La enseñanza religiosa que desde temprana edad recibí en mi hogar y en la iglesia presbiteriana‚ me preparó para aceptar y apreciar la Ciencia Cristiana cuando tuve conocimiento de ella en una hora de gran necesidad. Dos de mis hermanos y dos hermanas habían fallecido a causa de tuberculosis‚ y yo tenía un gran temor de que también podría ser víctima de esa enfermedad‚ pues estaba manifestando algunos de sus síntomas. Lo siguiente es parte de mi testimonio que fue publicado en el número del 22 de agosto de 1903 del Christian Science Sentinel:
En 1890‚ abandoné mis negocios en el este y decidí probar el clima seco de las montañas del estado de Colorado. Me habían dicho que esto era lo único que podía traerme una mejoría permanente. Antes de esto‚ había estado tomando medicinas por un período de ocho años para combatir diversas enfermedades‚ obteniendo sólo alivio temporario. En 1892‚ un vendedor‚ colega mío‚ me habló sobre la Ciencia Cristiana‚ pues él había sanado mediante la lectura de Ciencia y Salud. Durante tres años me negué a escuchar cualquier explicación a fondo que este amigo quisiera darme respecto a lo que la Ciencia Cristiana podría hacer por mí. Sin embargo‚ en 1895‚ después de haber probado nuevas condiciones climáticas y nuevos medicamentos materiales durante casi cinco años sin obtener ningún resultado duradero‚ decidí probar la Ciencia Cristiana‚ y así lo hice.
Lo que más me angustiaba en el momento en que recurrí a la Ciencia Cristiana en busca de curación‚ era un problema digestivo para el cual no había tratamiento médico eficaz. Durante el primer tratamiento que recibí mediante la Ciencia Cristiana‚ sané de ese mal‚ y‚ después‚ fueron eliminadas todas las otras enfermedades y temores mediante la luz de la Verdad y el Amor como se revelan en el libro de texto de la Ciencia Cristiana‚ Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy.
Naturalmente‚ quise aprender todo lo posible respecto a esta verdad espiritual maravillosa que me había bendecido en abundancia. Estudié el libro de texto con gran dedicación‚ y cuando el amigo que me había hablado acerca de la Ciencia Cristiana me dijo que él y su esposa se mudaban a Boston para estar cerca de la sede central y ofrecer sus servicios a la Causa de la Ciencia Cristiana‚ decidí ir de inmediato a Boston, donde podría observar el trabajo de la Ciencia Cristiana y de los Científicos Cristianos. Esto ocurrió a comienzos de 1895. Al llegar a Boston‚ obtuve un empleo en una excelente firma dedicada al comercio de alfombras y cortinados. Al poco tiempo‚ conocí algunos miembros de La Junta Directiva de la Ciencia Cristiana y a otros alumnos de la Sra. Eddy.
Cuanto más estudiaba los escritos de la Sra. Eddy‚ juntamente con la Biblia‚ y cuanto más escuchaba a sus adherentes hablar de la Ciencia Cristiana y la veía ejemplificada en sus vidas diarias‚ más me convencía de que esto era lo que Cristo Jesús conocía‚ lo que enseñó y demostró en sus numerosas y magníficas obras de curación. No obstante‚ yo mantenía cierto prejuicio contra la Sra. Eddy‚ como podrá verse por el siguiente resumen de mi testimonio:
Al llegar a Boston‚ comencé de inmediato a concurrir a los cultos de La Iglesia Madre. Al principio‚ comencé a criticar los testimonios que se daban en las reuniones semanales vespertinas‚ especialmente los que se referían a la Sra. Eddy. Mi concepto acerca de ella estaba envenenado por lo que había leído en diarios‚ revistas‚ etc.‚ en detrimento de la Sra. Eddy y de la Ciencia Cristiana. No obstante‚ me curé de esta actitud contra la Sra. Eddy tan rápida y eficazmente como me había curado de la dispepsia; ocurrió una noche cuando uno de los propios alumnos de la Sra. Eddy se levantó durante una reunión y dijo‚ en parte: “No se puede separar a la Sra. Eddy de Ciencia y Salud‚ así como no se puede separar a Moisés de los Mandamientos‚ ni a Jesús del Sermón del Monte”.
Estas declaraciones sanaron mi pensamiento equivocado respecto a la Sra. Eddy. Con esta curación comencé a comprender mejor las enseñanzas sobre Ciencia Cristiana.
He recibido una gran ayuda proveniente del estudio de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy. “Dios no hace acepción de personas”. La promesa es: “Buscad‚ y hallaréis”.
Continuamente veo que la vida de la Sra. Eddy es la ejemplificación de sus escritos. Para mí‚ su vida es prueba de que “uno con Dios es mayoría”.
Desde el momento de este despertar hasta que obtuve el verdadero concepto acerca de la Sra. Eddy‚ comencé a buscarla con toda diligencia en sus escritos.
El domingo 5 de enero de 1896‚ tuve el gran privilegio de estar en La Iglesia Madre cuando la Sra. Eddy vino de su casa de Pleasant View‚ Concord‚ New Hampshire‚ para dar el mensaje de Comunión. Cuando el culto había avanzado hasta el punto en que daría el mensaje‚ la Sra. Eddy entró en el auditorio y se dirigió por el pasillo hacia la plataforma. Cuando hizo su entrada‚ los miembros de la congregación se pusieron de pie y permanecieron así hasta que ella se hubo sentado. Luego de escuchar el solo‚ la Sra. Eddy se levantó‚ y con voz resonante llena de poder y belleza espirituales‚ y con una dicción tan clara que no se podía perder ni una sílaba‚ la Sra. Eddy disertó su mensaje de Comunión‚ el cual ahora todos pueden leer en las páginas 120–125 de Escritos Misceláneos.
La Srta. Lilian Whiting‚ conocida periodista que escribía crónicas especiales‚ y que se hallaba presente en ese culto‚ describió a la Sra. Eddy con estas palabras publicadas en el diario Chicago Inter-Ocean:
La Sra. Eddy tiene más de setenta años‚ sin embargo‚ toda su apariencia es la de una mujer de poco más de la mitad de esa edad. Mantiene su cutis delicado y con toda su clara transparencia; sus ojos oscuros son luminosos‚ su elegante figura podría parecer la de una joven de veinte años‚ y todo su porte está lleno de energía y gracia. Su cabello es blanco‚ casi la única señal en ella del paso del tiempo. Tiene una presencia de gran dignidad‚ belleza apacible‚ dulzura infinita.. . Mary Baker Eddy es una figura muy notable en la vida contemporánea.
Mi primer encuentro con la Sra. Eddy fue debido a mi trabajo en la firma John H. Pray e Hijos‚ de Boston. Un día sábado del mes de abril de 1899‚ la Sra. Laura Sargent‚ miembro del personal de la casa de la Sra. Eddy‚ y James A. Neal‚ quien ya era un conocido trabajador de la Ciencia Cristiana‚ vinieron a la tienda a elegir muestras de alfombras para los pisos de la casa de la Sra. Eddy en Pleasant View‚ Concord‚ New Hampshire. Después de haber seleccionado el material y cuando se habían retirado‚ me di cuenta de que que no teníamos la cantidad suficiente para satisfacer el pedido. Pensé también que se podía obtener algo más apropiado para la casa de la Sra. Eddy. Al día siguiente fui a Nueva York‚ y el lunes por la mañana temprano‚ hice otra selección de alfombras que me parecieron más adecuadas‚ y el martes por la mañana me dirigí a Concord con las muestras.
Recuerdo claramente esa luminosa mañana de primavera. Al llegar a Pleasant View‚ la Sra. Sargent me recibió y me condujo a la salita de atrás‚ donde coloqué las muestras. Apenas si tuve tiempo de observar el esquema de colores del ambiente y el mobiliario, cuando el personal de la casa comenzó a reunirse. Mientras conversábamos animadamente‚ la Sra. Eddy entró en la sala.
A menudo se me ha preguntado qué sentí al encontrarme con la Sra. Eddy por primera vez. Puedo decir‚ con toda sinceridad‚ que no me sentí como un desconocido. La gente es lo que son sus pensamientos‚ y yo conocía ya muchos de los pensamientos de la Sra. Eddy. Me había familiarizado con ellos mediante sus escritos.
Como era característico de mí‚ no noté lo que la Sra. Eddy llevaba puesto. Me di cuenta de su postura erguida y su dignidad‚ pero‚ sobre todo‚ percibí su dulzura maternal. Pensé en mi propia madre‚ el carácter más noble que hasta el momento yo había conocido.
Al ponerme de pie y tomar la mano que me extendía‚ noté su rápida y escrutadora mirada. Por la manera directa con que me miró‚ me di cuenta de que la Sra. Eddy había leído mi pensamiento y se había formado una opinión de mí.
— Siempre tuve el deseo de llegar a conocerla pero jamás pensé que algún día iba a tener este privilegio — dije —. Le he traído este pequeño recuerdo —. Realmente era un pequeño recuerdo‚ nada más que un anotador que mi firma obsequiaba a sus clientes. La Sra. Eddy lo aceptó con toda cortesía‚ como si se tratase de un regalo costoso. Entonces‚ para mi sorpresa‚ ella dijo‚ dirigiéndose a su mucama: — Lydia, ¿tienes la cajita que te pedí que trajeras?
— Sí‚ aquí está‚ Madre — respondió ella.
La Sra. Eddy me entregó la cajita diciendo: — Y yo tengo algo para usted —. Abrí la caja‚ y contenía una de las cucharitas de plata de recuerdo que habían estado a disposición de los Científicos Cristianos el pasado mes de diciembreEn otra ocasión posterior‚ la Sra. Eddy me obsequiaría una de estas cucharas en oro.. Estas cucharas tienen una inscripción: “No es la materia‚ sino la Mente lo que satisface”‚ y respecto a esta inscripción hay una anécdota que me fue relatada por Calvin A. Frye‚ fiel secretario de la Sra. Eddy por mucho tiempo.
Una fría mañana de invierno de 1898‚ muy temprano‚ la Sra. Eddy llamó al Sr. Frye y le dijo que durante la noche ella había recibido muchos pensamientos maravillosos. Habló acerca de esto durante un rato‚ y luego dijo: — Por favor‚ escriba esta declaración: “No es la materia‚ sino la Mente‚ lo que satisface”. El Sr. Frye escribió esas palabras en una hoja de papel‚ aunque‚ según dijo‚ contrariamente a su acostumbrado cuidado de archivar de inmediato todo cuanto la Sra. Eddy le dictaba‚ esta vez dejó el papel sin pensar más en el asunto.
El verano siguiente‚ se presentaron el dueño de una fábrica de artículos de plata junto con otros vecinos de Concord para ver a la Sra. Eddy y pedirle permiso para fabricar una cuchara recordatoria. La Sra. Eddy se mostró muy interesada. De pronto‚ exclamó: — Un momentito‚ tengo justamente lo que se necesita —. Entonces llamó al Sr. Frye y le pidió que trajera la hoja de papel donde él había escrito la declaración que ella le había dictado durante el invierno.
El Sr. Frye dijo que por un momento se sintió invadido por el pánico‚ porque se acordó que no había archivado ese papel. Salió de la habitación sin saber dónde buscarlo‚ pero instantáneamente pensó: “El magnetismo animal no me puede usar como instrumento para perder ni una palabra de lo que Dios le ha revelado a la Sra. Eddy. La misma Mente divina que envió a Madre ese mensaje‚ lo protege y me va a guiar al lugar donde está”. Fue guiado a la sala donde la Sra. Eddy le había dictado el mensaje y directamente al cajón de la mesa. Y allí estaba el papel con el mensaje escrito a lápiz: “No es la materia‚ sino la Mente‚ lo que satisface”. Al contar la anécdota‚ el Sr. Frye siempre agregaba: “Madre nunca supo el estado de pánico que me embargó cuando me di cuenta de que no me acordaba dónde había puesto ese mensaje”.
Por supuesto que yo estaba encantado de recibir este regalo de la Sra. Eddy‚ y dije: — Le agradezco muchísimo —. Luego‚ con franqueza agregué: — Pero yo ya tengo una de estas cucharas recordatorias.
— Entonces‚ ¿no la acepta? — dijo la Sra. Eddy con una sonrisa.
— Por supuesto que sí‚ y se lo agradezco mucho — me apresuré a responder‚ mientras me guardaba la cajita en el bolsillo. Todos nos sonreímos. Parecíamos una familia alegre y numerosa.
Después comencé a disponer las muestras de alfombras para que las vieran‚ y la Sra. Eddy le fue pidiendo a uno por uno‚ cuyos cuartos iban a ser alfombrados nuevamente‚ que hicieran su elección.
— Laura‚ elige lo que te gustaría tener en tu cuarto — dijo‚ dirigiéndose a la Sra. Sargent.
— No Madre‚ usted elija por mí — respondió la Sra. Sargent.
— Calvin‚ elija lo que le agrade — dijo al Sr. Frye.
— No Madre‚ hágalo usted por mí — respondió él.
La Sra. Eddy usó el mismo procedimiento con cada uno de los presentes. A menudo se dirigía a mí‚ diciendo: —¿Cuál elegiría usted‚ Sr. Hill?
Yo siempre respondía que elegiría lo que más me gustara y la Sra. Eddy decía: — Yo haría exactamente lo mismo.
Después de haber dicho tres o cuatro veces que yo elegiría lo que más me gustara‚ la Sra. Eddy‚ acusándome con el índice‚ me dijo: — Pero todavía no nos dijo qué es lo que usted elegiría.
En ese momento‚ comprendí que a la Sra. Eddy no le agradaban las respuestas evasivas‚ pues prefería respuestas categóricas. Ella me había hecho una pregunta directa y requería una respuesta directa‚ y yo‚ sin dudar un momento‚ le di una respuesta bien franca‚ más o menos así:
— En la sala de entrada‚ Sra. Eddy‚ tiene usted cortinas muy finas de encaje de Bruselas‚ sillas hermosamente tapizadas y un sofá con un tapizado muy delicado‚ pero en la sala de atrás tiene muebles de nogal oscuro con cortinados en las puertas y paredes empapeladas que no combinan muy bien. Una alfombra lisa‚ de buena calidad‚ verde o rosa viejo‚ quedaría bien en estas salas dobles. El empapelado de las paredes debe ser de la mejor calidad posible‚ y también quedaría bonito colocar cortinas nuevas en las ventanas.
Con intensidad‚ agregué: — Quien ha hecho tanto por la humanidad debería rodearse de todo lo mejor. Nada es demasiado fino para usted.
Mientras hablaba gesticulaba‚ y la alerta mirada de la Sra. Eddy seguía la dirección en que yo señalaba. Cuando terminé‚ ella gentilmente respondió: — Usted sabe que no salgo de compras con frecuencia‚ de modo que no estoy muy enterada de los estilos.
Naturalmente que no era mi intención expresar un sentido de crítica acerca del hogar de la Sra. Eddy‚ el cual resplandecía de orden. Pero sentí que era justo darle una opinión franca cuando ella la había pedido‚ y me expresé de la mejor manera que me fue posible. Más tarde‚ tuve el privilegio de ayudar a la Sra. Eddy en el trabajo de redecoración.
1 Publicado por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana‚ 1979.
    