajáis, y a veces anheláis descansar ‘junto a aguas de reposo’, meditad en esta lección de amor. Percibid su propósito; y con esperanza y fe, donde los corazones se dan encuentro y se bendicen recíprocamente, bebed conmigo de las aguas vivas del espíritu del propósito de mi vida — inculcar en la humanidad el genuino reconocimiento de la Ciencia Cristiana práctica y eficaz” (pág. 207).

Esta serie continuará el próximo mes.

1 Publicado por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1979.

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