Hay una vieja historia acerca de un caballo que se cayó en un pozo abandonado que había en una finca. El dueño de la finca, pensando que ni el caballo ni el pozo valían la pena de entrar en gastos para salvar al animal, decidió llenar el pozo de tierra y así sepultar al caballo.
El hacendado comenzó entonces a echar tierra al pozo. Pero cada vez que tiraba una palada de tierra, el caballo se sacudía y se paraba sobre el montón de tierra. Mientras más tierra el hacendado tiraba al pozo, más alto subía el caballo, hasta que finalmente el animal alcanzó una altura suficiente como para salir del pozo por sí mismo y alejarse muy tranquilo. Y continuó siendo útil al hacendado.
¿Acaso a veces no nos hemos sentido todos como si nuestros mejores esfuerzos hubieran sido sepultados por la ingratitud y desaprobación? ¿Cómo podemos sacudirnos de estos pesos? Aunque seamos rechazados en la misma forma en que le llovía tierra al caballo, podemos hacer lo mismo que el caballo hizo y elevarnos a un nivel más alto. Podemos sobreponernos al desaliento y al dolor de sentirnos despreciados expresando nuestra verdadera individualidad como amados hijos de Dios.
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