En la primavera, a los árboles frutales que han permanecido en estado latente durante el invierno, les salen las hojas y florecen. Luego, dan frutos capaces de producir más árboles. Este ciclo de renovación en la naturaleza ejemplifica la referencia bíblica sobre la creación de Dios del “árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él”. Gén. 1:11.
Cuando toda la naturaleza a nuestro alrededor nos sugiere una revivificación perenne, somos movidos a preguntar, al igual que Job: “Si el hombre muere, ¿volverá a vivir?” Job 14:14.
La capacidad para la vida eterna está dentro de nosotros, aunque no tome una forma de reencarnación ni se manifieste mediante la mera reproducción. La Vida eterna, Dios, por siempre individualiza al hombre espiritual, nuestra verdadera identidad. A medida que nos esforzamos por expresar nuestra verdadera naturaleza inmaculada, la ley que sostiene la creación de Dios — la Ciencia divina — desarrolla perpetuamente nuestro progreso espiritual.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!