Un reciente programa de televisión se refirió a la difícil situación, bastante común en nuestros días, en que se encuentra una persona que ha estado empleada por muchos años en una compañía y que es forzada a dejar su empleo por varias razones. En algunos, casos, los cambios tecnológicos traen como consecuencia la eliminación de empleos que antes eran indispensables para la operación de una empresa. En otros caos, en un esfuerzo por reducir costos, las compañías están reemplazando a empleados de antigüedad, que tienen sueldos elevados, por empleados más nuevos y con sueldos más bajos.
Sea cual fuere la razón, el que se le diga a una persona que ha quedado cesante, puede ser una experiencia abrumadora. La dignidad recibe una sacudida; la seguridad económica parece irse por la ventana; el temor a no poder competir en la oferta de empleos con jóvenes que están al tanto de las cosas, puede estar bien fundado.
¡Qué situación difícil! Aquel desdichado que enfrenta esta situación, puede que incluso haga eco de esas conocidas palabras de Job que aparecen en la Biblia: “Perezca el día en que yo nací”. Job 3:3. ¿A quién recurrir? Consideremos lo que ocurrió con Job. Su historia es de esperanza e inspiración para todo aquel que esté enfrentando obstáculos aparentemente infranqueables. Después de una lucha terrible consigo mismo, finalmente reconoció, sin reservas, la supremacía de Dios, y leemos que “bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero”. Job 42:12.
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