Hay una vieja historia acerca de un caballo que se cayó en un pozo abandonado que había en una finca. El dueño de la finca, pensando que ni el caballo ni el pozo valían la pena de entrar en gastos para salvar al animal, decidió llenar el pozo de tierra y así sepultar al caballo.
El hacendado comenzó entonces a echar tierra al pozo. Pero cada vez que tiraba una palada de tierra, el caballo se sacudía y se paraba sobre el montón de tierra. Mientras más tierra el hacendado tiraba al pozo, más alto subía el caballo, hasta que finalmente el animal alcanzó una altura suficiente como para salir del pozo por sí mismo y alejarse muy tranquilo. Y continuó siendo útil al hacendado.
¿Acaso a veces no nos hemos sentido todos como si nuestros mejores esfuerzos hubieran sido sepultados por la ingratitud y desaprobación? ¿Cómo podemos sacudirnos de estos pesos? Aunque seamos rechazados en la misma forma en que le llovía tierra al caballo, podemos hacer lo mismo que el caballo hizo y elevarnos a un nivel más alto. Podemos sobreponernos al desaliento y al dolor de sentirnos despreciados expresando nuestra verdadera individualidad como amados hijos de Dios.
Comprender la relación del hombre con Dios creado a Su imagen y semejanza —la verdad que enseña la Biblia y la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens)— es desafiar el temor de que no se nos necesita. Poner en práctica nuestra comprensión espiritual nos capacita para desprendernos de cualquier cosa que nos muestre como mortales sin valor e inútiles, batallando no sólo para ser útiles, sino hasta para sobrevivir.
¿Qué pasa si somos acosados por evidencias de rechazo; si un amigo nos abandona o si nuestros propios hijos nos ignoran? Un concepto más alto de lo que es el amor que participa de la naturaleza del Cristo, disipará el peso del rechazo. ¿Qué decir si siempre parece que somos rechazados para una promoción en nuestro trabajo o para recibir un aumento de salario? ¿Y qué ocurre cuando la pérdida de un ser querido nos hace sentir como si no hay nadie ya en el mundo que se preocupe por nosotros? Todavía podemos crecer en la comprensión de que nadie puede perder lo que Dios le da: sustancia perfecta, compleción y vida eterna para todos. Sea cual fuere la forma que asuma el rechazo, éste simplemente brinda otra oportunidad para convertir las aflicciones en triunfos por medio de la oración.
La Ciencia Cristiana explica que el Dios a quien todos oramos es la Mente divina e infinita, el Amor. Dios es Todo-en-todo. La totalidad de Dios rinde impotente todas las pretensiones destructivas y subversivas de lo que San Pablo describió como “los designios de la carne”, la creencia de que hay una inteligencia y un poder opuestos a Dios, el Espíritu. Dios no puede tener ningún opuesto verdadero porque el Espíritu divino, o Mente, es infinito; es la única sustancia, la única Mente. Por lo tanto, la manifestación de oscuridad, derrota y desesperación es una decepción total.
Estoy agradecida por haber descubierto esto en un punto de mi vida en que me sentía que no tenía nada por lo cual vivir. Parecía que yo no le importaba a nadie en lo más mínimo. Pertenecía a un grupo étnico minoritario y venía de una familia muy pobre, lo cual incluyó abusos y privaciones. Me casé muy joven y comencé a tener familia, la cual fui criando en la única forma que yo conocía, a saber, como yo misma había sido criada. Además, cada invierno padecía de pulmonía. A pesar de que asistía fielmente a una iglesia, miraba, al igual que muchos otros, mi estado lastimoso, y me resultaba difícil comprender cómo acercarme a Dios.
Las preguntas introspectivas de ¿qué?, ¿cómo? y ¿por qué? me bombardeaban día y noche. Se me había enseñado a creer que lo que llamamos un “Dios de amor” podía crear, y creaba, personas superiores e inferiores, algunas para ser aceptadas y otras rechazadas, algunas ricas y otras pobres, algunas con salud y otras inválidas, y que aun aquellas que parecían estar bien eran susceptibles a la enfermedad. También se me enseñó que este llamado Dios castigaba a la gente por ser como El los había creado para ser.
Mientras batallaba en lo que me parecía ser una guerra perdida, una amiga me presentó la Ciencia Cristiana. Comencé a estudiar el libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, y, por primera vez durante toda mi búsqueda para hallar respuesta a mis interrogantes, empecé a vislumbrar que el Dios de amor es verdaderamente Amor invariable y omnímodo, y que me incluía también a mí. A todos mis problemas —que parecían como tierra que me tiraban para sepultar mis esperanzas y aspiraciones en la ignorancia, el temor y la desesperación— les podía hacer frente y resolver mediante el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana. Cada victoria contribuía a elevarme más alto en la comprensión y prueba de mi verdadera naturaleza como hija de Dios, inmortal, íntegra y perfecta.
Una mañana en que leía Ciencia y Salud, estas palabras hicieron impacto en mis pensamientos: “¿Acaso envía Dios la enfermedad, dando a la madre un hijo por el breve espacio de unos pocos años, para quitárselo después por medio de la muerte?” Ciencia y Salud, pág. 206.
Vi que mi Padre-Madre celestial, Dios, no crea a Sus hijos para después quitarles Su cuidado y Su cariño. Percibí que El no me había creado para luego rechazarme y dejarme morir sin cumplir Su propósito.
Cuanto más leía Ciencia y Salud, tanto más cambiaba mi enfoque del caos de una búsqueda sin frutos, a la lógica de la realización satisfactoria de que si Dios era el gran, inmenso y único creador, y si El me había creado, entonces yo tenía que ser semejante a Dios. La Biblia cobró más significado para mí. Ya no era un libro de historia que narraba milagros circunscritos al pasado. Por el contrario, era la voz de Dios hablando a todos los hombres, al igual que habló a Moisés, a Eliseo y a otros adoradores del Dios verdadero y viviente. Esta voz me estaba hablando a mí ahora, y fui sanada de un sentido de rechazo y desventaja.
El hecho de que los tres jóvenes hebreos en el horno de fuego ardiendo y Daniel en el foso de los leones no fueron rechazados por el Amor divino, o Dios, me hizo comprender que yo tampoco era rechazada. El mismo amor estaba presente, tan presente conmigo en esta época como lo estuvo con esos jóvenes de antaño. Mi salud fue restaurada, y fue surgiendo un nivel más alto de moralidad para criar a mis hijos a medida que mi concepto acerca de mí misma renacía. Mi búsqueda de un Dios lejano fue reemplazada con la comprensión y expresión del Espíritu omnipresente, el bien.
También, en vez de escasez, tuve todo lo que necesitaba. Pude terminar mi educación secundaria y recibir además una educación universitaria, aunque esto ocurrió más tarde en mi vida de lo que es usual. A mis hijos se les presentaron muchas oportunidades que no estuvieron al alcance de mis familiares en pasadas generaciones. Mis hijos encontraron estas oportunidades al dárseles afectuoso aliento, no por medio de incentivos temerosos.
La determinación espiritual de ver y de expresar amor allí mismo donde el odio pareciera prevalecer, enfrentar la decepción con la integridad y las flaquezas con la comprensión de que la fortaleza es sostenida por Dios, siempre nos lleva a un plano más alto. Ciencia y Salud nos enseña: “Al avanzar hacia un plano superior de acción, el pensamiento se eleva del sentido material al espiritual, de lo escolástico a lo inspirativo y de lo mortal a lo inmortal”.Ibid., pág. 256.
Si fuéramos realmente mortales y limitados, las muchas pérdidas y tragedias de la vida mortal podrían justificar la conmiseración propia, el resentimiento y la enemistad, pero tenemos la prueba arduamente ganada por Cristo Jesús de que la mortalidad no es nada más que la decepción de la mente carnal. La creencia de que somos mortales en vez de la idea espiritual de Dios —el hombre— o la creencia de que nosotros somos buenos pero que nuestro prójimo no es hijo de Dios, es el trabajo sutil de la mente carnal, y quebranta los mandamientos de Dios y da falso testimonio contra la creación perfecta de Dios, incluso el hombre.
La mente carnal es la fuente de los elementos terrenales que tratan de sepultar nuestro verdadero ser, desvirtuando así la ley divina. Pero nuestra comprensión progresiva de que la invariable ley de Dios otorga el bien a todos Sus hijos, nos capacita para revocar ese trastorno de la ley divina y elevarnos al reconocimiento de nuestra verdadera filiación en el reino del Padre. Ciencia y Salud nos da esta interpretación espiritual de una línea del Padre Nuestro:
“Venga Tu reino.
Tu reino ha venido; Tú estás siempre presente”.Ibid., pág. 16.
Hace unos dos mil años, nuestro Maestro, Cristo Jesús, fue sepultado, literalmente enterrado. La barbaridad de la conspiración de la mente carnal se burló de la útil misión de Jesús para el mundo traicionándolo y crucificándolo. Pero debido a que se mantuvo firme en el Amor divino, Jesús se libró de estos motivos maliciosos, los puso bajo sus pies y se elevó tan alto en su demostración de la Vida eterna que venció a la muerte misma. Al superar, mediante la resurrección y la ascensión, toda mortalidad, Jesús también venció el rechazo. Ciencia y Salud dice del triunfo de la resurrección: “Su trabajo de tres días en el sepulcro puso sobre el tiempo el sello de la eternidad. El probó que la Vida no muere y que el Amor triunfa sobre el odio”.Ibid., pág. 44.
Puede que nos parezca que el rechazo viene de afuera y que sobrepasa nuestra capacidad para vencerlo. Pero la creencia de rechazo está en nuestra propia consciencia. Por lo tanto, puede ser erradicada. Cuando nos sentimos rechazados, no estamos comprendiendo la verdadera identidad del hombre que Dios ha creado. Por lo tanto, la oscuridad, la derrota y la desesperación que son parte del rechazo son una total decepción: el esfuerzo persuasivo de la mente carnal de impedir que reconozcamos al Cristo. Reclamando nuestra primogenitura como hijos e hijas de Dios, aceptando y expresando nuestra verdadera identidad mediante el reconocimiento de que la Mente infinita es nuestra única Mente, y abrigando los pensamientos de esta Mente, podemos encontrar ayuda divina y segura en todo momento.
El seguir los preceptos de Cristo Jesús, nuestro Mostrador del camino, como nos enseña la Ciencia Cristiana, nos capacita para sacudir los terrones del pensamiento mortal y elevarnos más y más alto. A medida que aseguramos cada uno de nuestros pasos con la prueba de que Dios es nuestra Mente y Vida, ¿quién o qué puede impedir nuestra realización de que somos aceptados por Dios? No podemos ser hundidos por el rechazo cuando sabemos que contamos con la aprobación de Dios.
    