Una voz alerta, ligeramente preocupada, me habló por el intercomunicador del ascensor. Era una voz agradable, preguntándome si podía ayudarme. Le sugerí que podía hacer que el ascensor funcionara. Entonces la voz me explicó que se estaba haciendo todo lo posible.
El ascensor se había quedado atascado entre dos pisos. Pero como me encontraba solo, me pareció una buena oportunidad para orar sobre un par de cosas que necesitaban curación. Me senté a hacer buen uso de mi tiempo. Fue interesante descubrir que tenía primero que expulsar a “la multitud” del ascensor. Era la misma multitud con la que había entrado en el ascensor: una multitud de opiniones y especulaciones humanas que se habían estado acumulando en mi pensamiento. ¡Hasta un ascensor vacío puede ser un lugar abarrotado!
Pronto, la inspiración y la perspectiva espirituales volvieron, y pude orar; y luego, el ascensor fue reparado. Pero, después, pensando en la situación aprendí una gran lección. ¡Cuán evidente es que el espíritu o consciencia sanadora no es una mentalidad abarrotada!
La consciencia espiritual ve las cosas de modo diferente de como, generalmente, tiende a verlas el pensamiento humano. Es indudable que la consciencia espiritual no depende de lo que piensan las multitudes, de lo que dicen las últimas encuestas o de las creencias de moda expresadas en programas de charlas de televisión.
Cristo Jesús dijo a la gente que se alejaran de las calles, por así decirlo, y entraran en el aposento para orar. En otras palabras, las opiniones de los hombres —en pro o en contra— deben evitarse para poder escuchar el mensaje de Dios.
La mujer del relato bíblico que sufría de una crónica enfermedad física —un flujo o hemorragia de sangre por doce años— se encontraba en medio de una multitud. Todos se apretujaban alrededor de Jesús. Pero esta multitud, y los diferentes pensamientos y opiniones de la gente en general, no tuvieron mayor importancia para la mujer en esos momentos. A ella sólo la preocupaba una cosa. Sólo buscaba una cosa: al Cristo. Es obvio que su pensamiento quería llegar al Cristo con toda su alma y con todo su corazón. Y la mujer fue sanada en ese instante, después de doce años de haber pasado por muchas experiencias con muchos médicos. Ver Lucas 8:43–48.
En cierto sentido, la mujer estaba sola con el Cristo. Se encontraba en medio de la multitud pero, en realidad, no estaba con ellos. Nada le importaba, excepto ese momento y esa cercanía al Maestro, y la expectativa en su corazón de que sería sanada.
Hoy en día, también necesitamos estar así, a solas con el Cristo, la Verdad, si estamos buscando sanar de algo y esforzándonos por practicar y restaurar la curación cristiana. Esto no requiere aislarse o imponerse alguna forma de “retiro”. Pero sí requiere que dediquemos todo nuestro corazón y nuestros esfuerzos a buscar la verdad espiritual.
A través de la historia humana cuando alguien anhela encontrar al Cristo, bien puede parecer que hay una multitud que obstruye el camino, una multitud de opiniones mortales. Siempre hay cosas que preocupan el pensamiento humano; cosas que demandan atención, prioridad, obediencia. Y, por supuesto, la más básica preocupación de todas: la confianza errónea en la impresión de que la vida es material.
Pero aun cuando parezca que estamos en medio de opiniones mundanas, lo maravilloso es que, allí mismo, podemos estar en paz y a solas con el Cristo. Contrariamente a lo que podríamos esperar, todos contamos con una continua y profunda capacidad para responder a la Verdad, sean cuáles fueren las circunstancias. La magnitud de la “muchedumbre” no tiene importancia. Después de todo, el Cristo no es una voz en medio de muchas compitiendo por hacerse oír. Es el mensaje de la verdad que Dios imparte a la humanidad y, por lo tanto, es más irresistible que todos los demás.
Cuando nos volvemos de todo corazón a la dirección del Espíritu, Dios, comenzamos a descubrir que la verdad espiritual que guía, corrige y sana, siempre ha estado a nuestro alcance. La confusión, la resistencia, lo imposible, todo lo que pueda habernos parecido tan vívido —tan nuestro— comienza a verse sólo como un punto de vista equivocado. Este punto de vista empieza, por lo tanto, a desvanecerse del pensamiento, y vemos la realidad.
No hay un poder verdadero que se oponga al poder del Dios infinito. Cuando estamos dispuestos a confiar y a seguir adelante para vivir con la luz del Cristo, inevitablemente aprendemos este hecho, paso a paso. El sentido de que algo pueda contradecir al bien, o sea, a Dios, desaparece. Descubrimos que esto sólo existe “afuera” en la oscuridad, por así decirlo, antes de que entremos en la luz.
Si Dios es Todo y es omnipresente, como tiene que serlo para ser Dios, lógicamente tenemos que concluir que el hombre, en realidad, no está separado de Dios. Pero, ¿qué son todas las opiniones contradictorias concernientes a la salud y a la vida del hombre que parecen presionar y prevalecer tan agresivamente? Son el resultado de la creencia errónea en algo aparte del Espíritu divino e infinito, o sea, la Mente, Dios. Mary Baker Eddy escribe en su artículo “Sufrimiento ocasionado por los pensamientos de otros”: “Sentir intensamente que se está en un ambiente falso, y sufrir a causa de la mentalidad que se opone a la Verdad, denota ese estado mental que la comprensión verdadera de la Ciencia Cristiana primero elimina y luego destruye".La unidad del bien, pág. 56.
¿No es necesario que en vez de luchar contra una temida oposición mental, dejemos de creer en ella? Lejos de batallar contra ella, creyendo que es el consenso general, la mayoría, otro enorme poder o influencia aparte de Dios, tenemos que dejar de creer en ella. Tenemos que expulsar a esta multitud mental para poder comprender la verdad del gran descubrimiento espiritual de que el hombre está con Dios y que Dios es Todo.
El resultado de esta obediencia es que encontramos una convicción, alegría y comprensión que tal vez no creíamos tener. Y, por supuesto, no tenemos que aislarnos, sino encontrar nuestra unidad con toda la bondad de la creación de Dios, y con todos Sus hijos.
