He tenido muchas curaciones maravillosas en mi vida desde que comencé a estudiar Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Particularmente deseo compartir una que ha sido muy especial para mí.
Hace algunos años, comencé a tener, ocasionalmente, períodos en que me sentía imposibilitada para leer o hablar durante algunos minutos, aunque permanecía consciente. Si bien estos momentos eran muy cortos, cada vez fueron más frecuentes. De vez en cuando pedía ayuda por medio de la oración a un practicista de la Ciencia Cristiana; esto siempre me daba un sentido de libertad, el cual agradecí mucho. Pero el problema se repetía. Aunque no tenía temor me di cuenta de que era necesario que la curación fuera total. Después de dos o tres meses de no tener ninguna dificultad estaba muy animada. Me sentía segura para manejar y para llevar a cabo mis actividades de costumbre.
Mas un día cuando sacaba el auto del garaje, empecé a sentir los síntomas habituales. Sin embargo, esta vez perdí por completo el conocimiento y desperté en una ambulancia camino al hospital. Un vecino me había encontrado inconsciente en mi automóvil y había llamado al servicio de emergencia. Estaba agradecida por el interés de mi vecino, y por la tranquilidad de saber que mi auto sólo se había desviado a un costado de la ruta y se había parado; nadie se había hecho daño.
En la sala de emergencia del hospital, me tomaron radiografías y me examinaron. Cuando me dejaron sola por algunos minutos, mis pensamientos se aclararon lo suficiente como para darme cuenta de que de ninguna manera iba a ser una inválida. Comencé a recordar versículos de la Biblia, declaraciones del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y estrofas y frases de himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Cuando no pude pensar en otras citas, pensé en las mismas una y otra vez. Estas fortalecedoras verdades elevaron mis pensamientos y pude entender este hecho más claramente: “Todo lo que realmente existe es la Mente divina y su idea, y en esa Mente todo el ser se halla armonioso y eterno” (Ciencia y Salud, pág. 151).
Cuando los médicos y enfermeras volvieron, me enteré que ellos estaban haciendo los arreglos necesarios para que yo permaneciera en el hospital para recibir tratamiento médico. Les expliqué que no me quedaría, sino que recurriría al tratamiento en la Ciencia Cristiana. Firmé una declaración que eximía al hospital de toda responsabilidad.
Mientras esperaba un taxi para irme del hospital a la casa, decidí llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana. El practicista que siempre me atendía no se encontraba disponible, así que busqué en mi agenda el nombre de una practicista que me había mencionado una amiga. La llamé y le pedí ayuda por medio de la oración, y le expliqué que la llamaría desde mi casa en cuanto llegara. Su respuesta de amor y apoyo fue inmediata.
Cuando llegué a casa y llamé a la practicista para contarle los detalles de mi experiencia, ella me pidió que escuchara cuidadosamente. Entonces dijo firmemente que nada había sucedido. Repitió la declaración. Después, con mayor convicción aún, dijo por tercera vez que nada había sucedido. Con esto comencé a vislumbrar que mi verdadero ser — el reflejo espiritual de Dios — debía ser siempre tan perfecto y armonioso como su origen, el Espíritu divino. Esta comprensión me dio paz y fortaleza.
Unas semanas más tarde, recibí una nota del departamento de vehículos motorizados, informándome que estaban investigando los requisitos de mi licencia de conductor. Un abogado me aconsejó que me hiciera un exámen médico para demostrar a dicho departamento mi honestidad y mi deseo de cooperar ampliamente en su investigación. Y así lo hice.
El neurocirujano a cargo de los exámenes médicos me informó que éstos indicaban que tenía una forma de epilepsia. El sabía que yo era Científica Cristiana y respetaba mi posición, pero me instó a que considerara tomar remedios en este caso. Le dije que estaba recibiendo ayuda mediante la Ciencia Cristiana, y que estaba segura que ya estaba curada. Esto era tan claro para mí, que en el momento me sorprendí al darme cuenta de que él no compartía mi opinión. Sin embargo, me expresó sus buenos deseos, y le agradecí por su amabilidad.
En las semanas que pasaron entre la primera nota del departamento de vehículos motorizados y mi visita al médico que me examinó, reconocí que al no poder manejar, sería incómodo, y probablemente imposible, continuar viviendo en el condominio al cual una amiga y yo nos habíamos mudado recientamente. Pero al darme cuenta de que habíamos sido guiadas a esta nueva casa como resultado de la oración, me sentí confiada en que nuestra casa no era el resultado de una elección humana sujeta a limitaciones.
Sabía que las buenas dádivas de Dios son confiables y para nuestro constante beneficio. Santiago escribió (Sant. 1:17): “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Me sentí tranquila con la seguridad de que cualquier cosa que necesitara me sería dada.
Mi abogado me previno que él pensaba que lo mejor que podía esperar era una licencia de conductor con restricciones, ya que podría negárseme totalmente. Sugirió que considerara tomar sólo el suficiente medicamento para proteger mi licencia, pero le aseguré que no lo haría.
Las alentadoras palabras de Moisés a Josué, quien guió a los israelitas a la tierra prometida (Deuteronomio 31:8): “Jehová va delante de ti”, podrían ser usadas, por cierto, para describir lo que sucedió durante mi entrevista. La hora fijada originalmente por el departamento de vehículos motorizados no era conveniente debido a mi horario de trabajo; por tanto, se me permitió cambiar la cita para una hora diferente y en una ciudad vecina. Este cambio de hora y lugar hizo posible una situación asombrosa.
Al poco tiempo de haber entrado a la oficina del examinador, me dijo que él creía plenamente en el poder de la curación espiritual. Dijo que no era un Científico Cristiano pero que había tenido conocimiento de otras experiencias de curaciones espirituales. Yo me sentí conmovida y llena de gozo al darme cuenta de que había alguien receptivo a la eficacia sanadora de la Ciencia Cristiana. Después de escuchar mi explicación, el examinador se mostró aparentemente satisfecho de que yo, en realidad, estaba totalmente curada. Alrededor de dos meses más tarde, recibí mi licencia de conductor sin restricción alguna.
Eso fue hace ocho años, y la enfermedad no se ha repetido. Estoy verdaderamente agradecida. Cada detalle de mi necesidad humana ha sido perfectamente provisto. Por medio de esta experiencia, he progresado en mi comprensión acerca del poder, del amor y de la presencia de Dios. Mi gratitud por el abnegado trabajo de la amorosa practicista, y por todos los practicistas, es muy profunda.
Mientras resolvía este problema, cuando concurría a mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico, cada semana leía y pensaba sobre las palabras de Cristo Jesús que aparecen en la pared del frente del auditorio de nuestra iglesia (Juan 8:32): “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. ¿Cómo puede uno expresar adecuadamente gratitud por la gran dádiva de la libertad? En mi caso, estoy liberada de una enfermedad y tengo la libertad de conducir en cualquier lugar del mundo. Pero más grande que esto es la seguridad, a través de la aplicación de las verdades de la Ciencia Cristiana, de nuestra liberación de cualquier sentido de limitación.
Es hermoso saber que no hay enfermedad — ya sea que haya sido nombrada por primera vez hace miles de años o la semana pasada — que esté más allá del poder sanador de la Verdad divina.
Daly City, California, E.U.A.
