El primer empleo que tuve fuera de la supervisión de mi familia, fue un trabajo de construcción. Aunque mi empleador era una persona considerada y amigo de mi familia, el trabajo en sí era difícil y exigía mucho físicamente.
El día que empecé a trabajar, mi jefe me dijo lo que tenía que hacer. Pero en mi exuberancia juvenil, estaba seguro de que la pura fuerza muscular substituiría la falta de conocimientos y la experiencia. Al terminar el día estaba adolorido y me preguntaba cómo podría continuar en este trabajo. A la mañana siguiente me sentía peor, pero estaba más dispuesto a escuchar y aprender.
Claro está que la impetuosidad o la inexperiencia no son características exclusivas de la juventud. Ni es únicamente el trabajo físico pesado lo que nos enseña el valor de obedecer reglas y obtener conocimientos. Por ejemplo, cuando se trata de aprender cómo sanar en la Ciencia Cristiana, es, por cierto, muy necesario aprender por experiencia.
Refiriéndose al reproche de Cristo Jesús por la impetuosidad de Pedro, la Sra. Eddy escribe acerca de Pedro: “El tuvo que aprender por experiencia; nosotros debemos hacer lo mismo. Los métodos empleados por nuestro Maestro adelantaban el período en el cual él apareció en persona; mas su ejemplo fue correcto y está disponible en el momento propicio”.Escritos Misceláneos, pág. 359.
Una cosa es sanar mediante la Ciencia Cristiana, y otra es entender qué es lo que efectuó la curación. Sin embargo, la Sra. Eddy, después de mucha experiencia, comprendió que el poder sanador del cristianismo podía ser aprendido, que no era un don sobrenatural otorgado a unos pocos solamente. Ella había aprendido por revelación y por su propia práctica sanadora que Dios es el Principio de la curación metafísica. Pero puso énfasis en que el poder sanador sólo puede obtenerse cuando uno es obediente al Principio que gobierna la curación.
En uno de sus escritos ella explica: “Quienquiera que desee demostrar la curación por la Ciencia Cristiana, tiene que obrar estrictamente de acuerdo con sus reglas, tener en cuenta cada una de sus proposiciones y avanzar partiendo de los rudimentos establecidos. Nada hay de difícil ni penoso en esa tarea, cuando se ha señalado el camino; pero sólo la abnegación, la sinceridad, el cristianismo y la persistencia ganan el premio, como generalmente lo hacen en todas las actividades de la vida”.Ciencia y Salud, pág. 462.
Nos daremos cuenta de que “nada hay difícil” en el grado en que manifestemos las cuatro cualidades que la Sra. Eddy describe como las únicas que pueden ganar el premio.
¿Qué es lo que nos capacita para cubrir la enorme distancia entre la capacidad de hacer curaciones científicas espirituales y las aparentes insuficiencias humanas que quisieran separarnos de esta promesa maravillosa?
Si bien las trivialidades ligeras y superficiales no benefician cuando se tratan temas y lecciones tan prodigiosos y espirituales, hay, sin embargo, un camino recto hacia la verdad que debe ser apreciado. Isaías describe este lazo esencial en términos poéticos: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Isa. 57:15.
La humildad ciertamente es necesaria para cubrir la diferencia entre nuestro deseo presente y la comprensión espiritual. Esta no es una humildad debida al menosprecio de sí mismo que denigra al hombre, la imagen y semejanza de Dios. En cambio, es una humildad semejante a la de un niño quien, al intentar una nueva tarea, hace lo que un padre amoroso le indica sin añadir la carga de la desconfianza, el menosprecio de sí mismo o la rebeldía; es estar dispuesto a aprender lo que sea necesario; es ser dócil; es amar verdaderamente la idea espiritual que conduce a la curación física y a la reforma moral. Entonces, la impetuosidad se modera con sabiduría, con amor desinteresado y con un reconocimiento sincero de que hay mucho que aprender en la Ciencia del Cristianismo. Este reconocimiento verdaderamente humilde y sincero no está contaminado por la falsa modestia que actúa bajo la máscara de un razonamiento paralizante. “No estoy lo suficientemente avanzado como para aprender las reglas que demuestran la curación Cristiana, y regirme por ellas”.
Aunque los métodos de Jesús estaban más adelantados que la época en la que él vino personalmente, la época no le impidió hacer lo que Dios le había encomendado hacer. Y su ejemplo también está disponible en el momento preciso en nuestra vida. El estar dispuestos a reconocer y aceptar esta verdad espiritual y esencial, empieza a abrir el pensamiento a la comprensión de la ley de Dios. Es esa ley la que opera el cambio necesario en la consciencia y experiencia humanas.
Dios, el Principio divino, no depende de métodos o etapas humanas para expresarse. El hombre es Su imagen y semejanza, y esta identidad espiritual no es fabricada o producida por una actividad humana. En cambio, el abandonar la convicción de que Dios, o Su idea espiritual, el hombre, puedan ser frustrados por condiciones humanas, es un paso inevitable para comprender cómo sana la Ciencia Cristiana.
La naturaleza misma del Cristo es que la Verdad llega a la consciencia humana; por esto se le llama “Salvador”. Ver Esc. Mis. 164:5–9. Demostraremos la sanadora Ciencia del Cristianismo cuando apreciemos las enseñanzas absolutas y espirituales que encierra. La actividad espiritualmente mental es el medio por el cual el poder de Dios, el Amor divino, llega hoy a hombres y mujeres.
