“Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”.
Mateo 4:19
Pedro y Andrés estaban echando la red en el mar cuando Cristo Jesús los llamó para que lo siguieran en su ministerio sanador. Inmediatamente dejaron sus redes y lo siguieron.
Hace algún tiempo, leí ese pasaje del Evangelio, lo medité con el deseo de entender qué era lo que esos discípulos habían obviamente entendido. Sinceramente deseaba saber que yo también podría obedecer algún día el llamado del Maestro y dedicarme a la práctica de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Si yo hubiera sido Pedro o Andrés, ¿habría dejado mis redes para seguir a Cristo Jesús?
Por cierto que quería pensar que sí lo habría hecho. Sin embargo, tenía dudas y temores, que luchaban dentro de mí ante ese deseo de ser practicista, lo cual debilitaba mi esperanza. Y, quizás, a veces ese deseo hasta parecía pretensioso. Pero en mi fuero íntimo, calladamente abrigaba el deseo de seguir al Maestro, y el deseo de sanar más extensamente. A medida que estudiaba la Biblia y Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, me sentía alentada por estas palabras de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana: “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones”.Ciencia y Salud, pág. 1.
Me pregunté cuáles habían sido los deseos de los pescadores. Como yo no era pescadora, sólo podía imaginarlos. ¿Sentían el deseo de proveer el sustento para sus vecinos? Quizás tenían un gran sentido del valor y la aventura. Quizás no era imposible que valoraran el trabajo que hacían y tuvieran el firme deseo de hacerlo bien.
Una mañana, al meditar nuevamente sobre esa frase “pescadores de hombres”, de pronto me di cuenta de algo. Jesús no dijo “Venid en pos de mí, olvidaos de la pesca, y yo haré que seáis algo como nunca pensasteis.. .”, sino que dijo: “Os haré pescadores de hombres”.
Entonces comencé a preguntarme si no era eso lo que los discípulos ya amaban y entendían — el verdadero bien supremo que ya conocían — lo que Jesús estaba ofreciendo revelarles en una dimensión espiritual más profunda. ¿Podría estar invitándolos a que desarrollaran más las cualidades de carácter derivadas de Dios, tales como fortaleza, valor, confiabilidad, deseo de ayudar, las cuales visiblemente ellos ya habían estado compartiendo y desarrollando en su trabajo y en su vida diaria?
Aunque no pudieran describirlo con palabras, ni supieran cómo llamarlo, el Cristo, o la idea verdadera de Dios, ya debía de haber estado presente en su consciencia, y quizás estaban reconociéndolo de manera significativa en el mismo momento en que el Maestro los llamó. El necesitaba pescadores de hombres. Y aparentemente ellos eran los más aptos para entender la misión.
Jesús también había sido un trabajador, un carpintero. ¿Qué clase de carpintero era? ¿Estaría Jesús simplemente dejando pasar el tiempo durante todos esos años? ¿Qué se le estaría revelando mediante ese trabajo? La idea-Cristo se estaba expresando en Jesús a lo largo de todos esos años de preparación para su elevada misión. La Sra. Eddy escribe: “Esta idea espiritual, o Cristo, tuvo que ver con todos los detalles de la vida del Jesús personal. Lo hizo un hombre honrado, un buen carpintero y un hombre bueno, antes de que pudiera convertirlo en el glorificado”.Escritos Misceláneos, pág. 166.
La vida del Maestro es nuestro ejemplo. Y la vida de los profetas, discípulos y muchos otros mencionados en la Biblia puede ayudar y alentar a quien abrigue el deseo de servir más a Dios. Sus diversas experiencias dan la pauta de lo maravillosos que son los caminos individuales que nos preparan para dedicarnos plenamente a la misión sanadora.
Dios siempre nos está hablando por medio de Su Cristo, la Verdad. Lo notable es que la voz del bien espiritual siempre se manifiesta de tal manera que el individuo que busca el mensaje del Cristo puede captar su significado y responder a ello.
¿Recuerdan a Moisés cuando era pastor? Escuchó la voz de Dios en el desierto, indicándole que liberara a los hijos de Israel de la esclavitud. Moisés vio una zarza ardiendo. Esa fue la forma en que él lo percibió. Ya sea que alguien más hubiera notado o no la zarza que ardía sin consumirse, hay algo que es muy claro: Dios habló a Moisés de una manera que él pudiera captar. La voz de Dios dominó con Su poder los argumentos de temor e inferioridad de la mente carnal que tentaron a Moisés a creer que no podría seguir el mandato de Dios. Ver Ex. 3:1–4; 4:1, 10–17.
Muchos conocen los grandes acontecimientos posteriores al éxodo de los israelitas de Egipto, cuando atravesaron el desierto hacia la Tierra Prometida. Sin embargo, la preparación de Moisés para esa misión podría pasar desapercibida por considerarse relativamente desprovista de gloria. ¿Qué estuvo haciendo Moisés durante esos años que pasó cerca del desierto? ¡Bien podía haber parecido que no era una preparación seria para un líder espiritual!
Sin embargo, algo debe de haber estado madurando en él. Cuando oyó el llamado para conducir al rebaño y liberarlo de la esclavitud, aun cuando hubiera sido una sorpresa para Moisés, ya estaba preparado para dejar las ovejas, reunir a los hijos de Israel bajo la dirección de Dios, y cumplir la misión.
Y, ¿qué decir de nuestra misión individual de ayudar a la humanidad? No debemos temer ni impacientarnos por saber en qué forma el futuro revelará nuestra más grande demostración del amor y cuidado que Dios tiene para con Sus hijos. El abrigar el deseo de poner en práctica la curación cristiana, la hará crecer en nosotros y nos llevará a alcanzar el grado de madurez que necesitamos hoy en día. No es necesario adivinar el futuro. Nuestra oración para poder honrar a Dios y estar a Su servicio hoy es lo que realmente cuenta.
Pero supongamos que las circunstancias de nuestra vida en este momento no parecen conducentes a la total dedicación a la práctica de la Ciencia Cristiana. Los obstáculos que aparentemente enfrentamos pueden ser las oportunidades mismas que se nos den para demostrar nuestro amor a Dios, nuestra confianza en que el Espíritu está siempre presente y que el Amor divino lo gobierna todo. Hacer aquello que necesitamos hacer hoy con un motivo sanador — con humildad y alegría — nos interioriza en la práctica de la curación. El crecimiento no puede producirse de ninguna otra manera, sino únicamente con la práctica. La práctica a menudo crece en los simples detalles de nuestra vida cuando nos dejamos guiar por el modelo cristiano de vivir y pensar, en lugar de ceder al materialismo del mundo.
Donde nos encontremos — ya sea en lo que se considera la cumbre del éxito o las profundidades del fracaso — no es lo que cuenta. La clase de trabajo que nos ocupa humanamente en estos momentos no es tan importante como saber si estamos permitiendo que la Verdad y el Amor divinos se expresen en “todos los detalles” de nuestra vida. Literalmente, no puede haber circunstancia que nos impida atesorar nuestra identidad verdadera como hijos de Dios y atesorar nuestra misión como discípulos de Cristo Jesús, es decir, como sanadores científicos. No hay circunstancia que nos impida cumplir con nuestro destino de expresar con más poder al Cristo en nuestra vida diaria.
En lo que a mí respecta, aprendí que la práctica de la Ciencia Cristiana no es algo lejano, que está en otro lugar o en otra época. Comprobé que estaba a mi alcance, aquí mismo. Jesús dijo: “... el reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:21. A medida que el reino interior se hace más claro a nuestra consciencia, obtenemos un entendimiento más perfecto del hombre como la idea pura y completa de su divino Padre-Madre, y podemos reclamar esta naturaleza del hombre espiritual como nuestro propio ser verdadero. El reino de los cielos no está lejos, como tampoco lo está nuestra habilidad para reconocerlo y dar pruebas sanadoras del mismo.
¡Cuán grande es la necesidad de tener una mentalidad y una manera de vivir cristianamente científicas al nivel individual de madres y padres, hijos, granjeros, amas de casa, maestros, estudiantes, camioneros, atletas, personas de negocios, artistas, individuos de todas las clases sociales! No hay un determinado “tipo” de persona, ni una amalgama determinada de características humanas que hagan de uno un posible practicista, un sanador. La edad, la raza, las ventajas económicas, la posición social son irrelevantes. El pensamiento espiritualizado y un ardiente deseo de seguir al Cristo son los factores relevantes y legítimos que ciertamente nos llevarán a dar los pasos progresivos y necesarios para la total dedicación a la práctica de la Ciencia Cristiana; pasos tales como la afiliación a La Iglesia Madre y a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y tomar instrucción en clase de Ciencia Cristiana. Ciencia y Salud hace esta promesa: “Quienes estén dispuestos a dejar sus redes o a echarlas a la derecha en pro de la Verdad, tienen ocasión ahora, como se tuvo antaño, de aprender y practicar la curación cristiana. Las Escrituras la contienen. El sentido espiritual de la Palabra imparte ese poder”.Ciencia y Salud, pág. 271.
Es un gran regocijo saber que cada paso hacia el Espíritu es una preparación para el siguiente. El viaje de cada uno es único y no puede ser comparado con el de nadie más. Cuando uno abriga el deseo de dedicarse a la práctica sanadora, y se lo confía a Dios, ese deseo es “modelado y elevado” y evidenciado en una práctica más activa. Y nada puede impedirlo.