Palabras de consuelo, palabras inspiradoras, palabras de aliento. Muchas personas han llegado a un momento en su vida en el que las palabras que habían significado tanto para ellas, parecen ser temporalmente “sólo palabras”.
El relato bíblico de Job tal vez sea útil en tales momentos. Una de las lecciones que podemos obtener de este relato es la siguiente: Cuando las palabras de Zofar, Elifaz y Bildad, quienes consolaban a Job, no significaban mucho para él, aun así no abandonó su creencia esencial en la existencia de Dios y en Su omnipotencia y sabiduría.
Aunque Job se sintió separado de Dios, afligido y humillado fuera de toda razón o de su propia capacidad para soportarlo, aun así rehusó creer que Dios había cambiado o que carecía de poder. Job argumentó en favor de Dios. Dijo: “El es sabio de corazón, y poderoso en fuerzas; ¿Quién se endureció contra él, y le fue bien? El arranca los montes ... y no saben quién los trastornó; El solo extendió los cielos, y anda sobre las olas del mar; El hizo la Osa, el Orión y las Pléyades, y los lugares secretos del sur; El hace cosas grandes e incomprensibles, y maravillosas, sin número”. Job 9:4, 5, 8–10.
Finalmente, los ojos de Job fueron abiertos, y llegó a reconocer la realidad indudable y presencia inmediata de Dios. A esto, siguieron su curación y restablecimiento.
Tal como fue el caso de Job, las palabras que atesoramos acerca de Dios, indican el ser verdadero de Dios y Su inmensa bondad. Si se alegara que estas palabras, que en el pasado han sido tan inspiradoras, son “sólo palabras”, estaremos preparados. Recordaremos que no hemos oído meras palabras acerca de Dios, sino que Su maravillosa existencia es lo que ha hecho que las palabras vivan para nosotros en primer lugar.
Mary Baker Eddy, la autora de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, en verdad amaba profundamente la inspirada Palabra de la Biblia. Se refirió a la Biblia como nuestra guía hacia la Vida eterna. Ver Ciencia y Salud 497:3–5. Y recomendó un estudio constante — no una mera lectura — de la letra de la Biblia y de Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens). Pero ella también sabía que ningún idioma humano contiene, en realidad, la infinitud y santidad del Ser divino, de Dios, el Espíritu. La Sra. Eddy observa: “De esto estad también seguros, que los libros y la enseñanza no son sino una escalera descolgada del cielo de la Verdad y el Amor, por la cual los pensamientos angelicales suben y descienden, llevando en sus alas de luz el espíritu de Cristo”.Retrospección e Introspección, pág. 85.
No obstante, cuando las palabras humanas son escritas en total obediencia a esta luz de revelación divina, cuando las palabras han tomado literalmente forma en una nueva consciencia de la Verdad y el Amor divinos, jamás son “sólo palabras”. Las sugestiones terrenales de enfermedad, muerte y desesperanza tal vez insistan en que las palabras de la Verdad son meramente esperanzas humanas u opiniones humanas relativas. No tenemos que ser influidos por esa agresividad de la mente carnal. Las palabras provienen de Dios, y la verdad es que jamás pierden su significado o su aptitud para despertar el pensamiento a la constante presencia del Cristo y así traer curación.
Un amigo mío me relató una experiencia que tuvo una noche cuando llegó a su casa sintiéndose muy enfermo. A medida que subía las escaleras para irse a la cama, los síntomas empeoraron. Se sentía tan débil que no podía continuar subiendo. Parecía que iba a perder el conocimiento.
Su esposa le preguntó qué le ocurría, y sólo pudo responder: “¡Todo!” Se sentó en las escaleras, y ella le leyó vigorosas verdades espirituales de Ciencia y Salud; verdades que explicaban que la naturaleza del hombre es espiritual, no material, que es enteramente la emanación o expresión de Dios, el Espíritu, y que está hecha a Su semejanza.
Al igual que Job, se sintió tentado a decir: “Ciertamente yo sé que es así; pero ... ” Job 9:2 (según la Versión King James de la Biblia). Las palabras parecían no llegar a la médula de su necesidad humana. No obstante, a medida que su esposa insistió en leer — y, obviamente, en percibir la verdad que las palabras contenían y conocer la realidad espiritual que las apoyaba — la curación se efectuó repentinamente. Desapareció todo el mal. El cuerpo se puso completamente bien, y ese fue el fin del problema.
El hecho era que, aun cuando las palabras parecían no tener significado, sí lo tenían. Era el estado de pensamiento, impuesto por el sentido material, lo que no tenía significado, como siempre es el caso. Cuando somos arrastrados imprudentemente hacia ese estado de pensamiento, o cuando parece que nos precipitamos hacia él a causa de los persistentes argumentos de la mortalidad, experimentamos falta de luz espiritual. No obstante, el Cristo, la Verdad, jamás está ausente de la consciencia humana. Debido a que esta luz espiritual es la naturaleza misma del universo de Dios, emergemos hacia esta luz a medida que continuamos rechazando espiritualmente la creencia de que Dios Mismo es otra cosa que el bien perfecto y omnipresente.
El origen de la luz de las estrellas es mucho mayor que la luz que llegamos a ver. Lo mismo ocurre con las palabras de inspiración espiritual: la percepción humana es sólo una tenue indicación de la irradiación vital y brillante de la Verdad divina.
Nuestra obra sanadora recibe un ímpetu poderoso a medida que comprendemos que todo discernimiento espiritual y toda verdad metafísica no son de origen mortal, sino que proceden de la Verdad que es Dios. Aun un momento de genuina percepción espiritual de la verdad del ser (que inevitablemente nos hace dejar de soñar con que hay vida en la materia) nos trae plenitud y una nueva dimensión a nuestra lectura de declaraciones de la verdad. Hace que sean patentemente reales. Vemos que, de ninguna manera, son aserciones humanas. Son descripciones precisas que están de acuerdo con nuestra propia experiencia creciente acerca de Dios y del universo del Espíritu. Llegamos a comprender por qué Cristo Jesús, a causa de la plenitud de su experiencia, pudo decir con tanta confianza: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. Juan 6:63.
Cuando hubieron orado,
el lugar en que estaban congregados tembló;
y todos fueron llenos del Espíritu Santo,
y hablaban con denuedo la palabra de Dios.
Y la multitud de los que habían creído
era de un corazón y un alma.
Hechos 4:31, 32
