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Tener un solo Dios: riqueza sin medida

Del número de enero de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El otoño comenzaba. Mi amigo y yo levantamos campamento al amanecer y a media mañana remábamos en nuestra canoa, alejándonos de un bosque en Canadá. Cuando íbamos bajando por el lago Basswood, en el último tramo de nuestro viaje, oímos el claro llamado de un águila. Miramos hacia arriba y pudimos ver cuatro de esas aves volando en círculos y remontando el vuelo por encima de la corriente ascendente.

Nos quedamos quietos por unos momentos, mirando cómo las grandes águilas parecían cada vez más pequeñas a medida que la corriente ascendente las elevaba hacia el cielo. Cuando ya no eran sino unas pequeñas manchitas y parecía casi imposible que pudieran volar más alto, simplemente se desvanecieron una a una en las blancas nubes.

En la Lección Bíblica de esa semana, publicada en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, un versículo del Antiguo Testamento me había llamado la atención. Y el ejemplo usado en el versículo tenía una verdadera correlación con la experiencia que hacía que las palabras cobraran vida. Sentí que estaba viendo vívidamente esa mañana exactamente lo que el autor de Proverbios debe haber tenido en mente cuando escribió sobre la naturaleza insustancial y transitoria del materialismo. “¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas?” pregunta el escritor. Y después continúa: “Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo”. Prov. 23:5.

Ese tema de la inestabilidad de la materialidad y su ineficiencia para satisfacer nuestras verdaderas necesidades, se encuentra muchas veces en la Biblia, desde los escritos del Antiguo Testamento hasta las palabras de Cristo Jesús en los Evangelios. El Salvador enseñó a sus discípulos que siempre habría inconvenientes vinculados a la mundanalidad de los “tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan”. Alentó a sus seguidores a no sentirse ansiosos o temerosos por sus necesidades humanas, sino a recurrir de todo corazón al único Padre celestial de todos. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”, dijo Jesús, “y todas estas cosas os serán añadidas”. Ver Mateo 6:19–33.

Se requiere que la confianza cristiana esté en Dios, no en mamón; en las cosas del Espíritu, no de la materia. La Ciencia de Cristo enseña que sólo Dios y Su bien espiritual son permanentes, confiables y verdaderamente satisfactorios. Cuando la ganancia o la riqueza materiales son consideradas como la única razón y finalidad de la existencia, se pierde el propósito verdadero de la vida. Idolatrar la riqueza es establecer falsos dioses, es abandonar el Primer Mandamiento; y, al hacer esto, finalmente nos damos cuenta de que la felicidad es transitoria y la satisfacción ilusoria.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, el estudiante aprende que Dios es Espíritu, la única Mente creadora o inteligencia gobernante del universo, el Amor infinito que rodea y sostiene a toda su creación. El estudiante también aprende que el hombre es el reflejo puro y perfecto de Dios. Al escribir sobre el Primer Mandamiento, la Sra. Eddy declara en Ciencia y Salud: “ ‘No tendrás dioses ajenos delante de mí’ (Exodo 20:3). El Primer Mandamiento es mi texto favorito. Demuestra Ciencia Cristiana. Inculca la triunidad de Dios, el Espíritu, la Mente; significa que el hombre no debe tener otro espíritu o mente sino Dios, el bien eterno, y que todos los hombres han de tener una sola Mente. El Principio divino del Primer Mandamiento es la base de la Ciencia del ser, por la cual el hombre demuestra salud, santidad y vida eterna”.Ciencia y Salud, pág. 340.

Dios es el dador de todo bien —todo bien espiritual— y el hombre es el beneficiario de este bien infalible y abundante. Al reflejar la única Mente suprema, el hombre es inteligente, siempre está consciente de cada idea necesaria para cumplir su propósito divino. Al reflejar el Espíritu infinito, el hombre posee la sustancia que no disminuye, que es ilimitada y eterna. Al reflejar el Amor divino, el hombre expresa y siente el afecto espiritual ilimitado de ser el hijo de Dios.

Estas son riquezas que no tienen precio, “cosas” que no nos pueden quitar, que el tiempo no puede deteriorar, ni las circunstancias disminuir. Al comprender nosotros estas riquezas espirituales y expresarlas en nuestra manera de vivir de acuerdo con el modelo del Cristo, nuestro pensamiento y nuestra experiencia son transformados. La carga de vivir con un sentido de materia limitada ya no pesa sobre nuestros hombros y nuestro corazón. Descubrimos, aquí y ahora, un sentido más profundo de la verdadera libertad de tener dominio sobre nuestra vida diaria. Conocemos la verdadera paz. Una epístola del Nuevo Testamento dice simplemente: “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento”. 1 Tim. 6:6.

El dominio es un don de Dios. Tanto en las pequeñas cosas como en los acontecimientos importantes de la vida, poseemos este control y dirección espirituales cuando tenemos un solo Dios y vivimos como si nada fuera más importante para nosotros que hacer Su voluntad. Y, ciertamente, nada es más importante. Tener un solo Dios realmente provee una riqueza sin medida. El bien espiritual —la sustancia verdadera de la vida— nunca desaparecerá.

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