Con frecuencia, cuando hemos terminado cierta clase de trabajo, es conveniente mirar retrospectivamente y considerar lo que hemos aprendido. Esto es particularmente cierto cuando la tarea que hemos terminado ha sido en servicio de la Iglesia de Cristo, Científico. Nuestro trabajo ha sido exitoso si sinceramente podemos decir que apreciamos, más que nunca, a la Iglesia y al método empleado por la organización con el fin de que la Ciencia Cristiana esté disponible para toda la humanidad.
Ya sea que hayamos terminado un período como Lector en una iglesia filial, cumplido la posición como miembro de un comité, concluido años exitosos como maestro de la Escuela Dominical, o terminado alguna tarea designada por La Iglesia Madre, nuestro creciente aprecio por todo lo que la Iglesia significa para el bienestar de la humanidad, es la mejor recompensa que podamos tener. Tal gratitud y amor muestran que estamos abandonando miras personales egoístas y volviéndonos más considerados en cuanto a las profundas necesidades de otros. Y, ¿no es acaso esto lo que nuestro compromiso con la Iglesia debiera estar haciendo por nosotros?
Puede ser que originalmente nos hayamos afiliado a la Iglesia porque estábamos agradecidos por lo que había hecho por nosotros personalmente al capacitarnos, más plenamente, para comprender y demostrar al Cristo sanador, la Verdad. No obstante, a medida que crecemos espiritualmente, vemos que algo mucho más grande, incluso que nuestro bienestar personal, está en operación. La Iglesia de Cristo, Científico, y sus filiales, existen para ayudar a la gente de todas partes a comprender la totalidad de Dios, el bien divino, y la completa irrealidad de todo mal, de todo aquello que no da testimonio de la perfección y majestad de Dios.
La afiliación y actividad en la Iglesia ciertamente trae a las personas curaciones variadas y significativas. No obstante, el propósito más amplio de la Iglesia incluye la finalidad de elevar, de tal manera, a la consciencia humana por encima de la falsa creencia de que la materia tiene alguna vida o inteligencia, que la gente empieza a reconocer que el Espíritu es la única realidad. La Ciencia del Cristo, de la cual la Iglesia da testimonio, no tiene la intención de ser el consolador de la materia. Esta destruye la creencia en la materia y deja al individuo libre para que sea el hombre que verdaderamente es, la idea incorpórea y espiritual de Dios.
Cuando percibimos la santa influencia que la Iglesia está destinada a tener en la consciencia humana en bien de toda la gente —y si verdaderamente amamos a la humanidad— apreciamos a la Iglesia. Estamos deseosos de trabajar en ella, y en bien de ella, y agradecemos las lecciones que este trabajo nos trae.
La Sra. Eddy percibió el significado verdadero y espiritual de Iglesia, el cual ella define en Ciencia y Salud como “la estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él”.Ciencia y Salud, pág. 583. Esta estructura espiritual, exigiendo obediencia al Principio divino, tiene muchas maneras de entrar en nuestra vida y redimirnos, paso a paso, de la creencia de la realidad en la materia. Y algunas de las lecciones que el concepto de Iglesia tiene para nosotros se vuelven más claras al mirar retrospectivamente y con sinceridad un deber recién terminado. Por ejemplo, ¿nos han ayudado las lecciones que hemos aprendido, mientras estuvimos trabajando con otros miembros, a obtener un punto de vista más amplio y más afectuoso acerca de la humanidad? Entonces podemos estar seguros de que nuestro concepto acerca de que el hombre es un mortal errado se va desvaneciendo. Estamos viendo a nuestro prójimo con una apreciación más profunda de su verdadera identidad como la expresión espiritual del Amor divino.
¿Podemos decir sinceramente que el expresar paciencia, compasión, perdón, autodisciplina, bondad —todas ellas cualidades que proceden de Dios, el Amor divino— ha sido de vital importancia para nosotros? ¿Más importante que la justificación de sí mismo, la vanidad, o la obstinación? Si es así, la pretensión del ego personal se está sometiendo a la Mente, Dios. También podríamos preguntarnos si nuestra actividad en la iglesia ha fortalecido nuestro reconocimiento de la Ciencia exacta que la obra de la Sra. Eddy ha establecido. El deseo humilde de apreciar la letra de la Ciencia divina (como también su espíritu) muestra nuestro reconocimiento de que la Ciencia Cristiana es la revelación precisa de la única Ciencia verdadera que existe.
Si éstas son algunas de las lecciones que hemos estado aprendiendo, podemos estar verdaderamente agradecidos. Si bien esas lecciones puedan ser, en ciertos momentos, desafiantes, son también profundamente recompensadoras, pues ellas nos ayudan a dominar la creencia de que tenemos una mente separada de Dios.
Ningún miembro de la iglesia puede sinceramente afirmar que siempre es fácil demostrar la armonía y unidad espirituales que tienen su fuente en la Mente única. Pero la prueba de nuestro amor por la Ciencia Cristiana misma, es, con frecuencia, medida por nuestro amor por la Iglesia. Este amor es expresado por el sincero afecto que mantenemos por nuestros compañeros miembros de la iglesia, por nuestra obediencia y apoyo a los Estatutos del Manual de La Iglesia Madre escritos por la Sra. Eddy, y por estar más conscientes del ministerio de la Iglesia para toda la humanidad.
Tal crecimiento espiritual indica que el sentido personal del yo se está disolviendo bajo la templadora y purificadora influencia del Cristo. La única Mente divina, que es Dios —y que es reflejada en nuestra identidad verdadera y espiritual como semejanza de Dios, el hombre espiritual— ha estado manifestando su efecto práctico en nuestra vida.
Este efecto práctico es un aspecto esencial de la comprensión espiritual que tenía la Sra. Eddy de Iglesia y de la misión de ésta en bien de la humanidad. Ciencia y Salud declara: “La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y eleva a la raza humana, despierta al entendimiento dormido de las creencias materiales para que comprenda las ideas espirituales y demuestre la Ciencia divina, y así echa fuera a los demonios, o al error, y sana a los enfermos”.Ibid.
La clara comprensión de los efectos prácticos y sanadores de la idea divina, Iglesia, nos muestra no sólo que debemos atesorar el concepto de Iglesia, sino que ésta es un tesoro; un tesoro para todo aquel que lo busque. Cristo Jesús se refirió al reino de los cielos como un tesoro. Dijo: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”. Mateo 13:44.
A veces, alguien puede ver que es difícil pensar que la Iglesia está señalando hacia el reino de los cielos. No obstante, bajo el campo de conceptos erróneos acerca de ella —como, por ejemplo, el concepto erróneo de que la Iglesia es sólo un grupo de gente que trata de trabajar en una organización material— se encuentra su profundo significado espiritual de que es la santa “estructura de la Verdad y el Amor”. Lo que necesitamos es cambiar los conceptos erróneos por el ideal espiritual. Hacemos esto a medida que atesoramos a la Iglesia amando su sustancia verdadera como evidencia tangible del reino de los cielos. Y vencemos el concepto mortal de que cada miembro es sólo otro ser humano limitado, orando para discernir la naturaleza verdadera de cada uno como la idea de Dios, el hombre espiritual, es decir, el hombre que expresa las cualidades divinas de pureza, amor, sabiduría y santidad, las cuales son características del reflejo de Dios.
Cuando la Iglesia sea un tesoro para nosotros, con todo amor protegeremos su reputación para el beneficio de otros. El repetir historias acerca de otros miembros de la iglesia, no sólo es menosprecio de nuestro propio mérito y del de otros ante los ojos de quienes están empezando a considerar a la Ciencia Cristiana con respeto, sino también es pretender devaluar el mérito de la Ciencia Cristiana misma. Por supuesto, debido a que la Ciencia Cristiana tiene su fuente en Dios, realmente no puede ser devaluada. Su mérito y propósito se mantienen por siempre como testimonios vivientes del gran amor de Dios. Y si amamos a la Ciencia Cristiana, también amaremos a la Iglesia que la representa, y protegeremos sagradamente a la organización y a todos aquellos que están trabajando para demostrar el propósito de Iglesia.
Si este amor creciente por la institución que hace que la Ciencia Cristiana esté disponible para la humanidad ha estado manifestándose mientras hemos trabajado activamente en un cargo en la iglesia, entonces el trabajo ha sido provechoso. ¡Pero eso no significa que hayamos terminado! Sólo significa que el alcance infinito de la idea divina, Iglesia, tiene nuevas avenidas para que las exploremos y aprendamos de ellas. La oportunidad de atesorar a la Iglesia es para siempre. Y sus bienaventuranzas siempre están disponibles para bendecir a la humanidad individual y colectivamente.
