Durante mi niñez, sufrí de una inflamación en la piel, diagnosticada por médicos como eczema. A pesar de que mis padres no eran Científicos Cristianos, tampoco se sentían inclinados a la medicina. Sin embargo, preocupados por mi desazón y desfiguración, estaban dispuestos a tratar cualquier cosa con tal liberarme de esta angustia. Tratamos todos los medicamentos, pomadas y recursos habidos y por haber, pero sin ningún resultado. Estos incluyeron exámenes de alergia, que eran populares en ese entonces.
En mi adolescencia, la condición gradualmente fue desapareciendo, pero volvió a presentarse aún más aguda quince años después. Pero, para entonces, yo ya era Científica Cristiana y anhelaba ver este problema sanado permanentemente por medio de la oración.
A veces, la condición parecía tan severa que me veía obligada a permanecer en casa, algunas veces por largos períodos. Me alentaban estas palabras en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany por la Sra. Eddy: “Recuerda que no puedes estar en ninguna situación, por más severa que sea, en la que el Amor no haya estado antes que tú y donde su tierna lección no te espere” (págs. 149–150).
Tuve que aprender muchas lecciones en mi camino hacia una completa y permanente curación. Una de éstas fue comprender que el mero transcurrir del tiempo no promueve ni detiene la curación; la curación se manifiesta como resultado de la comprensión espiritual. En Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, leemos: “Los objetos del tiempo y de los sentidos desaparecen en la iluminación de la comprensión espiritual, y la Mente mide el tiempo de acuerdo con el bien que se desarrolla” (pág. 584).
Debido a que muchos de mis familiares habían padecido de eczema, a medida que yo oraba, negaba firmemente la creencia en condiciones hereditarias. En la Ciencia Cristiana aprendemos que “la transmisión hereditaria no es una ley” (ibid., pág. 178). El comprender que Dios es el único verdadero pariente del hombre, me capacitó para ver que yo heredaba solamente el bien de la fuente divina.
Durante esta experiencia, fui aprendiendo que al esforzarme por obtener la curación tenía que confiar totalmente en Dios y no en una persona, aun cuando valoraba la dedicación de la practicista de la Ciencia Cristiana. Cierta practicista me había estado ayudando por medio de la oración durante algún tiempo. Entonces, un día, la practicista me dijo que no podía seguir ayudándome y me sugirió que llamara a otra. Por algunos días me sentí completamente desalentada; sentía que había sido abandonada en mi gran necesidad. Pero pronto comprendí la gran sabiduría de la practicista al no tenerme más como paciente. Yo me había estado apoyando en la persona para mi curación, en vez de apoyarme en Dios, y, seguramente, ella lo percibió. Más adelante, tuve la ayuda de diferentes practicistas en distintos momentos, y cada una me ayudó a enfrentar mi necesidad especial del momento.
Amistades y parientes bien intencionados insistían en que debería recurrir al médico para que me hicieran un diagnóstico, ya que había estado dependiendo de la Ciencia Cristiana por bastante tiempo y todavía no había sanado. Un día, sin saber cómo, me encontré frente a la puerta de un edifico de médicos con ese propósito, cuando mi única intención al salir de casa había sido ir al supermercado para hacer las compras de la semana. Conscientemente yo no había tomado ninguna decisión de recurrir a ningún otro medio fuera de la Ciencia Cristiana para la curación, y, en realidad, no podía comprender cómo había llegado exactamente a ese lugar.
Al bajarme del automóvil, me vino al pensamiento esta declaración de Ciencia y Salud: “Un diagnóstico físico de la enfermedad — toda vez que la mente mortal tiene que ser la causa de la dolencia — tiende a producir la enfermedad” (pág. 370). Entonces razoné: “¿Estoy dependiendo de la Mente divina para demostrar la falta de poder, la nada de la enfermedad? ¿Puede una visita al médico enseñarme más acerca de esta nada? Demás está decir que regresé al auto comprendiendo cuán fuertemente tal agresiva sugestión mental había tratado de dominarme.
Más tarde comprendí lo que había causado esta momentánea desviación en el camino que había elegido, al leer estas palabras que nos indican que estemos alerta a las formas de la malapráctica mental: “A menos que los ojos de uno estén abiertos a los modos de la mala práctica mental, que trabaja tan sutilmente que podemos confundir sus sugestiones por impulsos de nuestros propios pensamientos, la víctima se dejará a sí misma llevar en la dirección equivocada sin darse cuenta de ello” (Miscellany, pág. 213).
A medida que persistía en aprender muchas de esas lecciones y de ponerlas en práctica, obtuve mi completa liberación de la condición física, incluso de todos los síntomas relacionados con ella.
Desde mi curación de la eczema, la cual ha sido permanente a través de los años, a menudo me elogian la transparencia de mi tez. Esto me ha demostrado que a pesar de lo desfiguradora, incómoda o permanentemente obstinada que parezca una situación, la curación se efectuará mediante la espiritualización del pensamiento. Y con esto la acumulación de falsas evidencias desaparecerá totalmente sin dejar vestigios de ninguna clase.
Estoy especialmente agradecida a mi esposo, a mi hija y a mi hijo por el apoyo que me dieron durante esa época de prueba. La paciencia, consideración, amor y comprensión que me demostraron, me ayudó a ser una esposa y madre más animada mientras trabajaba para obtener esta curación.
Durante los cuarenta años que he practicado la Ciencia Cristiana, me he dado cuenta de que esta Ciencia es un modo de vida emocionante y desafiante. Sé que cualesquiera que sean los problemas que se presenten — dificultades en las relaciones humanas, preocupaciones acerca de la salud o financieras — todo se puede resolver satisfactoriamente mediante el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana. Educar a los hijos libres de hipótesis humanas es uno de los más grandes regalos.
Rolling Meadows, Illinois, E.U.A.
