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Disipemos el temor a la aniquilación nuclear

Del número de junio de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Jehudi Menuhin, el conocido violinista y filántropo, escribió: “El temor es la base de toda sospecha y enemistad en el mundo de hoy. A menos que podamos eliminarlo, ningún país podrá lograr jamás que su economía se recobre, ni que su gente tenga una vida más feliz o un mejor nivel de vida, sino que se quedará con balas en lugar de cebada y con bombas en lugar de mantequilla”. “Against another Final Solution,” The Times (Londres), 10 de agosto de 1982.

Es de vital importancia vencer el temor, porque paraliza nuestra capacidad para razonar con claridad y orar a fin de dar los pasos prácticos que son tan importantes para el futuro de la humanidad. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “Bien podemos estar perplejos ante el temor humano, y aún más consternados ante el odio, que levanta su cabeza de hidra y muestra sus cuernos en las muchas maquinaciones del mal. Pero ¿por qué quedarnos horrorizados ante la nada?” Ciencia y Salud, pág. 563. Esto no quiere decir que tengamos que ignorar las amenazas, ya sean pequeñas o mundiales, como la amenaza de la aniquilación nuclear. No deberíamos quedarnos horrorizados ante ella, paralizados de temor a tal punto que no hagamos nada al respecto.

¿Qué medidas prácticas podemos tomar ahora? En primer lugar, tal vez necesitemos considerar de una manera más crítica la creencia de que carecemos de poder, que no hay nada que podamos hacer. La Biblia nos enseña que disponemos de armas maravillosas. Nos exhorta: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo”. Efes. 6:10, 11. Continúa diciendo que la armadura de Dios incluye verdad, rectitud, paz y fe. Dios, el Amor divino, nos dirige para que utilicemos estas armas con inteligencia y sabiduría, y de esta forma nos cuida y protege. Al utilizar estas armas, podemos destruir el mesmerismo del temor que rodea la carrera armamentista.

Si bien no debemos ignorar la amenaza nuclear ni atemorizarnos ante ella, sí debemos afirmar vigorosamente que la Mente, Dios, mantiene un control total sobre Su universo. Dios es Todo, el único poder real. De manera que lo que se presenta como el poder del mal, no tiene lugar ni realidad en la omnipotencia de la Mente. El hombre, la idea de Dios, es sabio e inteligente porque refleja estas cualidades de Dios. Jamás podría estar airado o ser vengativo. Puesto que el hombre está gobernado por el Amor, tiene paciencia, comprensión y amor infinitos. Sus acciones están gobernadas por Dios; no son reacciones humanas de ira. Esto está en total acuerdo con las enseñanzas de Cristo Jesús, quien invalidó la doctrina de “ojo por ojo”, al enseñar a sus seguidores que no reaccionen con ira, sino que amen y perdonen. Ver Mateo 5:38, 39, 43, 44.

La Sra. Eddy declara: “En la hora de Dios se prueba que los poderes de la tierra y del infierno son impotentes”. Escritos Misceláneos, pág. 134. Al comprender mejor la presencia y el poder de Dios, vemos que el poder moral y espiritual tiene sustancia y permanencia. Las amenazas y condiciones materiales no lo tienen. Y comenzamos a orar para percibir con mayor claridad que el dominio y gobierno absolutos de Dios abrazan al mundo. Por medio de la oración, nos volvemos conscientes de la totalidad y eterna presencia permanente de Dios. Vemos que, en esta presencia, el hombre está siempre a salvo. Cuando se estén realizando esfuerzos para obtener la paz, tanto a nivel de jefes de estado como a nivel local, vemos que podemos apoyar esta actividad constructiva por medio del poder de la oración.

El verdadero ejercicio del poder consiste en reflejar el poder de Dios, el bien, y en utilizar este poder para bendecir a la humanidad. Esto lo vemos expresado en actos humanitarios y en los esfuerzos en pro de la paz. En contraste con esto, el mundo cree que el poder se obtiene fomentando el temor, el odio y la venganza. El fin de este poder material podría ser el holocausto nuclear. Pero la Sra. Eddy escribe: “Los elementos reprimidos de la mente mortal no necesitan de una detonación terrible para liberarse. La envidia, la rivalidad y el odio no necesitan consentimiento temporario hasta ser destruidos por el sufrimiento; debieran ser sofocados por falta de aire y libertad”. Ibid., pág. 356.

Las identidades individuales de la creación de Dios existen por toda la eternidad. El hombre, que incluye todas las ideas de esta creación, expresa por siempre a su Padre-Madre Dios, y jamás puede ser aniquilado. Concebida por la Mente eterna, la ley espiritual de la armonía no puede ser destruida por la fusión nuclear o por ningún otro supuesto poder aparte de Dios. La inteligencia divina e infinita, que emana del Principio infalible, no puede ser aniquilada por el error humano. Y el poder opuesto a Dios es solamente eso: error, un concepto desesperado y equivocado de la realidad como algo diferente del Espíritu y su creación. Lo único que puede ser extinguido es el mal y sus manifestaciones de temor, odio, lujuria y codicia. Esta aniquilación del mal tiene lugar a medida que la totalidad de la bondad de Dios se hace más aparente y el gobierno absoluto y amoroso de Dios se expresa cada vez con mayor claridad y fidelidad en nuestra vida.

Hoy, nuestra responsabilidad es ayudar a que se produzca ese despertar y la extinción del mal. Lo hacemos cuando usamos nuestras armas espirituales de comprensión, percepción, fe y amor. Así equipados, rehusamos dejarnos vencer por el temor o a someternos a la creencia en un poder material y falso. Al comprender el poder infinito de Dios para el bien, y al actuar y orar basándonos en esta comprensión, ayudaremos a disipar nuestro propio temor y el del mundo entero.

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