Hace alrededor de treinta años, mi salud había alcanzado su nivel más bajo. Desde que nací, había tenido un penoso problema digestivo. Lo consideraban hereditario, pues mi abuela y mi padre lo habían tenido.
A lo largo de los años, el problema empeoró hasta alcanzar una etapa, cuando tenía veinticinco años, en que me sentía desesperado. Había buscado toda clase de tratamientos materiales, incluso la alopatía, la homeopatía, el ayurveda y muchos otros; casi todo, menos la magia negra. Pero todo el alivio que obtuve fue siempre temporario. Por último, había llegado al extremo en que sólo podía comer arroz y yogurt en el desayuno, el almuerzo y la cena.
Después de haber pasado entre dieciocho y veinte meses con esta mezquina dieta, un amigo, que recientemente había comenzado a estudiar la Ciencia Cristiana, me dijo: “Bueno, has probado casi de todo. ¿Por qué no le das una oportunidad a la Ciencia Cristiana? ¿Qué puedes perder?” Entonces decidí probar esta religión, y fui a ver a un practicista de la Ciencia Cristiana.
Al comienzo, esta Ciencia tenía poco sentido para mí. Entonces, un día, tuve un severo ataque de indigestión junto con una excesiva actividad intestinal. Cuando me encontraba en la cama, sintiéndome bastante mal, decidí estudiar seriamente Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Debo de haber pasado en la cama más de cuatro horas, estudiando la primera parte del libro.
Cuando finalmente recordé el problema, me di cuenta de que no sentía dolor alguno y que sentía hambre. Entonces decidí obedecer este consejo en Ciencia y Salud: “Volved vuestra atención del cuerpo hacia la Verdad y el Amor, el Principio en que se basa toda felicidad, armonía e inmortalidad. Mantened vuestro pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los experimentaréis en la medida en que ocupen vuestros pensamientos” (pág. 261). Me levanté de la cama y comí una nutritiva cena, la primera desde hacía mucho tiempo. Y digerí perfectamente esta comida.
Aunque la curación completa del problema digestivo no ocurrió enseguida, reconocí mediante esta experiencia que, finalmente, había encontrado algo de enorme valor. Seguí estudiando e investigando hasta que se me reveló que había ciertos rasgos en mi carácter que tenían que ser sanados.
Vi que tenía que amar más. Sentí que sólo ese temperamento arrebatado, al que me había entregado durante tantos años, había inflamado el estado físico. Aprendí a expresar más amor, y, a medida que lo hacía, sentí más amor de los demás. Si la expresión de mi amor no era correspondida, sabía que la respuesta no se encontraba en dejar de amar, sino en amar aún más. De esta manera aprendí a seguir amando a los demás bajo circunstancias difíciles.
Muchas verdades espirituales me vinieron al pensamiento de vez en cuando. Y a medida en que progresaba en la comprensión de esta singular Ciencia del Cristo, mi salud mejoraba al mismo tiempo que yo avanzaba espiritualmente.
La curación completa, como lo mencioné antes, no ocurrió de la noche a la mañana. Pasaron tres años de constante crecimiento. Pero, cuando la curación completa se manifestó, pude comer normalmente, sin tener que preocuparme por efectos posteriores. Y, como viajo bastante por todo el mundo, se imaginarán que tremendo alivio era no tener que preocuparme por cuándo y qué comía.
El expresar mi agradecimiento a Dios solamente por esta singular Ciencia del Cristo y por la hermosa curación que tuve, no es suficiente. Nunca dejaré de estar agradecido.
Bombay, India
