Muchos hemos sentido que, a veces, nuestra fe en el poder de Dios es muy poca comparada con el desafío que enfrentamos. Quizás haya otras oportunidades en que estamos muy seguros de Dios, pero no tan seguros de nosotros, de la capacidad que tenemos para demostrar el bien en nuestras vidas. Una de las formas para alcanzar una mayor fe, cualquiera que sea el problema, es tener más gratitud.
Si lo pensamos bien, la fe y la gratitud son factores inseparables, aunque, con seguridad, no son idénticas. Pero sí tienen el mismo origen, y una sigue a la otra muy de cerca. La primera naturalmente prepara el camino para la segunda. Si la primera en surgir es la fe, es decir, si uno ya está demostrando esa clase de fe que se basa en la comprensión espiritual (o, por así decirlo, que nace del Espíritu), la gratitud se manifiesta espontáneamente. Sin embargo, tal vez no se acepte tan generalmente que lo opuesto también es cierto, es decir, que la gratitud abre el camino a la fe.
La Biblia nos habla de los diez leprosos que, manteniéndose alejados, llamaron a Cristo Jesús para que los ayudara. La fe de ellos ciertamente se fortaleció cuando los mandó a presentarse a los sacerdotes; puesto que, bajo la ley judía, los sacerdotes eran quienes dictaminaban que un hombre estaba libre de la enfermedad y que podía volver a formar parte de la sociedad. Cuando iban de camino para presentarse a los sacerdotes, fueron sanados.
Pero sólo uno regresó para expresar su gratitud. Este hombre ni siquiera era judío, sino extranjero; era samaritano. Los samaritanos no se trataban con los judíos; pero, he aquí, este hombre había regresado para agradecer a Jesús. Y Jesús le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”. Lucas 17:19.
Hace poco, cuando escuché nuevamente este relato, me llamó la atención que la gratitud del samaritano era tan importante como su fe. Aunque los otros nueve hayan tenido cierto grado de fe, lo que hace que este décimo hombre sea tan especial en el relato es que su fe estaba acompañada de una gratitud sincera. Para él, nada era más importante que regresar para expresar en alta voz su gratitud. ¿Acaso no sería que el ambiente mental en el que creció esa buena medida de gratitud estuviera alimentando al mismo tiempo su fe, de modo que ambas se manifestaran espontáneamente en el reconocimiento de la curación? Sin duda, este relato indica la íntima relación entre las dos.
La clase de gratitud que más se acerca a la fe (o que es inseparable de ella) es la que reconoce el bien aun cuando el cuadro físico parezca ser exactamente lo opuesto. Cuando los fariseos preguntaron cuándo vendría el reino de Dios, la respuesta de Jesús fue: “No vendrá con advertencia,... porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:20‚ 21. J. B. da la siguiente versión de este pasaje: “ ‘El reino de Dios no viene por medio de la búsqueda de señales que lo anuncien... porque el reino de Dios está dentro de vosotros’ ”. En otra ocasión, el Maestro dijo: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha”. Juan 6:63. ¡Qué contraste entre la enseñanza del Maestro y el enfoque de los sacerdotes, a quienes podemos imaginar examinando la piel de los nueve leprosos para ver si la curación había tenido lugar! Y comparemos a los nueve, yendo al templo a presentarse para una inspección y obteniendo el “sello de aprobación” del templo, con el décimo hombre. ¡Cómo expresa su agradecimiento con alabanzas a Dios y gratitud hacia aquel que percibió su perfección innata y lo sanó!
La verdadera gratitud no espera a tener una señal externa. Es una gracia interna. Reside en ese estado de pensamiento que está abierto a la realidad del bien siempre presente. Reconoce al Principio divino, Dios, que sostiene y gobierna a todo ser y actividad verdaderos. Este reconocimiento no es un ejercicio mental humano, como el pensamiento positivo, sino un reconocimiento espiritualmente mental de lo que es verdadero.
Cristo Jesús nos dio el ejemplo clásico de esta clase de gratitud antes de resucitar a Lázaro. El Evangelio según San Juan muestra que, lejos de estar sereno cuando llegó al lugar, el Maestro lloró y estaba profundamente conmovido. Lázaro había estado cuatro días en la tumba; sin embargo, Jesús, “alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes”. Juan 11:41‚ ¡Qué inspirada declaración de gratitud y de fe!
¿Qué fue lo que provocó en Jesús esta clase de respuesta ante circunstancias tan tremendas? En otras palabras, ¿cuál es la base divina de la gratitud, cuando, para los sentidos materiales, no hay nada que agradecer?
Estos sentidos físicos simplemente no nos dicen la verdad, y esto, de por sí, ya es una razón importante para estar agradecidos. ¿Quién quisiera creer que el hombre está separado de Dios y de su cuidado; que la materia tiene poder para controlar al hombre; que la vida es una mezcla de bien y mal — en la que no se puede confiar y que es a veces precaria — y que, inevitablemente, llega a su fin? ¡Gracias a Dios que nada de esto es verdad! Una y otra vez ha quedado demostrada la falsedad de los sentidos cuando han sido desafiados por la ley inmutable de Dios, el bien. “El Principio divino es la Vida del hombre”, escribe Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. “La felicidad del hombre no está, por lo tanto, a merced del sentido físico”.Ciencia y Salud‚ pág. 304. Y, podríamos agregar, tampoco lo está nuestra gratitud.
Jesús levantó “los ojos al cielo”. El siempre enfrentaba la apariencia del pecado, la enfermedad y, aun de la muerte, con el reconocimiento agradecido de la supremacía de Dios, el Espíritu. Como nuestro Maestro, nosotros también podemos encontrar una base para la gratitud en el hecho de que la materia no tiene poder real y que el Espíritu, el bien, es supremo. Esto no es un idealismo de ensueño, sino manera de pensar espiritualmente científica. La Ciencia Cristiana enseña que el Espíritu, Dios, es Todo; que El es Vida, Verdad y Amor, omnipresente y omnipotente. Su linaje espiritual siempre recibe y da testimonio de lo que el Espíritu imparte: amor, plenitud, armonía, inteligencia, paz y poder. Contrariamente a lo que está generalmente aceptado, este hombre es nuestra identidad real. La creencia de vida en la materia, que la Ciencia Cristiana llama mente mortal, puede que argumente que hay muy poco o nada que agradecer. Pero podemos saber que la mente mortal no es la Mente del hombre; que no es la verdad del ser.
El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, plantea esta interesante proposición: “Si el pensamiento se alarma por la energía con que la Ciencia reivindica la supremacía de Dios, o la Verdad, y pone en duda la supremacía del bien, ¿no debiéramos, por el contrario, asombrarnos de las vigorosas pretensiones del mal y dudar de ellas, y ya no pensar que es natural amar el pecado y contranatural abandonarlo — ya no imaginarnos que el mal está siempre presente y que el bien está ausente? La verdad no debiera parecernos tan asombrosa y contranatural como el error, y el error no debiera parecernos tan real como la verdad. La enfermedad no debiera parecernos tan real como la salud”.Ibid.‚ págs. 130-131.
Cuando empezaba a interesarme en la Ciencia Cristiana‚ mi hijo pequeño se enfermó. Aunque deseaba probar el método de curación espiritual sobre el que había estado leyendo‚ y que sabía que a otros les daba resultado‚ sentí que mi fe era apenas suficiente para lograr la curación. Y‚ naturalmente‚ yo quería ser una madre responsable.
Cuando me senté a la mesa de la cocina para orar‚ recordé haber leído en algunas de las publicaciones de la Ciencia Cristiana que la gratitud era un factor muy importante en la curación. Así que comencé a hacer mentalmente una lista de todas las cosas y personas por las que estaba agradecida. Al comienzo‚ no parecía haber mucho con qué hacer una lista. Pero‚ a medida que seguí esforzándome por hacerla‚ mis razones para estar agradecida se multiplicaron hasta que no hubo más lugar en mi pensamiento para el desaliento o el temor; mi gratitud hacia Dios había predominado. Con este cambio de pensamiento‚ quedó establecida mi fe en la posibilidad de que Dios sanara al niño‚ y comprendí en cierta medida la bondad infinita de Dios. La mejoría se hizo evidente de inmediato. Continué orando y‚ por la mañana‚ mi hijo estaba completamente bien. En el capítulo “La oración”‚ Ciencia y Salud pregunta: “¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido? Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos‚ y eso nos capacitará para recibir más”.Ibid.‚ pág. 3.
Esta curación fue un ejemplo para mí no sólo del efecto práctico de un corazón agradecido‚ sino de la naturaleza recíproca de la gratitud y la fe. Es por ello que cuando una de estas cualidades madura‚ también lo hace la otra. Uno podría muy bien comenzar por hacer una lista de gente y de cosas por las cuales estar agradecido a Dios; pero‚ con el tiempo‚ el Científico Cristiano comprende que la gratitud debe ser más consistente‚ debe desarrollarse más allá de lo meramente material‚ hasta apreciar profundamente aquello que es espiritualmente verdadero. ¿Acaso no está eso estrechamente relacionado con una fe más elevada? Toda gratitud por las cosas más profundas del Espíritu‚ invisibles para los sentidos materiales‚ ya contiene un elemento de fe.
Años después de la mencionada experiencia‚ enfrenté un desafío que puso a prueba no sólo mi fe en Dios‚ sino‚ más aún‚ la fe en mí misma como Científica Cristiana. Cuando pensaba que estaba progresando más desde el punto de vista espiritual‚ y vi que iba a ser puesta a prueba como jamás lo había sido antes‚ mi confianza en Dios quedó destruida. Y‚ francamente‚ sentí que no podía hacer nada‚ y que el miedo me dominaba.
Durante las semanas que siguieron‚ necesité alimentar mi fe con cualidades tales como valor‚ diligencia‚ obediencia‚ honestidad y humildad; también sentí la necesidad de recurrir diariamente a Dios por medio de la oración‚ y de estudiar la Biblia y las obras de la Sra. Eddy. El temor al fracaso parecía no abandonarme‚ pero empecé a tener momentos de serena gratitud: en primer lugar‚ por la revelación de ideas espirituales que tan específicamente respondían a mi necesidad; en segundo lugar‚ por la comprensión de que esas ideas expresaban la verdad; y finalmente‚ por la Verdad misma‚ Dios y Su mensaje divino‚ el Cristo siempre presente. Mis motivos cambiaron. En lugar de querer tener un mero éxito personal‚ deseaba glorificar a Dios por medio de la Ciencia Cristiana. Mi fe todavía parecía débil‚ pero‚ ¡estaba creciendo! Era esa fe a la que se refiere la Sra. Eddy en el libro de texto como “.. . un estado de crisálida del pensamiento humano‚ en el cual la evidencia espiritual‚ contradiciendo al testimonio de los sentidos materiales‚ empieza a aparecer‚ y la Verdad‚lo siempre presente‚ empieza a comprenderse”.Ibid.‚ pág. 297.
Luego‚ el mismo día en que debía confiar radicalmente en la Ciencia Cristiana‚ tuve una sensación desbordante de gratitud que llenó todo mi ser. El momento de prueba aún no había llegado‚ pero fui a su encuentro con valor‚ y salí victoriosa. La eficacia del tratamiento de la Ciencia Cristiana fue atestiguada por gente que conocía muy poco o nada de la curación cristiana. Nos regocijamos juntos. Mi fe no sólo había permanecido intacta‚ sino que había crecido como nunca antes; y la gratitud se restableció con mayor firmeza.
El expresar gratitud en verdad cambia el pensamiento tímido. Cuando nuestro pensamiento abriga un sentido sincero de gratitud y alabanza‚ está dirigido hacia el Espíritu‚ hacia la Verdad y el Amor; lejos del cuerpo‚ lejos de las condiciones y circunstancias materiales. Esto tiene un efecto sanador real que nos restablece no sólo mental‚ sino físicamente. ¿Por qué? Porque la gratitud‚ como un reconocimiento del bien espiritual‚ es una oración poderosa que actúa en la consciencia para transformar el sentido actual que tenemos de nosotros mismos.
Aunque sintamos que nuestra fe es demasiado débil‚ siempre podemos encontrar una razón más para estar agradecidos. El corazón que está dispuesto a buscar el bien que Dios siempre imparte‚ puede tener la esperanza de que lo encontrará. Cuando permitimos que nuestra gratitud se exprese aun frente a la adversidad‚ podemos tener la esperanza de que encontraremos algo qué agradecer‚ y‚ así‚ nuestra fe se acrecienta. El Salmista cantó: “Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza.. . Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia‚ y su verdad por todas las generaciones”. Salmo 100:4‚ 5.
