Nuestra familia conoció la Ciencia Cristiana a través de una curación que tuvo la hermana de mi padre, quien vivía en la ciudad de Nueva York. Mi tía era pianista de concierto, y había perdido el uso de las manos debido a rigidez en las muñecas. En busca de ayuda, ella fue a una ciudad donde iba a recibir tratamiento médico para el problema. Un matrimonio, ambos estudiantes de Mary Baker Eddy, se hospedaba en el mismo lugar que mi tía y, al ver su necesidad, le hablaron del poder sanador de la Ciencia Cristiana. Ella fue muy receptiva a recibir tratamiento por la Ciencia Cristiana y, en efecto, recibió una curación instantánea de la rigidez de las muñecas. Debido a la gratitud que sintió por esta curación, el mayor deseo de mi tía fue el de servir a Dios. A su debido tiempo, ella dejó su trabajo como pianista de concierto, y, con el correr del tiempo, llegó a ser practicista de la Ciencia Cristiana.
Cuando mi tía visitó nuestro hogar en el Medio Oeste de los Estados Unidos, después de su curación, ella nos presentó la Ciencia Cristiana, la que pronto aceptamos como nuestra manera de vivir. Más tarde, personas de la localidad que se interesaron en la Ciencia Cristiana, comenzaron a reunirse en diferentes casas hasta que se consiguió un local público para celebrar los cultos dominicales. Aunque en ese entonces no teníamos una Escuela Dominical, recuerdo muy bien cómo un dedicado miembro nos llevaba, a mis hermanas y a mí, a un lugar aparte y nos instruía en las enseñanzas básicas de la Ciencia Cristiana. Esas lecciones fueron de muchísima ayuda en nuestro naciente interés en Dios.
Recuerdo especialmente que mi madre hablaba de una curación que tuvo lugar en nuestra familia. Mi padre se encontraba en un pueblo vecino inspeccionando un viejo edificio, cuando una pared le cayó encima. Tan pronto como mi madre se enteró de esto, fue a reunirse con él. Cuando llegó, le dijeron que había pocas esperanzas de que mi padre sobreviviera. Inmediatamente, ella se comunicó por cable con su cuñada en Nueva York, y le pidió su ayuda por medio de la oración. (Para ese entonces, todo tratamiento médico había sido suspendido.) Para nuestro gran regocijo, papá regresó a casa en corto tiempo, completamente bien. Su curación fue total, y no hubo período de convalecencia.
Realmente comencé a poner en práctica la Ciencia Cristiana durante mis años en la universidad, a veces con la ayuda de un practicista cuando los problemas parecían muy difíciles. Hubo muchos desafíos: tratar de hallar formas de ganar dinero extra para sufragar mis gastos; fuerte oposición entre muchos de mis compañeros hacia la Ciencia Cristiana; aguda presión para que ignorara las normas morales; y, una vez, una epidemia de enfermedades en la universidad. Sin embargo, mis esfuerzos por practicar la Ciencia Cristiana durante esos tiempos de prueba, trajeron soluciones, curaciones y protección, y contribuyeron grandemente a mi crecimiento espiritual. Todo esto probó ser un baluarte para las experiencias que siguieron en mi profesión como maestra.
Tuve la oportunidad de enseñar en diferentes lugares: en el Medio Oeste, el Este, el Oeste de los Estados Unidos, y, finalmente, en Hawai. Después que aprendí a confiar en la guía divina para el desarrollo de mi carrera, se presentaron oportunidades de trabajo en formas inesperadas, y me sentí inmensamente bendecida por cada experiencia. No quiero decir con esto que no surgieron problemas a los que tuve que hacer frente y resolver. Hubo ocasiones cuando acciones administrativas parecieron ser muy injustas; surgieron problemas de disciplina que fueron difíciles de hacerles frente; y el celo profesional a veces levantó su fea cabeza. Sin embargo, por medio de mi confianza en el poder de la verdad, todas esas dificultades fueron resueltas armoniosamente.
Problemas de salud han sido pocos e infrecuentes. Hay una curación sobresaliente en mi vida. Una vez, permanecí en el trabajo aunque no me sentía bien. (Era un problema interno.) Un practicista me estaba apoyando por medio de la oración, y sentía que estaba creciendo espiritualmente. Pero la mejoría no se manifestaba físicamente. Un día, después de llegar a la escuela, se me acercó un miembro de la facultad, quien me dijo que me moriría a menos que fuera a un médico para recibir tratamiento. (Ella dijo que ésa era la opinión de muchos miembros de la facultad.)
Pedí que me excusaran de enseñar por varias horas, y fui a ver al practicista, sintiéndome muy perturbada. Con mucho amor, él calmó mis temores con declaraciones de Verdad, reduciendo a la nada lo que me había llevado a un estado de desesperación. Llena de regocijo, regresé para enseñar mis clases de la tarde, completamente libre de la preocupación por las opiniones expresadas. Esto demostró ser el punto decisivo. Poco después, la curación física fue completa.
Poco tiempo después de la curación, me ofrecieron un cargo que me trajo mejores oportunidades en mi campo de actividad, la enseñanza de arte. Por esta época también me hice miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial. Aunque había asistido regularmente a las iglesias filiales en donde yo había vivido, pude ver que el ser un miembro activo traería un sentido aún mayor de realización. El tomar este paso me trajo una inmensa fortaleza interior. Sentí, en las palabras de una Científica Cristiana amiga mía, como si “me hubiera unido a un gran ejército”. A esto le siguió muy pronto la instrucción en clase en la Ciencia Cristiana.
Más recientemente, cuando me vi frente a lo que parecía ser la fractura de una muñeca, sentí confianza en que podía depender solamente del tratamiento por la Ciencia Cristiana para la curación. Con el apoyo de un practicista, por medio de la oración, en ningún momento sentí dolor fuerte. No se tuvieron que encajar los huesos ni usar yeso. Los ajustes físicos se lograron solamente por medio de la oración, y tuvieron lugar en un período de siete semanas. He podido usar la mano y la muñeca desde entonces sin dificultad.
Estoy sumamente agradecida por haber sido testigo de muchas curaciones por medio de la Ciencia Cristiana, la pura e inadulterada explicación de las enseñanzas de Cristo Jesús que su consagrada seguidora, la Sra. Eddy, tan desinteresadamente dio al mundo.
Honolulú, Hawai, E.U.A.
