Durante mi niñez, sufrí de una inflamación en la piel, diagnosticada por médicos como eczema. A pesar de que mis padres no eran Científicos Cristianos, tampoco se sentían inclinados a la medicina. Sin embargo, preocupados por mi desazón y desfiguración, estaban dispuestos a tratar cualquier cosa con tal liberarme de esta angustia. Tratamos todos los medicamentos, pomadas y recursos habidos y por haber, pero sin ningún resultado. Estos incluyeron exámenes de alergia, que eran populares en ese entonces.
En mi adolescencia, la condición gradualmente fue desapareciendo, pero volvió a presentarse aún más aguda quince años después. Pero, para entonces, yo ya era Científica Cristiana y anhelaba ver este problema sanado permanentemente por medio de la oración.
A veces, la condición parecía tan severa que me veía obligada a permanecer en casa, algunas veces por largos períodos. Me alentaban estas palabras en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany por la Sra. Eddy: “Recuerda que no puedes estar en ninguna situación, por más severa que sea, en la que el Amor no haya estado antes que tú y donde su tierna lección no te espere” (págs. 149–150).
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