El otoño comenzaba. Mi amigo y yo levantamos campamento al amanecer y a media mañana remábamos en nuestra canoa, alejándonos de un bosque en Canadá. Cuando íbamos bajando por el lago Basswood, en el último tramo de nuestro viaje, oímos el claro llamado de un águila. Miramos hacia arriba y pudimos ver cuatro de esas aves volando en círculos y remontando el vuelo por encima de la corriente ascendente.
Nos quedamos quietos por unos momentos, mirando cómo las grandes águilas parecían cada vez más pequeñas a medida que la corriente ascendente las elevaba hacia el cielo. Cuando ya no eran sino unas pequeñas manchitas y parecía casi imposible que pudieran volar más alto, simplemente se desvanecieron una a una en las blancas nubes.
En la Lección Bíblica de esa semana, publicada en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, un versículo del Antiguo Testamento me había llamado la atención. Y el ejemplo usado en el versículo tenía una verdadera correlación con la experiencia que hacía que las palabras cobraran vida. Sentí que estaba viendo vívidamente esa mañana exactamente lo que el autor de Proverbios debe haber tenido en mente cuando escribió sobre la naturaleza insustancial y transitoria del materialismo. “¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas?” pregunta el escritor. Y después continúa: “Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo”. Prov. 23:5.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!