En la primavera, a los árboles frutales que han permanecido en estado latente durante el invierno, les salen las hojas y florecen. Luego, dan frutos capaces de producir más árboles. Este ciclo de renovación en la naturaleza ejemplifica la referencia bíblica sobre la creación de Dios del “árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él”. Gén. 1:11.
Cuando toda la naturaleza a nuestro alrededor nos sugiere una revivificación perenne, somos movidos a preguntar, al igual que Job: “Si el hombre muere, ¿volverá a vivir?” Job 14:14.
La capacidad para la vida eterna está dentro de nosotros, aunque no tome una forma de reencarnación ni se manifieste mediante la mera reproducción. La Vida eterna, Dios, por siempre individualiza al hombre espiritual, nuestra verdadera identidad. A medida que nos esforzamos por expresar nuestra verdadera naturaleza inmaculada, la ley que sostiene la creación de Dios — la Ciencia divina — desarrolla perpetuamente nuestro progreso espiritual.
Aun las personas que no saben nada, o casi nada, acerca de la ley divina de la Vida, pueden sentir los efectos de esta ley. Y podemos demostrar esta ley — realizar científicamente sus efectos revivificadores — al comprenderla y obedecerla.
Debido a que Cristo Jesús comprendió cabalmente y obedeció firmemente la ley divina que apoya la capacidad que tiene la humanidad para expresar la Vida ilimitable y perfecta, él demostró totalmente esa ley. Explicó en pocas palabras la Ciencia en la que se basa la semejanza del hombre con Dios, cuando dijo: “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo”. Juan 5:26.
Jesús literalmente resucitó de los muertos al hijo de una viuda, a la hija de un principal de la sinagoga, a un amigo íntimo y a sí mismo. Además, en forma metafórica, resucitó de la muerte moral, emocional y espiritual, a un sinnúmero de personas. Dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?... ¿No te he dicho que si crees [esta palabra griega también puede traducirse como comprendes], verás la gloria de Dios?” Juan 11:25, 26, 40.
Los seguidores más cercanos a Jesús estaban tan imbuidos del espíritu de la Vida — el Cristo, o la Verdad que él expresó— que, también en forma literal y metafórica, resucitaron a los muertos. Ellos bautizaron a miles de personas arrepentidas. Pedro resucitó a Dorcas, y Pablo revivió a Eutico, después de que éste había tenido un accidente aparentemente fatal, declarando: “Está vivo”. Hechos 20:10. Pablo escribió más tarde: “Si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”. Rom. 8:11.
A la Sra. Eddy le fue revelado el Espíritu Santo o Ciencia divina, la ley de la Vida que Jesús y sus discípulos practicaron. Ella compartió esta revelación con la humanidad; y por medio de la Ciencia Cristiana, mucha gente ha experimentado regeneración física, moral y espiritual.
En una oportunidad, la Sra. Eddy fue a visitar a un hombre en Lynn, Massachusetts, de quien su médico había dicho que se estaba muriendo. Cuando ella oró en silencio, el hombre revivió. Esa noche, él cenó con su familia y, a las dos semanas, volvió a su empleo.
Después de relatar esta experiencia en Ciencia la Salud, la Sra. Eddy comenta: “Me ha sido demostrado que la Vida es Dios y que el poder del Espíritu omnipotente no comparte su fuerza con la materia o con la voluntad humana. Recapacitando sobre esa breve experiencia,” ella continúa, “no puedo sino percibir la coincidencia de la idea espiritual del hombre con la Mente divina”. Ciencia y Salud, págs. 193–194.
Hoy, generalmente se piensa que la resucitación está relacionada con la manipulación del cuerpo, tanto manual como por medios mecánicos. Pero las demostraciones efectuadas por Jesús y sus seguidores muestran que hay una ley de resucitación mayor de la que el conocimiento material pueda concebir o la tecnología ejecutar. Esta ley divina actúa por medios espirituales, no materiales; mediante el poder de Dios y no mediante la manipulación de la carne. Ciencia y Salud pone de relieve la diferencia que hay entre la curación por la Ciencia Cristiana y los esfuerzos humanos comunes para mantener la vida, cuando dice: “El sufridor paciente se esfuerza por sentirse satisfecho cuando ve ocupados a los que procuran sanarle, y la fe que pone en los esfuerzos de éstos ayuda, en cierto modo, tanto a ellos como a él; pero en la Ciencia hay que comprender la ley resucitadora de la Vida. Esa es la simiente dentro de sí misma que produce fruto según su género, de que se habla en el Génesis”. Ibid., pág. 180.
Que el mundo en general no haya reconocido las reglas de la Ciencia, no niega esas reglas. Quienes sí las reconocen tal vez necesiten progresar muchísimo para demostrar absoluta y finalmente que no hay muerte. Pero, si alguna vez hemos de demostrar cabalmente la ley de la Vida — y, algún día, todos debemos sondear las profundidades de la ley divina — tenemos que empezar por algún lado.
Podemos comenzar por buscar la inspiración santa que nos restablezca cuando nos sintamos espiritualmente muertos. Podemos aprender a utilizar los recursos inagotables de la energía divina cuando nos sentimos agotados físicamente. Podemos comprender que el consuelo y la paz de Dios nos fortalecen cuando el pesar o la tensión nerviosa pretenden agotarnos emocionalmente. Podemos confiar en Dios para que nos sane cuando la enfermedad amenace abrumarnos. Comenzando de a poco, podemos demostrar, paso a paso, que verdaderamente hay una ley de la Vida divina que renueva y perpetúa el vigor y la salud de la mente, del alma y del cuerpo, no sólo parcial, sino totalmente; no sólo para algunos, sino para todos.