Pasé por una experiencia en mi vida que habría dado con gusto todo lo que tenía, o lo que esperaba tener, por liberarme del dolor físico. En mi adolescencia sufrí de constantes dolores de cabeza que eran tan intensos que no podía estar quieto. Caminaba de un lado a otro hasta cansarme y así poder, por agotamiento, quedarme dormido. Después, durante uno o dos días, sufría las consecuencias de esto.
En aquella época, no sabía nada de la Ciencia Cristiana y me hallaba bajo tratamiento con nuestro médico de familia. Se me trató con diferentes medicamentos hasta que, por último, el médico concluyó que los dolores de cabeza eran jaquecas. Me dijo que tendría que aprender a vivir con ellas, aunque, posiblemente, algún día podría superarlas. Esto nunca ocurrió.
Más tarde, cuando ya era adulto, conocí la Ciencia Cristiana. Después de haber estado estudiando esta Ciencia durante más o menos un año, un día tuve un dolor de cabeza que duró más de un día o dos que era lo usual. Decidí llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara. La practicista compartió conmigo muchas verdades espirituales acerca de mi ser verdadero como hijo perfecto de Dios. Habló conmigo durante varios minutos hasta que, de pronto, me sentí libre del dolor. ¡Con qué gozo se lo dije de inmediato!
Esto ocurrió hace unos veinte años, y nunca he vuelto a tener dolores de cabeza. También tuve otras curaciones durante ese tiempo, entre ellas, las de un hueso fracturado y la pérdida de la vista en un ojo. Esas curaciones me enseñaron profundas lecciones, porque tuve que orar mucho y estudiar mucho la Biblia y las obras de la Sra. Eddy. Pero la curación que me es más querida es aquella de la liberación de los dolores de cabeza que me habían aquejado durante tantos años. Considero esa victoria una prueba absoluta de que la Ciencia Cristiana sana, porque la curación fue instantánea. Por esto estaré siempre agradecido a Dios.
El estudio de Ciencia Cristiana revela que con lo único que tenemos que “aprender a vivir” es con nuestra innata perfección como amados hijos de Dios, creados a Su imagen. Me siento confiado, en base de las pruebas que he tenido, de que esta gran verdad del ser tiene el poder para sanar cualquier condición discordante que nos confronte.
O’Brien, Florida, E.U.A.