Los hijos de Israel, enceguecidos por el temor
rehusaron aceptar
que su Canaán cercana estaba,
y así peregrinaron
año tras año,
como banda indecisa, a la deriva,
porque no quisieron escuchar
el informe de Caleb sobre la leche y la miel,
prefiriendo creer
que los gigantes de Anac
regían en su Tierra Prometida.
¿No estaré también yo enceguecida
por los asaltos del temor mortal,
tan gigantescos como los hijos de Anac?
Que acepte yo, en vez, la leche y la miel
de la amplitud y cuidado de Dios,
y que despierte a la tierra prometida,
la que, en verdad, ¡siempre estuvo allí!
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