¿Ha pensado usted alguna vez en José de Arimatea? Si lo ha hecho, quizás haya pensado que él no desempeñó un papel importante en la historia, ni como discípulo de Cristo Jesús. Sin embargo, las cualidades que José manifestó, el espíritu que lo impulsó a actuar de manera tan valiente y generosa, lo vinculó al triunfo de nuestro Maestro sobre la muerte, un acontecimiento de estupendo significado en la historia humana.
José de Arimatea fue discípulo de Jesús; Ver Mateo 27:57–60. aunque no era uno de los doce apóstoles, era receptivo al Cristo. Su devoción, valor moral y generosidad lo inspiraron, después de la crucifixión, para pedir resueltamente el cuerpo de Jesús y ponerlo en su propia tumba. De esta manera, proporcionó a su Maestro el santuario que necesitaba. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “El recinto solitario de la tumba le ofreció a Jesús un refugio contra sus enemigos, un lugar en el cual resolver el gran problema del ser... El probó que la Vida no muere y que el Amor triunfa sobre el odio”.Ciencia y Salud, pág. 44.
Hoy, nosotros podemos ser como José de Arimatea. La misma generosidad, el mismo anhelo de servir al Cristo sanador y enaltecedor, y el mismo valor moral que nos impulsa a confiar radicalmente en Dios en pensamiento y acción está presente para alentarnos a ser generosos. Es posible que no tengamos conocimiento de las oscuras amenazas a la salud y a la felicidad latentes en la consciencia de los demás. Pero cada vez que ayudamos a ofrecer una conferencia de la Ciencia Cristiana a la comunidad, cada vez que apoyamos una reunión de testimonios de los miércoles o un culto dominical en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, cada minuto que nuestra Sala de Lectura está abierta al público, estamos ofreciendo un santuario, un refugio para que todo aquel que está luchando con las creencias falsas del sentido material encuentre descanso y curación.
En Salmos leemos: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario”. Salmo 63:1, 2.
En cierta ocasión, una mujer estaba tan sugestionada por el temor a la enfermedad y a la muerte que la única paz y seguridad que sentía de día o de noche era cuando hablaba con la afectuosa practicista de la Ciencia Cristiana que estaba orando por ella, o cuando visitaba una Sala de Lectura local. El poder de la Verdad calmó su pensamiento en forma gradual y venció la evidencia física de la enfermedad. La elevó por encima de esa tumba oscura de la mente mortal al reconocimiento de la verdad de que la Vida es Dios, Espíritu, infinita y perfecta, nunca en la materia ni de la materia.
Mediante esta experiencia estaba aprendiendo a reconocer que la ley de Dios, la Verdad, es activa y suprema y que destruye la creencia en toda pretendida ley material. Reconoció que la supuesta ley material está basada en la opinión humana, en lo que nos informa a través de los cinco sentidos materiales que, como la Ciencia Cristiana lo muestra, son falsos testigos. Aprendió a confiar en la protección y la guía de Dios, a recurrir a El en todo momento para estar inspirada con pensamientos que sanan y sostienen la vida.
En Ciencia y Salud leemos: “El testimonio de los sentidos físicos a menudo invierte a la Ciencia verdadera del ser y crea así un reino de discordia, asignando poder aparente al pecado, la enfermedad y la muerte; pero las grandes verdades de la Vida, correctamente comprendidas, derrotan ese trío de errores, contradicen a sus falsos testigos y revelan el reino de los cielos —el verdadero reino de la armonía en la tierra”.Ciencia y Salud, pág. 122.
Paso a paso las creencias falsas que pretendían encontrar cabida en su consciencia fueron enfrentadas, refutadas y vencidas. Obtuvo las respuestas a los problemas que estaba encarando a medida que permitía que Dios la guiara en su estudio en la Sala de Lectura, reconociendo que El era su única Vida, su única Mente, y luego escuchando Sus pensamientos. Siempre estará agradecida por la atmósfera de curación y serena confianza en la Palabra de Dios que se mantiene en esa Sala de Lectura. Sintió la influencia sanadora y halló en la Sala de Lectura un refugio inviolable, donde un entendimiento de la ley de Dios inmuniza contra las pretensiones del error, o el sentido material.
La Ciencia divina, como nos fue revelada en Ciencia y Salud por nuestra Guía, la Sra. Eddy, trae la idea-Cristo a la luz de la consciencia humana receptiva, es decir, el concepto de Dios perfecto y hombre perfecto, indestructible como imagen y semejanza de Dios. Esta idea-Cristo es el verdadero santuario de cada uno, nuestra arca de seguridad. Pero nuestro ofrecimiento actual de un santuario temporario —impulsado por el Amor— es un medio de ayudar a los cansados buscadores de la Verdad a captar una vislumbre del Cristo salvador.
