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Lecciones de las películas

Del número de noviembre de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Solíamos ir al cine casi todos los sábados por la tarde durante el verano. El cine no costaba mucho en esos días para los menores de doce años. El teatro con aire acondicionado parecía un lugar estupendo para pasar una tarde calurosa. Después, al volver a casa, seguíamos pensando acerca de la acción heróica que habíamos visto en la pantalla.

Con frecuencia, las películas de hoy en día no convencen a nadie a seguir una dirección positiva. Frecuentemente nos desalientan en lugar de elevarnos. Pero de vez en cuando hay películas muy perspicaces, películas que revelan la magnitud del corazón humano, que salimos del cine sintiéndonos casi como una persona diferente de cuando entramos.

Tal vez haya una lección considerable que aprender de la manera en que una película ocasionalmente pueda despertar, fortalecer y abrir nuestro pensamiento. Se nos recuerda cuán natural es ver las cosas en términos más grandes y más afectuosos. Todo lo que sea menos es mera imposición. Podríamos llamarlo opresivo. Recuerdo una ocasión reciente en que dos parientes, que casi no se hablaban, salieron del cine inspirados por una excelente película que acababan de ver. Sus relaciones se enmendaron y de manera muy natural empezaron a compartir sus sentimientos más profundos acerca de la película.

Cuando la tediosa costumbre de interesarse por sí mismo o de creer en el inanimado concepto material de las cosas se rompe, el amor y la generosidad surgen. Parecen perfectamente presentes y naturales nuevamente. De hecho, percibimos que constituyen nuestro ser, nuestra verdadera identidad.

Por supuesto, no es necesariamente una película lo que hace que esto suceda. Podría ser la perspectiva provista por el apoyo de un amigo o la interpretación de una frase de un concierto de Hayden para violonchelo o un aria cantada por Björling. Pero el punto es que tales experiencias nos ayudan a tener un sentido de dimensión más amplio respecto a lo que es el hombre, y más inmediato respecto a lo que ya somos.

La Biblia enseña la misma lección pero con mayor profundidad. Por ejemplo, la Biblia nos habla acerca de revestirnos del hombre “nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”. Col. 3:10. Y este tema continúa a lo largo de todo el Nuevo Testamento. Leemos sobre cómo hay un nuevo hombre o individualidad que puede hallarse a pesar de lo que la personalidad humana parezca haber sido o haber hecho hasta ese punto.

Cuando Cristo Jesús perdonó a los pecadores y los sanó, éstos pudieron adoptar algo de esta nueva identidad que el Maestro vio que estaba perfectamente presente en ellos y vivirla. Se liberaron de la imposición que se había puesto sobre ellos. A pesar de la imagen que habían estado aceptando de ellos mismos como pecadores, débiles o pobres de carácter, fueron liberados.

Hay una breve declaración en un libro llamado No y Sí, por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens), que da mucho en qué pensar respecto a esto. Ella escribe: “El verdadero yo del hombre, o sea su individualidad espiritual, es bondad”.No y Sí, pág. 26.

Y así es. Incluso una vislumbre de esto, que venga a través de una película inspiradora, puede elevarnos hacia un concepto muy diferente de nosotros mismos. El aprender aún más profundamente el significado de la bondad, el poder y la gloria de Dios (como se nos recuerda en el Padre Nuestro) es hacer que su práctico efecto sanador sea parte de nuestra vida.

La Ciencia Cristiana enseña que debido a que el hombre es creado a imagen de Dios, la bondad es nuestro centro, esencia y sustancia mismas. Por esta bondad se da a entender la bondad en el corazón del universo, la bondad que es la naturaleza de Dios. Cuando estamos dispuestos a caminar en esta luz de la bondad de Dios, vemos que somos alguien muy diferente de lo que creíamos que éramos. Y a medida que continuamos luchando por la omnipresente bondad de Dios y sometiéndonos a ella, lo que ganamos de nuestra existente individualidad espiritual hecha a imagen de Dios, viene a ser nueva y conocida a la vez. Esta individualidad que nuestro Dios ha creado es obviamente lo mejor de todo lo que hayamos conocido acerca de nosotros mismos, pero infinitamente más amplia y profunda.

Pero, ¿qué decir si nada parece levantar la imposición general y alguien no se encuentra a sí mismo o a sí misma? ¿Qué decir si la gente sigue soñando con el enojo, odio, agresión, egoísmo y mal hasta que parece ser “demasiado tarde”? ¿Significa esto que alguien nunca encuentra su individualidad creada por Dios?

Bueno, hay una maravillosa escena en la película americana llamada Places in the Heart (Lugares en el corazón). Es una de las más poderosas de todas las películas de los años recientes. Al final muestra a la mayoría de los personajes de la película sentados en la iglesia. En realidad, a medida que la cámara lentamente enfoca las bancas de la iglesia, vemos que cada uno de los que toman parte está allí.

Cada uno parece lleno de luz y de un amor puro y luminoso. Incluso aquellos que han sido enemigos, aquellos que han hecho daño y se han maltratado unos a otros. Y aun los que han muerto están todos allí adorando juntos a Dios, el bien.

Como un Científico Cristiano lo describiría, algo de su individualidad verdadera es vista finalmente bajo la luz del Cristo, la idea espiritual. El efecto sobre los espectadores es fuerte. De alguna manera creemos profundamente que esto es mucho más que una escena de una película.

¿Acaso no es la maravilla del ser que, de hecho, nadie es lo que parece ser, un mero mortal? Lo que parece ser nuestro carácter más profundamente arraigado, o la falta de éste, es sólo una medida de lo que hemos aceptado, innecesariamente, acerca de nosotros mismos. El hombre de Dios espera que lo descubramos. Y es muy claro que esta individualidad verdadera y eterna es, y siempre ha sido, pura bondad.

Ninguna película puede sustituir los pasos arduos y prácticos de la regeneración espiritual que tiene un efecto perdurable en nuestra vida y gradualmente revela que Dios es nuestra Vida. Pero de vez en cuando alguien comparte puntos de vista alentadores de la existencia humana que coinciden con nuestras intuiciones espirituales más profundas.

Y entonces nos sentimos conmovidos por la lección, dondequiera que la encontremos.


El corazón del sabio hace prudente su boca,
y añade gracia a sus labios.
Panal de miel son los dichos suaves;
suavidad al alma y medicina para los huesos.

Proverbios 16:23, 24

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