A veces parece como si el bien estuviera siempre fuera de nuestro alcance y que debiéramos dejar pasar mucho tiempo antes de que llegue a nosotros. Cuando iba a la escuela primaria, deseaba ser mayor para ir a la escuela secundaria porque entonces me permitirían tener más libertad. A los trece años, conducía el camión de la granja en campos y bosques, pero deseaba que llegara el día en que pudiera obtener la licencia de conducir y manejar en la carretera. Más adelante, por supuesto, deseaba tener mi propio automóvil.
Esta clase de pensar puede hacernos ir a la deriva, a esperar y a desperdiciar una parte valiosa de nuestra vida. En realidad, cada etapa de nuestra experiencia puede ser progresiva, feliz y satisfactoria si tenemos esta perspectiva espiritual: que Dios es nuestro punto de partida y que nuestra meta permanente es expresarlo a El.
En mi opinión, esto está gráficamente ilustrado en la curación que Cristo Jesús realizó del hombre paralítico junto al estanque de Betesda. Ver Juan 5:2–9. Había estado enfermo durante treinta y ocho años, y por mucho tiempo aparentemente creyó que estaba separado de Dios y que la bondad de Dios se haría evidente en su vida sólo cuando un determinado conjunto de circunstancias actuaran de una manera sincronizada. Jesús probó que este concepto de Dios era falso. Dijo al hombre que se levantara y andara. Inmediatamente el hombre se levantó y anduvo, demostrando que la bondad de Dios está siempre presente.
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